No era una estrella pero conocía como nadie las intimidades de Hollywood. Scotty Bowers, uno de los gigolós de más éxito en la fábrica de sueños, vivió en primera persona la doble sexualidad de leyendas del cine cuya imagen pública no se correspondía con su realidad entre sábanas. Powers ha esperado a llegar al último rollo de su vida para contarlo con pelos y señales en un libro: Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood (Anagrama).

A sus 90 años, Bowers, exmarine, bisexual y protagonista de la gran crónica rosa y verde de Hollywood, tuvo una actividad frenética en los años 40, convertido en gigoló y también en celestino que conseguía a las estrellas de la gran pantalla chicos y chicas a cambio de fuertes sumas de dinero. Bowers no se corta ni un pelo al hacer la lista de sus amantes bisexuales: Cary Grant, Montgomery Clift, Rock Hudson, Spencer Tracy o Walter Pidgeon. También cuenta chismes no relacionados con la colonia cinematográfica que afectan al temible amo del FBI J. Edgar Hoover, tan aficionado a travestirse, y a los duques de Windsor, que, según Bowers, eran homosexuales y vivían una farsa como matrimonio. «A Eddy también le gustaban, de cuando en cuando, los tríos con una chica, y otras veces quería una mujer sola, y había ocasiones en que se enrollaba en un trío con Wally y otra mujer. Pero su preferencia clara eran los chicos». Una noche le llevó a Wally «una monada delgada y esbelta y cuando volví más tarde a recoger a la joven para llevarla a su casa, ella me dijo, entusiasmada, que nunca en toda su vida había gozado tanto del sexo. Ni siquiera recordaba cuántos orgasmos había tenido aquella noche. Wally sabía realmente lo que hacía».

Algo parecido a lo que sucedía con Vivien Leigh y Laurence Olivier, que daban a los dos palos. La protagonista de Lo que el viento se llevó era «caliente. Una mujer caliente. Muy sexual y muy excitable. Puesta en faena exigía una satisfacción plena y completa. Aquella noche follamos como si de ello dependiera la supervivencia del planeta. Era estentórea. Chillaba y gritaba y se reía. Tuvo un orgasmo tras otro y cada uno más estruendoso que el anterior». ¿Y Olivier? «Cada vez que le enviaba una pareja a su habitación de hotel, me pedía una chica distinta, pero muy a menudo solicitaba el mismo chico».

Edith Piaf («Hicimos el amor casi todas las noches durante las cuatro semanas que ella pasó en la ciudad») también era bisexual, según Bowers, quien asegura que a la actriz y Katherine Hepburn les llegó a facilitar más de 150 mujeres para vivir su lesbianismo a tope.

A los 23 años, Bowers, que trabajaba en una gasolinera de Hollywood, fue fichado por el actor Walter Pidgeon. Así arrancó su vida de chico de compañía y conseguidor de amantes para sus ricos clientes. Clientes como el mítico músico Cole Porter: «Cole era declaradamente gay e innegablemente promiscuo.

O el director de My fair lady, George Cukor: «Cerró la puerta y nos desnudamos, nos secamos y nos dejamos caer sobre la cama. Se desplazó hacia mí, empezó a acariciarme...». Lo que sigue no es apto para menores.

Katherine Hepburn y Spencer Tracy formaron una de las parejas más estables y presuntamente felices de Hollywood, pero Bowers desmonta el mito: «Hepburn era lesbiana y no me imaginaba a aquella mujer incuestionablemente hombruna teniendo un idilio con un hombre, ningún hombre». Le gustaban las chicas «morenitas, guapas y no demasiado maquilladas». Tracy «era un buen jodido amante. El gran Spencer Tracy era otro bisexual». Tras una gran borrachera en la que Tracy se sinceró sobre lo mal que le trataba Hepburn, «le desvestí, me desvestí yo también, me metí en la cama y le abracé fuerte como a un niño. Siguió babeando y maldiciendo y quejándose. Había bebido tanto que yo apenas entendía ni una palabra de lo que decía. Intenté apaciguarle (...) pero él no estaba dispuesto. Al contrario, posó la cabeza en mi ingle (...) Era el último hombre en el mundo de quien yo esperaba una iniciativa semejante, pero le complací de buena gana (...) Aquel fue el primero de los muchos encuentros sexuales que tuve con Spencer».

Cary Grant era «íntimo amigo» de otro actor especializado en westerns, Randolph Scott: «Tuve la prueba el mismo fin de semana que pasé con ellos. Los tres hicimos muchas travesuras juntos. Me gustaban muchísimo los dos y era evidente que también ellos se querían mucho. No sé si sus mujeres respectivas llegaron a enterarse de lo que había entre ellos».

Del gran diseñador de vestuario Cecil Beaton cuenta: «Le preparaba un té, me metía en la cama a su lado, le daba un masaje, le desfruncía el ceño y le guiaba hacia una larga y pausada sesión de sexo hasta que se dormía como un bebé».

Tyrone Power, de gustos un tanto escatológicos, era «escandalosamente guapo»: «Las mujeres se derretían con él y se acostaba con bastantes de ellas, pero prefería con mucho a los hombres. Me llamaba a menudo y me pedía que le mandara a un jovencito. Algunos de sus gustos sexuales eran bastante extraños y excéntricos, pero a ninguno de los chicos parecía importarle».

«Errol Flynn me dijo que estaba buscando algún nuevo talento. Pero se refería a mujeres. Dije que haría lo posible por complacerle. ¿Qué clase de mujer busca?, le pregunté. Bueno, digámoslo de este modo, dijo, me gusta la bebida añeja y las mujeres jóvenes. Muy jóvenes. Las dos cosas siempre forman una combinación agradable, ¿no le parece?».

Y Montgomery Clift era «una loca temperamental y malhumorada que tenía una asombrosa lengua viperina. Era de lo más quisquilloso en materia de amantes».