Subiendo la escalinata del Teatro Municipal, Matilde López-Garrett aminoró el paso; no quería parecer nerviosa en su primer día. Recién nombrada directora de la Orquesta Filarmónica Metropolitana, era toda inseguridad desde que el Alcalde la llamara ofreciéndole el puesto. Demasiado joven, demasiado inexperta.

Pisó el enmoquetado suelo del teatro con alivio. La familiaridad se convirtió en su armadura.

En su elegante despacho, tomó conciencia del cargo antes de recibir a su secretaria. Entró empapada en un mar de asuntos: «Comisión Artística», «Comité de Empresa», «Expediente disciplinario a Kovacs»... «Y hablando de Kovacs, ¿Va a seguir de ayuda o volverá a ser flauta titular?»

-Yo también tengo una pregunta.

Un tipo trajeado y sonriente, asomado a la puerta del despacho, interrumpió a la secretaria:

-Oh, perdone la rudeza; Reynaldo Piña, vocal del Consorcio de la orquesta.

-Encantada...

-También soy el responsable de que esté usted ahí sentada, señorita López-Garrett. A lo que iba. Como dije, tengo una pregunta. ¿Ha pensado ya en la programación de la temporada? Ya sabe, obras autores...

-Bueno, acabo de llegar...

-...Porque resulta que yo sí y tengo un par de sugerencias. Se las traigo por escrito.

Matilde echó un vistazo a la propuesta, su mandíbula inferior descolgada: John Williams greatest hits, Antología de series de Televisión, Tributo a los Cantajuegos, Mozart a go go...

-P-pero, acertó a decir, no me parece que estos sean criterios...

-¿Sabe que hemos perdido un cincuenta por ciento de abonados? Como no vuelvan pronto, ya puede ir usted archivando la batuta. Vaya, ahora que los ha abierto tanto, veo que tiene usted unos ojos preciosos. Harán juego con el cartelito de El Corte Francés que coseremos en la espalda de su chaqueta. Llegó el momento de que la Orquesta se financie a sí misma ¿No cree? Vaya, que tarde, tengo almuerzo con mis compinches de la UMA. Siga así, directora, un gran futuro le aguarda.

Matilde se encerró en el baño. Al volver al despacho, una partitura presidía la mesa. A pie de página alguien había escrito: «Va a necesitar ayuda».

Bajó a las salas de ensayos, donde Laszlo Kovacs ensayaba con desgana.

-¿Reconoce esto? Preguntó Matilde.

Es un fragmento de El aprendiz de brujo, de Dukas. la última obra interpretada con Bartomeu, el anterior director, antes de que desapareciera. No me mire así -sonrió- aunque me expedientara, no tuve nada que ver con eso.

-Y ¿por qué ha aparecido en mi mesa?

Kovacs se encogió de hombros.

Después del ensayo general, Matilde cerraba su despacho cuando una voz brotó del oscuro pasillo.

-No haga caso de lo que digan. Las críticas acabarán destruyéndola como a mí.

Superó la sensación de miedo y se acercó al hombre sombrío.

-No creo que tenga opción. La orquesta se va a pique.

-Eso no ocurrirá, dijo, La voz apagada por una máscara.

-¿Bartomeu?

Volvió a fundirse en las sombras.

A la mañana siguiente, los periódicos publicaban la noticia: «Vocal del Consorcio de la OFM ingresado por ataque agudo de ansiedad». Bartomeu volvió a visitarla esa noche:

-Dicen que el oído humano no puede prestar atención a una obra musical más de tres minutos y medio. Al pobre Reynaldo lo obligué a escuchar a Prokófiev toda la noche.

-¿Por qué lleva máscara?

-La presión me desfiguró el rostro ¿Se lo imagina? Somos músicos. No estamos diseñados para este tipo de tareas... burocráticas. Siga su instinto, Matilde. O fracasará, se lo aseguro. Y enloquecerá, de paso.

La noche de inauguración de la temporada, Matilde, batuta blanca, se disponía a interpretar a Schönberg. Divisó a Bartomeu en el techo, entre los soportes de los focos. Detrás suya, apenas un treinta por ciento del aforo. Cruzó su mirada con la de Kovacs. Sin mediar palabra, repartió una nueva partitura entre los músicos: Desafío total, de Jerry Goldsmith.

-¡Sólo tienes un grano en la mejilla, Bartomeu! -gritó.

La música comenzó a sonar. Bartomeu trató de arrojar el foco principal sobre Matilde. Kovacs saltó de su asiento y la apartó en el último segundo. Bartomeu se precipitó hasta su muerte, arrastrado por el peso del foco.

Un mes más tarde, el aforo del teatro a reventar, Matilde alzó los brazos, y atacó el repertorio. La música fluía, pero ella no la escuchaba. Como si sólo pudiera percibir una onda auditiva de baja frecuencia, el susurro de los muertos.

-Batuta blanca, corazón negro....