La mujer andaluza no ríe cuando la pinta Julio Romero de Torres, solo sus ojos se abren para mostrar «el misterio de la mujer andaluza», un embrujo en el que se centra la exposición Julio Romero de Torres. Entre el mito y la tradición, inaugurada ayer por la baronesa Carmen Thyssen.

«Él sabía captar ese misterio en la mirada de esas mujeres tan guapas», de ojos azabache profundos como el cante jondo y vibrantes como la copla que tanto gustaban al pintor cordobés, con quien «no se hizo justicia como se debe», opinó la baronesa, que admitió que Romero de Torres es uno de sus autores favoritos: « Mi madre adoraba a ese pintor y me hablaba continuamente de lo bonitos que eran sus cuadros, por esa razón quizá me fijé más en él que en otros pintores cuando era pequeña», y por esa razón quizá guarde en la colección permanente del Museo Carmen Thyssen Málaga cuatro de las treinta obras que componen esta exposición temporal.

La muestra recoge obras datadas en diferentes periodos que van desde 1908, cuando Romero de Torres obtuvo el primer premio de la Exposición de Bellas Artes por el desnudo La musa gitana, hasta 1929, lo que supone prácticamente toda la vida artística del cordobés, que murió en 1930.

El recorrido por su legado creativo comienza con una imagen que desborda luz y color, una escena que transmite la alegría de una pareja que baila en La feria de Córdoba y que engaña al visitante. La mirada melancólica asoma dos cuadros más allá sobre la piel oscura de la protagonista de Mal de amores, de igual manera que las pinturas de Romero de Torres se oscurecieron cuando encontró un estilo propio. Esta evolución es el núcleo de la primera de las cuatro secciones en las que se divide la muestra, Luminismo y realismo social, que exhibe las pinturas de su primera etapa, de raíz impresionista, y que describe cómo se aleja progresivamente del naturalismo para abrirse a imágenes con un trasfondo de denuncia social.

Romero de Torres «va adentrándose en un mundo más singular, en un mundo muy particular que le hace ser un autor especialmente reconocible dentro del panorama español de su tiempo», explicó la comisaria de la exposición y directora de la pinacoteca, Lourdes Moreno.

Dice la copla popular que Romero de Torres «pintó a la mujer morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena», una afirmación que sin duda queda patente en el segundo capítulo de la muestra, Retratos y símbolos. Ya sea de frente o de perfil, con sombrero cordobés, mantilla o un jarro vacío, las mujeres que Romero de Torres plasmó en sus lienzos han dictado las líneas maestras por las que hoy se distingue a la mujer cordobesa.

Entre las obras más relevantes de esta sección destaca el retrato «elegante y sobrio» de La Bella Otero, «una mujer gallega que aprendió danza andaluza y que se hizo famosa con sus espectáculos a lo largo de todo el mundo», detalló Moreno. Por su parte, Fuensanta, que mira de frente al visitante de la exposición como lo hizo a todos los españoles de 1953 a 1978, cuando su cara se estampaba en los billetes de 100 pesetas, es el mayor exponente de mujer-símbolo que recoge esta exposición. «No se entiende la poética de Romero de Torres sin Córdoba, que es un espacio indisoluble en su producción», al que vuelve «tomando elementos de paisajes y situándolos al lado de otros que no existen», argumentó Lourdes Moreno para explicar la sección Poemas y alegorías. En ella destacan obras como La consagración de la copla y Amor sagrado, amor profano. Los retratos enmarcados en la sección Erotismo y sensualidad cierran la visita con seis cuadros, entre los que figuran el primer y el último desnudo integral del autor, La musa gitana y La nieta de La Trini, en los que la vestimenta de las modelos se limita a un elegante collar rojo.