Celebramos hoy los primeros diez años de existencia del Museo Picasso Málaga, pero su gestación no fue ni sencilla ni corta; de hecho, también podríamos conmemorar estos días los sesenta años de un hecho clave en la génesis de la pinacoteca y, por tanto, fundamental en el acontecer reciente de nuestra ciudad. Porque en 1953, Juan Temboury, un político de la época que era mucho más que un político de la época -un delegado de Bellas Artes comprometido con el patrimonio de su ciudad: a él le debemos la conservació de la Alcazaba, por ejemplo- le remitió una carta a Pablo Picasso en la que le proponía una, entonces, alocada idea... ¿Por qué no, señor Picasso, ceder algunas de sus obras para levantar un museo dedicado a usted en su propia ciudad? Sí, sabemos de su odio a Franco pero el arte está por encima de todo eso. Y, además, tenemos el sitio perfecto: el Palacio de Buenavista, en plena rehabilitación. El genio leyó la carta y dicen que se lo pensó, aunque pudo más su ferviente odio al franquismo: «No volveré a España hasta que muera Franco». Y sus obras tampoco lo harían.

Un proyecto frustrado que podía haber quedado en el cajón de las ambiciones malogradas de no ser por Christine Pauplin, la mujer de Paul Picasso, el primogénito del malagueño. Ella supo de la carta de Temboury, también comprobó que a su suegro la idea le parecía tentadora y, sobre todo, emocionante: un regreso a casa, a donde empezó todo.

Llegó 1973, veinte años de la recepción de la misiva, y Franco seguía vivo. Pero Picasso cayó. Paul heredó la parte que le correspondía de la obra de su padre, pero pronto también falleció. La pelota estaba, por tanto, en el tejado de Christine. Ella lo tenía claro: la colección que heredó debería estar en Málaga. Pero, inexplicablemente, los deseos de la mujer no se materializan: cuentan que las autoridades a las que trató de visitar o no la recibían o no creían que la mujer lo dijera en serio.

Flash forward. 1992. La conservadora de arte y gran factótum del Museo Reina Sofía, Carmen Giménez, almuerza en el restaurante Antonio Martín para escuchar una propuesta de las autoridades: querían hacer una exposición de Picasso con muchos picassos, una gran cita para que Málaga también celebrara a lo grande el quinto centenario del descubrimiento de América. Giménez sabía a qué puerta llamar: la de la familia del genio. Todos, Claude, Paloma, Marina, Christine y su hijo Bernard participaron en el acto y conocieron una ciudad, Málaga, que estaba planteándose ya muy seriamente su vinculación picassiana -la Casa Natal llevaba ya por entonces cuatro años en funcionamiento-. Así, el 10 de octubre de 1992 se inauguró en el Palacio Episcopal Picasso Clásico: sólo el primer día fue visitada por 3.000 personas; dicen que la reciente historia cultural de nuestra ciudad nació ahí. Dos años más tarde llegó Picasso. Primera mirada: otro éxito. Christine Ruiz-Picasso sonrió: por fin empezaban a entenderla. Entabló una complicidad con Carmen Giménez que terminaría siendo básica para la construcción del Museo Picasso Málaga. Pero faltaba otro vértice del triángulo.

Llegaron los políticos y, con ellos, la lucha, la pugna eterna. ¿Sabían que el Museo Picasso estuvo a punto de instalarse en Sevilla? Los hilos se movieron adecuadamente, y se confirmó que Málaga era la ciudad. En 1994 comenzó la búsqueda de la sede: debía de ser un edificio laico e histórico, con su propia solera -nada de nueva planta-. Se barajan varios lugares, como el edificio actual del Ateneo,en la calle Compañía; el Palacio Episcopal o el Convento de San Agustín. Pero ninguno cumplía los requisitos. Entonces la nuera de Picasso recordó la carta de Temboury y que alguna vez Picasso habló del Palacio de Buenavista. En un paseo por el Centro Histórico lo vio y se enamoró del edificio.

Ya estaba todo: las obras y el inmueble que las acogería. Pero la cosa se enfrió: nadie daba los pasos decisivos y se instaló en la ciudad la desconfianza hacia Christine Ruiz-Picasso -¿cuáles eran sus intereses reales? se preguntaban muchos-. El escollo parecía insalvable de nuevo... Hasta que llegó la tercera mujer que compone el triángulo femenino que dio a luz el Museo Picasso Málaga: la consejera de Cultura Carmen Calvo, nombrada en 1996. Calvo sabía que tenía que manejar el asunto personalmente, con un trato cercano y, ni corta ni perezcosa, marchó a la residencia de la nuera del genio, en Evian, con Carmen Giménez. Iba a ser una estancia de dos días pero terminó siendo de una semana. El triángulo de mujeres se había formado y el Museo Picasso Málaga ya era imparable. La consejera aceleró la compra del Palacio de Buenavista; un salto al vacío: no había aún acuerdo para la cesión o préstamos de las obras de Picasso. Christine supo que por fin las cosas se estaban tomando en serio y anunció su donación: 20 de noviembre de 1996, 138 piezas.

La pinacoteca no era un sueño, empezaba a ser una realidad. Y muchos querían subirse al tren en marcha. La entonces alcaldesa, Celia Villalobos, se mantuvo al margen de las primeras negociaciones; hubo que convencerla, pues incluso trató de contactar con Christine con la mediación de un amigo. Pero nunca hubo feeling entre ambas mujeres... Los triángulos tienen tres lados.

Bernard Ruiz-Picasso, hijo de Christine y nieto del firmante del Guernica, también empieza a tener que decir. Comunicó pronto que estaba dispuesto a donar y ceder obras. De repente, el Palacio de Buenavista parecía quedarse pequeño para el stock picassiano que se venía encima. Por no hablar del descubrimiento, durante las obras de rehabilitación, de un potente yacimiento arqueológico en el subsuelo del Palacio: más dificultades, más retrasos... Más de uno y más de dos pensaban que el proyecto estaba gafado. Pero todos pusieron de su parte.

Flashforward. 27 de octubre de 2003. Por fin, la inauguración del museo que iba a cambiar a toda una ciudad. El mundo del arte fijó sus ojos aquí, en nosotros, en una ciudad que hasta entonces no había destacado precisamente en el mercado de la vanguardia. Pero aquel día lluvioso a más no poder todo el que tenía algo que decir en lo artístico vino a vernos, asistió al regreso del pintor a su tierra.

Y llega el día a día de una pinacoteca, las colas, las exposiciones, los sustituciones de director artístico... La cotidianidad de un museo que sigue vivo. Porque el Museo Picasso Málaga ha seguido cambiando, creciendo. Así, por ejemplo, fundamental fue la fusión de las dos fundaciones que regían los destinos de la pinacoteca, la Museo Picasso de Málaga (adscrita a la Junta de Andalucía) y la Paul, Christine y Bernard Ruiz-Picasso: ya no había dos bandos, sino uno solo. Por no hablar de otra fecha básica, la cesión de otros 78 picassos para engordar la colección permanente del Museo. Y lo que nos quedará por vivir.

Se cumplen, por tanto, diez años de un museo que parece haber estado siempre entre nosotros, en Málaga. Como siempre nos ocurre con las cosas buenas, necesarias.