Después de novelas como «El frío», Marta Sanz fue finalista del premio Nadal en 2006 con «Susana y los viejos» y, tras dos aventuras del detective Arturo Zarco, publica ahora «Daniela Astor y la caja negra» (Anagrama)

¿Es su novela una crónica de la transición vista desde el destape y el aborto?

Es una crónica parasentimental de la transición a través de dos hitos que tienen que ver con las conquistas femeninas. Es una novela hecha a base de preguntas para las que ni la narradora, Daniela Astor, ni yo hemos encontrado aún respuestas.

¿Cuál fue la primera pregunta que se hizo?

Si el destape fue un movimiento cultural liberador o todo lo contrario. Y me encontré con que, por un lado, sí fue liberador para las mujeres porque, después de cuarenta años de franquismo y de represión sexual y de ocultación del cuerpo, sus cuerpos podían salir a la luz. Pero eso se convirtió en una arma de doble filo en la medida en que el cuerpo de las mujeres se convirtió en mercancía y se objetualizó.

¿Qué más se preguntó?

Cómo se relaciona la realidad con la representación, cómo esas bellas imágenes de las mujeres de la transición sirvieron para construirnos a las mujeres reales de aquel momento.

Mujeres como Susana Estrada, María José Cantudo, Bárbara Rey...

Sirven para dar cuenta de la relación entre la realidad y sus representaciones. Hay una historia contada en primera persona, la de esta niña de 12 años, Catalina, que habla desde la madurez, contrapunteada con un falso documental donde todas las actrices del destape son protagonistas de una caja diferente: Susana Estrada cuando enseña un pecho al recoger un premio del periódico Pueblo que le entrega el alcalde Tierno Galván; María José Cantudo, Amparo Muñoz y Bárbara Rey como estrella de un programa del corazón de máxima audiencia, para explicar cómo ha cambiado el concepto de obscenidad: antes lo obsceno era que una mujer mostrase su cuerpo públicamente, ahora lo obsceno es que una persona nos hable de su vida privada y de sus bajas pasiones por unas monedas.

La mujer no ha avanzado demasiado en ciertos aspectos.

Una de las cosas que más me preocupa es que siga habiendo brecha salarial entre los hombres y las mujeres. O que las mujeres hayamos perdido la conciencia de que tenemos que reivindicar derechos que aún no tenemos y que pensamos que tenemos. También me parece muy preocupante cómo se ha homogeneizado el modelo estético: cada vez tendemos más hacia un tipo de mujer que tiene que pasar por la cirugía.

En su novela Catalina asume con gusto los estereotipos machistas. Es otro de sus temas: cómo la mujer asume un discurso que le hace daño.

Las mujeres nos construimos con retazos de una cultura que en principio no tiene nada que ver con nuestra mirada, sino que tiene que ver con una mirada ajena, que es la mirada de los hombres, porque la cultura de prestigio es la que han producido los hombres. Catalina es hija de una familia progresista y asume los valores de una cultura patriarcal. Uno de los grandes problemas de este país es que incluso las familias progresistas todavía conservan valores que privilegian el patriarcado.

Le preocupa «la posibilidad de que el ámbito íntimo reproduzca las violencias sistémicas».

Por eso empecé a escribir novela negra antes de escribir Daniela Astor y la caja negra, que no es una novela negra, sino una novela rosa y sentimental en la que el rosa puede ser más negro que lo negro. Cuando me puse a escribir novelas negras quería reflejar en un molde narrativo violento la violencia intrínseca de un sistema injusto que, sobre todo ahora con la crisis, provoca infelicidad, paro y suicidios.

El Gobierno plantea ahora una ley del aborto más restrictiva.

Me parece muy grave que las mujeres tengamos que salir a la calle de nuevo para gritar las consignas de hace cuarenta años.

¿Cómo ve a las adolescentes de 12 años de ahora?

Reproducen esquemas amorosos medievales. Me preocupa mucho que a las chicas les guste que los novios las celen, que las posean y que les digan la ropa que se tienen que poner, y que les hablen mal cuando ellas los traicionan. Reproducen un modelo de amor como posesión que es dañino. Hay un sustrato de violencia de género que dice mucho de las propias mujeres. Reivindico un feminismo autocrítico con las propias mujeres, que no ponemos en cuestión esos materiales de derribo.