La noticia que más conversaciones ha generado esta semana ha sido, sin duda, la de la atribución del cáncer de garganta de Michael Douglas a la práctica del cunnilingus. Las sonrisillas y los chistes ante el titular desvelan que aún somos una sociedad sexualmente reprimida -el humor surge muchas veces como reacción a una situación incómoda-, especialmente en lo tocante -perdón: ven, ¡yo también lo he hecho!- al placer femenino. Encima, los programadores de Canal Sur, que deben de ser unos cachondos de cuidado, incluyeron en su parrilla nocturna el pase de Instinto básico, con esa famosa escena en la que Douglas le ejecuta un cuni a Sharon Stone.

El actor ha terminado desmintiendo tal atribución, aunque declaró que si el asunto ha servido para concienciar a la gente sobre los riesgos del virus del papiloma humano lo da todo por bien empleado. No es la primera vez que Michael Douglas es el poster boy, como dicen los anglos -aquí podríamos traducirlo como hombre anuncio-, de una enfermedad o síndrome: ¿recuerdan cómo en los años noventa, tras estrenar Acoso, confesó públicamente su adicción al sexo? La verdad es que jamás he entendido eso de ponerse como ejemplo o mártir de algo ante la sociedad, creer que eres alguien realmente valioso como agente social, vital. ¿Qué se busca con ello? ¿Empatía? ¿El aura magnética del martirio? Fíjense en Angelina Jolie, en su cara durante sus últimas apariciones públicas tras anunciar su doble mastectomía: ¿No le ven esa mirada como entre la lágrima y la alucinación, en busca de la divinidad, con la que siempre se ha pintado a los mártires? En realidad, la Jolie lleva años con esos ojitos como de fuera de este mundo, desde que empezó su tarea como embajadora de las Naciones Unidas y poniéndose pañuelos en la cabeza en sus visitas a países árabes.

Me parece más honesto que una celebrity de cualquier tipo me anime a que compre un producto en un spot a que se arrogue cualidades y valores que claramente exageran su rol en la sociedad. Será que estos famosos no se conforman con ser estrellas, dioses en la tierra; al ser todopoderosos nadie valora en realidad sus condiciones porque a los dioses les vinieron dadas por nacimiento. No, prefieren ser héroes, humanos esforzados que llegaron a lo sobrehumano y nos iluminan con su ejemplo, de ésos que dicen que la humildad siempre está por encima de todo y nos conminan a que apadrinemos niño, donemos pasta y nos sensibilicemos con tal causa porque ellos lo han hecho. En realidad, ahora les viene eso con el cargo de famosos: ¿no vieron la escena de Brüno protagonizada por dos hermanas que, en serio, se dedican a asesorar a celebrities sobre qué campañas sociales son más cool y conceden una mejor imagen pública? Pues eso.

Y, ojo, yo soy absolutamente mitómano -tengo un panteón de aquí no te menees- pero jamás en mi vida he tenido un héroe. Porque, al final, los héroes son nuestra cobardía: personas que libran nuestras batallas por nosotros. Así que Angelina, Michael, suerte en vuestras batallas personales que yo lucharé las mías.