Este año se ha quedado atascado en las tragaderas, justo en ese punto indeterminado entre lo que permite que la luz penetre en el cuerpo de dentro y lo que recoge el eco de ese haz para transformarlo en vida y movimiento. Meses, semanas, días, horas, minutos y segundos difíciles; cada uno, en su formato, se presenta con el cuchillo entre los dientes. Así, sin avisar. Sin saber los porqués. Mejor dicho, sabiendo los porqués pero sin saber por qué los elegidos siguen con sus brazos cruzados, como si incluso no tuvieran brazos con los que señalar horizontes, soluciones; brazos con los que abrir en canal esta realidad perversa; brazos con los que, al estirar el cuerpo con vocación de infancia, poder tocar el cielo.

Al deslizar estas palabras por entre mis dedos de lengua, que quizá suenen a extrañeza o misterio por lo que tienen de imagen que juega a palabra o palabra que desea ser figura incandescente que se quede a vivir en la memoria pétrea del lector -como esas imágenes que Luis Sepúlveda crea en uno de los mejores libros de relatos que se han escrito, 'Desencuentros'-, me es imposible no pensar en esa otra forma de estar en el mundo, de respirar la certeza y mirar el asombro que se desprende en cada paso, esa otra forma de estar sin estar, estar hacia dentro para tocar y ser y amar y luchar de otra manera: estar a través de la poesía. La poesía te hace sin ser al tiempo que te hace estar sin saber.

Hace unos días, tuve la suerte de compartir algunas mañanas con Isabel Bono. Ella, siempre con un pie que apunta al abismo y otro bien posado sobre el suelo, me habló de su último poemario, 'Brazos, Piernas, Cielo' (Baile del Sol, 2012), esa tempestad de versos que encierra una experiencia de vida, un panal de ideas y silencios que empuja a quien recibe el verso a territorios exclusivos, íntimos. Singulares. Y dijo un mundo, dijo tanto y tan bien que la palabra de ahora, de aquí, se queda pequeña al intentar aproximarse a ese nudo que Isabel Bono sembró en mí, en otros, en quien quiso leer y escuchar. Brazos, Piernas, Cielo es un poemario que se queda a vivir en el costillar, un conjunto de versos (o no) que se instala en el mejor lugar de una misma y te prepara para vivir de otra manera, quizá vivir a lo Isabel Bono -que es una de las mejores experiencias posibles-, pero sobre todo, te prepara para la lucha. Y en este ahora de celeridades, ideas ingeniosas de ciento cuarenta caracteres, de aparentar ser inteligente, de movimientos improvisados, el verso te muestra la vida tal como es, descarnada, difícil, cruda, áspera. Pero también te muestra lo maravilloso que puede ser estar vivo, el hallazgo que supone abrir los ojos cada mañana ante la única certeza posible: uno mismo.

@CrisConsuegra