«La ardilla de Braque» es el título de la nueva obra del historiador y crítico de arte José Francisco Yvars. En ella reúne ensayos y artículos en torno al arte moderno. El exdirector del IVAM cree que existe excesiva injerencia política en la parcela cultural.

¿Para qué sirve hoy la teoría del arte cuando todos creen estar en condición de entenderlo?

En 1814 un importante teórico británico escribió un artículo feroz en el que se preguntaba por qué no había progreso en arte y sí en ciencia. Pues porque la ciencia es acumulativa. El arte son respuestas formales y puntuales que se resuelven, intuición. Otra cosa son las destrezas artísticas, que se aprenden. El problema del arte es una precisión formal muy concreta y por eso siempre he dicho que no es expresividad sino un conjunto de variables.

¿Hay que seguir dándole importancia a la crítica o ha quedado como un ejercicio de retórica y filosofía?

La crítica es fundamental. Ortega ya diferenciaba entre historia y crítica. La historia sitúa las dos coordenadas de un historiador: la cronología y la comparación. La crítica permite entrar en el análisis de una obra concreta.

Sin embargo, cierta banalidad acompaña hoy al arte y cada vez será más complejo explicarlo.

Vivimos en una época abrumada por la imagen y en el mundo de hoy hay dos variables preocupantes: la banalización de casi todo y la venalización de todo, esto es, todo es trivial y todo es vendible. Y eso no es cierto. Pero ante cualquier experiencia estética el artista ha de poner todo en juego. Lo que veo es que no hay un esfuerzo paralelo, o sea, que la obra se produce sin experiencia estética. Pero a mirar también se aprende. Hoy se ha entrado en el fetichismo del me gusta o no me gusta sin entrar a argumentar porqué. Para la izquierda la cultura es siempre un frente enemigo y para la derecha es propaganda.

En los noventa todos querían su museo. Hoy sobran o no se pueden mantener. Y en lugar de calidad tenemos cantidad.

Sí. Los grandes museos se deberían haber potenciado. Hoy están muy escasos de nuevas aportaciones. La cantidad acaba devorando la calidad. Los grandes museos necesitan de una inversión brutal y se han convertido en una especie de pivote que justifica una inexistente política cultural. Hay demasiados museos. Antes de construirlos habría que haberse planteado con qué se iban a llenar.

¿El arte contemporáneo ha corrido demasiado rápido en los últimos lustros y por eso apenas ha logrado consolidar casi nada?

El mero hecho de la contemporaneidad es inmediatez, velocidad. No hay elaboración, hay acción. El arte que se tiene que explicar siempre es inquietante. El arte debe provocar una experiencia sensible. Eso no quiere decir que el incesante incremento de nuevas tecnologías no tenga que asimilarse.

Antes, muchos dieron por muerta la pintura.

Pero no morirá. La mano, el gesto primitivo de apropiarte de la imagen a través del trazo es connatural a la especie humana. La pintura no pasará por su carácter antropológico. Habrá altibajos, mimetismo, pero ese afán de dejar testimonio ahí está. Es como el cine antiguo. O la fotografía. Todos tienen una cámara, pero se trata del instante.

¿Hay un antes y un después en el arte español tras Miró, Picasso, Saura, Ràfols, Guinovart, Alfaro, Tàpies, Chillida..?

No. Diría que existió una generación que vivió con una mirada cosmopolita un tiempo de experiencias artísticas que en momentos más cerrados no se habían podido vivir. Esa generación ha sido de grandes sensibilidades porque tenía un nivel de exigencia muy alto y el mundo era un poco más homogéneo. Se dejaba trabajar al artista y se le exigía unas intervenciones señeras, pero puntuales. No tenían que estar en contante demostración. Pero sí, creo que los cincuenta primeros años del siglo XX han sido fundamentales.

¿Y los primeros veinte años del siglo XXI son interesantes?

A mí entender no. Hemos pasado un momento de saturación informativa en el que había que estar en alerta constantemente. Cuando yo era joven los artistas hablaban entre ellos, ahora no.

La crisis también se ha llevado por delante el arte. Además de una generación de artistas, parece que nada de lo que antes valía hoy es válido.

Ésa es una reflexión economicista. La especulación en el arte siempre ha existido. Esa idea de la que habla es la que siempre ha impregnado al pequeño burgués coleccionista. La clase media compraba antes un cuadro y le preguntaba al galerista cuánto incremento económico tendría el mismo cuadro en un año. Hay que comprar una obra de arte porque gusta a quien la compra no como producto de inversión.