Sería irreal e injusto exigirles a los responsables de nuestra Feria del Libro que inventen actividades para convertirnos a todos en ávidos lectores; que aquí somos muy particulares, y enseguida le echamos la culpa de todo al otro: no nos rascamos el bolsillo porque no nos ofrecen ideas e iniciativas interesantes, no acudimos a la cita literaria porque hace calor o llueve... El éxito o el fracaso de una cita de estas características es el éxito o el fracaso de una sociedad, y de su visión completa o miope del progreso.

Lo cierto es que los libreros batallan todos los días, no sólo la semana en la que sacan sus estanterías al exterior, contra unos índices de lectura estrepitosos, flagrantes -y no, que el mundo actual no empezó en 2008, con la irrupción de la crisis: cuando teníamos parné, las cifras de afición a la letra impresa no eran espectaculares, ni mucho menos-. Pero tampoco es menos verdad que los responsables de la Feria del Libro llevan varias temporadas enrocados en un discurso tremendo y apesadumbrado -insisto: no les faltará la razón-, de ésos que, la verdad, pocas veces sirven para superar los obstáculos. Contra los malos datos, contra las bajadas en ventas, contra las malas sensaciones, toca imaginar, crear ideas que inviten y atraigan. El libro, como ningún otro producto cultural, no se vende por sí solo en nuestro tiempo; hay que rodearlo de cierto poder de atracción, de ingenio, darle una especie de plus que reinvente la historia de alguna manera. Y en eso, la verdad, es que nuestros libreros no han sido unos hachas. Ojalá la nueva ubicación de la Feria del Libro, el Palmeral de las Sorpresas, signifique un viraje, un cambio de rumbo en un sector local demasiado lastrado ya por la crisis. Ya se ha dado el paso por salir de un enclave, el Paseo del Parque, que, mejor o peor, no era atractivo para los potenciales clientes. Ahora, insisto, toca imaginar, seguir adelante, no esperar sentados. Y eso es tarea de absolutamente todos.

@vagomez