El Teatro, con mayúscula, es una fuente de anécdotas e historias y Málaga no es una excepción. Quien firma este reportaje ejerció la crítica teatral en Radio Nacional durante una larga temporada. Desde 1949 hasta 1978. Durante ese largo periodo de tiempo comentó numerosos estrenos y representaciones en el único teatro que funcionaba en Málaga, el Cervantes.

Muchas veces, cuando acudía al debut de una compañía, lo pasaba muy mal porque la asistencia del público era tan escasa que me sentía incómodo y avergonzado ante los actores y actrices por el desdén de los malagueños hacia ellos, que actuaban como si el coliseo estuviera lleno. Los pocos que acudíamos tratábamos con nuestros calurosos aplausos disimular la falta de espectadores.

Pasaron por el Cervantes en la época que comento compañías tan acreditadas como las de María Fernanda Ladrón de Guevara, Tina Gascó, Amparo Rivelles-Alicia Palacios, Enrique A. Diosdado, Enrique Guitart, Navarro-Bassó, Fernando Granada, Társila Criado, Doroteo Martí con la famosa Ama Rosa, Lili Murati y otras que tras estrenar obras en Madrid hacían giras por provincias. Las únicas agrupaciones o compañías que llenaban el Cervantes eran las de revista, como las encabezadas por Antonio Casal y Ángel de Andrés, Maruja Tomás, Celia Gámez, las hermanas Daina... y las folclóricas Lola Flores, Juanita Reina, Conchita Piquer, Estrellita Castro... y el debut del malagueño Antonio Molina.

Les acompaño en su sentimiento

Yo no estuve -fue varios años antes de iniciar mi carrera periodística- en una representación a cargo de una compañía que no viene al caso.

Como queda apuntado en uno de los párrafos anteriores, el Cervantes presentaba un desolador aspecto. Cinco o seis filas ocupadas y el resto vacío. En los palcos, algunos de los propietarios de los mismos, y en las localidades de segundo piso, tercero y general, unos pocos más.

Al levantarse el telón, la primera escena correspondía a un duelo. Actrices enlutadas y con velos negros como era costumbre entonces, los actores de luto riguroso y, los diálogos, de acuerdo con el momento... Recuerdos al difunto, de lo bueno que era, qué iba a ser de su mujer e hijos, una pérdida irreparable, ¡ay qué pena más grande!, llantos, gemidos...

Y así durante cinco o seis minutos. En medio de aquella pena, uno de los espectadores se levantó de la butaca que ocupaba y con el tono de voz que correspondía a la triste situación que estaban representando los actores, dijo: «Les acompaño en su sentimiento. Buenas noches».

Se puso el sombrero y en medio del desconcierto de los actores y sorpresa del escaso público, se dirigió a la salida mientras caía el telón como último recurso.

El frío

En esta ocasión sí estaba yo en el Cervantes. Actuaba Conchita Piquer, la número uno de la canción española. Era enero o febrero, con un frío que calaba los huesos y con menos público de lo que las folclóricas congregaban habitualmente. Se habían dado muchos casos de catarros y gripe.

Y el Cervantes, como era norma por aquellos años de crisis de espectadores, no puso en funcionamiento la calefacción, que creo que ni siquiera funcionaba. Hasta el Ayuntamiento de Málaga, presidido por Pedro Aparicio, no lo adquirió, la calefacción no se encendía.

Cuando la Piquer salió al escenario para iniciar su actuación los espectadores advirtieron que sobre el traje de lunares llevaba una rebeca. La famosa canzonetista antes de cantar se disculpó: «Perdonen, es que hace mucho frío». Y cantó como ella sabía hacerlo.

En todas las posteriores intervenciones, aunque cambiara de vestido, la famosa artista se abrigó con la rebeca gris que sacó en el primer número.

¡Baje aquí, hombre!

En una de esas sesiones de poquísimo público, el empresario, a la sazón don Braulio Murciano, al comprobar por la hora que no iba a entrar ni un espectador más, supo que en la tercera planta del teatro solamente había ¡una persona!

Desde el mismo patio de butacas se dirigió al solitario señor de la tercera planta y le dijo: «Baje aquí, hombre». Y como el aludido no se dio por enterado, el empresario mandó a uno de los acomodadores a invitarle a ver la función en el patio de butacas, o sea, la mejor localidad. El hombre bajó y don Braulio reiteró la invitación. «Siéntese donde quiera. Yo le invito».

Escándalo

Lo que sucedió el 17 de enero de 1886 en el Teatro Cervantes no lo viví yo. Aunque tengo bastante edad no llego a tanto.

En el Teatro Cervantes se representaba la zarzuela Marta. La tiple Matilde Montañez se equivocó en varias frases del tercer acto. En los espectadores que ocupaban el palco proscenio de la izquierda se produjo un rumor de desaprobación. La cantante reaccionó de forma airada, y con la fusta que portaba por exigencias del personaje que representaba, les amenazó y los tildó de «malos caballeros». El público, en masa, protestó por su actitud. El esposo de la tiple, Rafael Villalonga, revólver en mano, se dirigió al proscenio con «intenciones siniestras», según la nota de prensa publicada al día siguiente, pero un oficial de la Guardia Civil lo detuvo. El gobernador civil, que estaba en el teatro, convino al airado marido que en nombre de su esposa diera una explicación al público, pero al no hacerlo de forma correcta, se reanudó el escándalo. Al día siguiente, en lugar de cantar Marta la señora Montañez le sustituyó la tiple cómica, señora Chavarri.

¡Qué vienen los poetas!

Una de las emisoras de radio de Málaga organizó en el Cervantes una función o representación en la que iban a alternar cantaores de flamenco con sus guitarristas y bailaoras y olés con la intervención de rapsodas y poetas con sus poemas, odas y sonetos.

Cuando el escenario lo ocupaban los flamencos, la mayoría de los espectadores lo pasaban en grande porque eran auténticos admiradores del cante jondo, las bulerías, los zapateados, los tanguillos de Cádiz y los cantes de Málaga; pero cuando los poetas les sucedían en la programación alterna -flamencos, primero, y poetas, después, y así sucesivamente-, el entusiasmo se enfriaba. No todos estaban preparados para las rimas y los cantos a la naturaleza, la vida, la pena, la muerte y el amor.

El espectáculo se fue desarrollando de acuerdo con el orden establecido, pero al terminar uno de los fandangos jaleados por la mayoría y tocar el turno a la poesía, un espectador de las gradas de general lanzó el grito: ¡Quiyu, vámonos que vienen los poetas!

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y crítico de teatro de 1949 a 1978