La cabeza de Elena Benarroch (Tánger, 1955) no deja de dar vueltas. «Es difícil de controlar un cerebro creativo porque corres el riesgo de sobreexcitarte», reconoce la modista que revolucionó la peletería a principios de 1980 desde su taller-tienda de la calle madrileña de Zurbarán. Benarroch ejerce de judía sefardí de la misma forma que profesa su habilidad de anfitriona: sin complejos y con las puertas de su casa abiertas a la tolerancia y al respeto. «La mejor herencia que recibí de mi padre es mi cultura», asegura orgullosa de una familia que llegó a la capital en 1962 y que huía a Biarritz o a París cada vez que se acercaba la Semana Santa. «Madrid era entonces muy triste», rememora esta mujer capaz de comercializar las joyas que diseña Felipe González o de crear una fragancia con los aromas que encontró en la botica de Santa María Novella de Florencia, la perfumería favorita de Hannibal Lecter. Elena Benarroch no derrocha diplomacia ni simpatía gratuita. Ni lo necesita. Sus amigos, entre los que se encuentran Juan Gatti, Ángela Navarro, Bibiana Fernández, Rossy de Palma, Loles León, Martín Chirino o Miguel Ríos, la quieren como es. «Soy enormemente privilegiada por mis padres, mi educación, mi familia, mis amigos y por ser mujer y haber podido hacer lo que he querido», proclama agradecida a la vida la prestigiosa peletera.

¿Qué balance hace de sus 35 años dedicados al mundo de la confección?

El balance es maravilloso. He tenido la suerte de participar en una España que nacía a la libertad. Cuando abrí mi primera tienda en Madrid, poco antes de 1979, tuve la suerte de rodearme de un grupo lleno de ilusiones.

Lo cuenta como si por aquella época no existiese el desasosiego que hay ahora por la crisis.

¡Claro que teníamos preocupaciones! No sabíamos lo que acarrearía el nacimiento de la democracia. Hubo momentos de incertidumbre; primero con el Gobierno de Adolfo Suárez y después con el de Felipe González. Sin embargo, fueron unos años muy interesantes y productivos para la cultura. Nada que ver con lo de ahora.

La noto un poco pesimista.

Ahora parece que a la cultura, que es el bien más preciado de un país, no se le da importancia. Tenemos un patrimonio maravilloso, un país que no cambiaría por nada, pero no entiendo los ajustes que hace el Gobierno en educación, cultura y sanidad. Estos son los tres pilares básicos de un país.

¿Dónde hubiese metido usted la tijera?

En las autonomías. Se está yendo de España toda la gente que vale. ¡Hasta ha tenido que venir de fuera un médico español para operar al rey! Se equivocan al quitar dinero en educación, cultura y sanidad y eso lo pagaremos en el futuro. Sin formación hay poca esperanza para el futuro.

Eso lo aprendió de su padre.

Efectivamente. La mejor herencia que me dejó mi padre fue mi educación: cosmopolita, francesa y de mente abierta.

¿Es así como recuerda a Tánger, la ciudad en la que nació usted?

Exactamente. Era una ciudad muy cosmopolita. Tánger era un cúmulo de tolerancia y una maravilla de convivencia y de respeto.

¿De qué año me está hablando?

De 1962. Fue en ese año cuando Tánger dejó de ser una ciudad internacional. Nosotros nos vinimos a Madrid. Recuerdo a mi padre que cuando se acercaba el Jueves Santo nos sacaba hacia Biarritz o París escopetados. Todo era música de iglesia en la televisión y no nos íbamos por ser judíos, sino por no entender esa falta de cultura.

¿Percibe usted aún, en la actualidad, cierta persecución, aunque sea soterrada, a la comunidad judía?

Sí y eso que han pasado más de quinientos años desde que fuimos expulsados de España. La ignorancia provoca aún hoy en día una persecución soterrada a los judíos que empezó con los Reyes Católicos. Espero que con la serie Isabel de Televisión Española, los españoles se enteren bien de una vez por todas quién fue esa canalla, esa cabrona, ese ser repugnante que tanto daño hizo a España. Que sepa todo el mundo cómo echó sin justificación a los judíos de España y que reflexionen y se pregunten si no habría sido mejor que nunca se hubiese producido esa expulsión. A mí no me cabe la menor duda y poco hay que plantearse porque la historia está ahí: a España le hubiese ido mejor si ese ser repugnante no hubiese echado a los judíos.

¿Hasta qué punto ha influido en usted su acervo sefardí?

Yo soy una mujer judía, pero de origen judío somos todos. Ser judío es una religión y en mi caso una tradición. Yo no soy religiosa pero respeto mucho las tradiciones y las fiestas. Suelo celebrar el Rosh Hashaná y el Iom Kipur, pero siempre a modo de celebración. No voy a la sinagoga a rezar porque no soy practicante. Mantengo las tradiciones que mamé. Recuerdo siempre a mi abuelo rezando y a mi abuela en la cocina. Mi abuela era igual que yo: una tendera que adoraba la cocina.

¿Existe un lobby judío en nuestro país a semejanza del que existen en otros países como Estados Unidos?

No es un lobby; en realidad, es una comunidad judía. Los judíos se han movido siempre por todo el mundo porque los han echado de todas partes. Cuando llegan a una ciudad lo primero que hacen es mirar a una sinagoga y es ahí donde se les acoge por haber tenido que escapar de algún país. Se crea entonces esa comunidad, esa unión que yo la verdad es que no entiendo como un lobby.

¿Qué análisis hace entonces del conflicto árabe-israelí?

No lo entiendo. Yo acabaría con ese conflicto en 10 minutos.

¿Cómo?

Crearía un estado palestino, mantendría Israel y colocaría a buenos gestores en el estado palestino. Al fin y al cabo, ellos tienen mucho dinero o al menos lo tiene Arabia Saudí, que son sus hermanos árabes. Lo único que sospecho es que con esta solución bajaría el precio del petróleo. En el conflicto de Oriente Medio hay un problema de fondo más financiero que de enconamiento. Los palestinos sólo necesitan un buen gestor que se haga con el estado palestino y los ponga a trabajar.

Y de trabajar sabe usted mucho...

Pues sí. Mi cabeza no para. Las cabezas creativas son muy difíciles de controlar. Es fácil caer en la excitación desmedida. Por eso, aunque no hago dieta para adelgazar, hago una dieta que excluye los lácteos, los azúcares y las harinas. Además hago ejercicios de relajación y mucho yoga para evitar los subidones y los bajones. Pero no puedo dejar de trabajar: en las pieles, en la confección, en el diseño de perfumes o en la joyería.

Joyería que vende junto a las piezas que diseña Felipe González, ¿es fácil trabajar con él?

¿Fácil? Lo que es un privilegio es tener a Felipe González como amigo. Soy una privilegiada.