Las sensaciones que invaden al visitante nada más entrar en el taller del luthier de José Ángel Chacón Tenllado son tan intensas que no es extraño quedar aturdido durante los primeros minutos. Planos de instrumentos medievales; olor a madera y resinas; un sinfín de herramientas colgadas de las paredes; violines y guitarras desarmadas y música clásica de fondo. Un templo donde no existe la premura con la que vivimos la mayoría de los mortales y en el que se venera, por partes iguales, a la música y la madera, «uno de los materiales más nobles que nos brinda la naturaleza», según afirma el maestro artesano.

La pasada semana, Chacón recibió el Premio Albayzín a la Fabricación y Conservación de Instrumentos Musicales, galardón concedido por el Centro Albayzín ­-escuela de restauración adscrita a la Consejería de Economía, Innovación, Ciencia y Empleo de la Junta de Andalucía- y que viene a sumarse a la larga nómina de galardones que posee, entre ellos la Medalla de Plata de las Bellas Artes.

José Ángel Chacón nació en Aguilar (Córdoba) en 1933, pero pronto, en 1945, se trasladó con su familia a Málaga, donde comenzó sus estudios en la Escuela de Formación Profesional, lo que le llevó a descubrir «el regalo de la madera». Con su posterior ingreso en la Escuela de Peritos comenzó a profundizar en el dibujo y la geometría, otras de sus pasiones. Todos estos elementos, sumados a sensibilidad por la música, que comenzó a desarrollar en el seno de su familia -«sobre todo por parte de mi madre», recuerda-, le llevaron a interesarse por la construcción de instrumentos, una tarea a la que lleva dedicada buena parte de sus 79 años.

El joven luthier pronto descubrió que la fabricación de instrumentos no era una tarea fácil, puesto que no existían manuales al respecto, y los pocos que había «incurrían en grandes ambigüedades». Además, aquellos que por entonces hacían instrumentos, guardaban con mucho celo su proceder. «En los años sesenta fui a Alemania a trabajar a una filial de Mercedes como modelista, y más tarde desempeñé un cargo directivo en el amueblamiento de una inmobiliaria en Málaga. Poco a poco, fui recopilando datos dentro del hermético mundo de la luthería española», asegura.

Tras varios intentos, «entre muchos errores y algunos aciertos», consiguió hacer su primer violín. «Lo presenté a varios violinistas de Málaga, a los que les dije que lo había comprado en Cremona (cuna de grandes luthiers, entre ellos la familia Stradivari). Después de probarlo, se deshacían en elogios sobre su timbre y sonoridad, pero al decirles la verdad, el violín perdía de repente sus cualidades acústicas para convertirse en un mueble bien hecho», sostiene. Este episodio le hizo pensar en que en Málaga no encontraría «el camino hacia la luthería», por lo que decidió, a mediados de los setenta, marcharse a Italia. Se instaló en Biella, ciudad del Piamonte, entre Turín y Milán. «Allí monté mi taller como luthier y vendí mi primer violín», recuerda. En la primera trienal internacional que se celebró en Cremona, en 1976, participó con un violín y una viola, siendo el primer español admitido y diplomado en este prestigioso concurso. En estos años, el nombre de José Ángel Chacón empezó a ser conocido entre músicos de los Teatros Regio de Turín y La Scala en Milán, tanto por su faceta de constructor como de restaurador de instrumentos.

Proyecto de escuela

«A la vez que fui descubriendo en el desarrollo de mi trabajo que casi todo el proceso constructivo, que yo aplicaba de forma intuitiva, formaba parte de la más pura tradición -sintiendo por ello una gran satisfacción- lamentaba el haber tenido que inventar o descubrir lo que ya estaba inventado y descubierto por falta de escuelas o maestros abiertos a la enseñanza».

Por esta razón nace en José Ángel Chacón la idea de crear una escuela de luthería en Málaga, ciudad a la que regresa, esta vez para quedarse hasta la actualidad, en 1983. «El Ayuntamiento de Málaga solicitó al INEM una Escuela Taller con esta especialidad y desde el principio obtuvimos apoyo directo del por entonces concejal de Cultura, Curro Flores, y el alcalde, Pedro Aparicio, melómano de profundos conocimientos musicales y de gran sensibilidad artística». De esta forma nacería la Escuela de Luthería Malagueña, que llegó a recibir la visita de un grupo de estudiantes italianos becados por el programa Leonardo de intercambio europeo.

Pero el cambio político producido tras las elecciones municipales de 1995 dieron al traste con el proyecto, que dejó de interesar institucionalmente. «Me culpo a mí mismo, no a las autoridades, por no saber contactar con las personalidades con capacidad de decisión para materializar el proyecto de la escuela», lamenta el maestro, que aún guarda la esperanza, ahora puesta en su hijo, Chico Chacón, de ver algún día un centro educativo con «un programa de enseñanza donde hubiese profesores que impartiesen dibujo, geometría, física, química..., y todo aplicado al conocimiento de los materiales».

Confiesa haber «dado más importancia a la escuela» que a su propio trabajo, y aunque está a punto de cumplir ochenta años, al hablar de su ansiado proyecto aún le brillan los ojos como a aquel raro aprendiz de carpintería al que le gustaban los tangos y la zarzuela.