Poco a poco, cada vez más escritores y periodistas se interesan por una página relativamente oculta de nuestra historia reciente, la de la Costa del Sol como refugio dorado de un buen puñado de oficiales nazis perseguidos por medio mundo. Si hace unos meses el malagueño Rafael García Maldonado publicaba El trapero del tiempo, una ambiciosa novela en la que los jerarcas nazis ocultos en localidades como, por ejemplo, Coín, eran parte importante de la trama, ahora el periodista escocés Neil Forsyth lanza San Carlos, una obra basada en una exhaustiva investigación sobre los escondites andaluces y baleares de los criminales de guerra del régimen de Hitler.

Forsyth vivió durante un mes entre nosotros, especialmente en Marbella y en el valle del Guadalhorce, donde bastantes expertos en la Segunda Guerra Mundial aseguran que los nazis establecieron sus refugios, resguardados por soldados del ejército de Franco -residentes de la época aseguran que para llegar a la zona había que atravesar un control militar-. Cuando murió el dictador, el hombre que les otorgaba la inmunidad, la protección, muchos huyeron a Sudamérica. Otros, como Fredrik Jensen, se quedaron; precisamente, este noruego fue el menos discreto de todos ellos: se dejó fotografiar e hizo algún comentario público a los periodistas que se interesaron por él; eso sí, sólo le sacaron frases como: «En Marbella sólo juego al tenis y al golf». Murió en 2011; nunca se sabrá si fue el cómplice que ayudó a escapar a un doctor muerte de Mauthausen como Aribert Heim -de quien también siempre se ha sospechado que vivió un tiempo en la Costa del Sol; en 2005, supuestamente, fue visto en Ibiza-.

Según el autor escocés, quedan algunos nazis entre nosotros. De hecho, para su investigación buscó en Marbella, sin éxito, a Wolfgang Jugler, uno de los guardaespaldas personales del propio Hitler. Jugler asistió en 1997 al funeral de Otto Remer, otro nazi señero -fue uno de los encargados de repeler el ataque filmado en la película Valkiria- que vivió en Málaga, concretamente en Elviria, una ceremonia que, en realidad, fue un reencuentro de prebostes nazis.

Forsyth pasaba los veranos en Ibiza, donde la presencia de nazis siempre fue también la comidilla. «Para un chico con una imagen sobreexcitada como la mía, pensar que cerca de donde yo pasaba los veranos había colinas con residencias pobladas por estos criminales era increíble», declaró el escritor a The Scotsman. Lo mismo puede decirse de muchos chavales que han visto en nuestras playas, sí, en la Costa del Sol, a muchos ancianos altos, tostándose y descansando, mostrando unos curiosos tatuajes, los que revelan su tipo de sangre, una práctica del ejército nazi.