A Rafael Alvarado le gustaría despertar un día en una Málaga que apreciara el arte de su tiempo y no siguiera como canon absoluto de belleza con los pintores del siglo XIX y quienes en el XX siguieron ese camino trillado y sin sorpresas. «A lo mejor dentro de 10 ó 15 años, con el Museo Picasso por un lado y el CAC sobre todo, que trae a artistas internacionales, se habrá producido un cambio y la gente no tiene esos gustos tan añejos y decimonónicos», plantea.

Lo dice un malagueño de 1957 criado en la Judería que a los 12 años, apoyado por sus abuelos, ingresó en la Escuela de Artes y Oficios y recibió, ante todo, una formación que estaba más atenta a Denis y a Moreno Carbonero que a las vanguardias de su siglo, ya talluditas.

Y eso que precisamente fueron los cuadros de Moreno Carbonero y compañía, en el Museo de Bellas Artes de Málaga, el hoy Museo Picasso, los que primero cautivaron al entonces niño de 6 años. «Cuando jugaba en el entorno de calle Granada, me metía en el museo porque era amigo del conserje y el ver aquellos cuadros me tuvo que influir en mi vocación», confiesa.

En la Escuela de Arte llamó la atención del profesor y pintor Virgilio Galán quien le exigió más que al resto, como hacía con los alumnos destacados. «Me enseño a preparar lienzos y tenía que pintar diariamente un paisaje», recuerda.

La enseñanza «academicista» de su tiempo la suplió, como otros alumnos, compartiendo libros de arte con las obras de impresionistas, postimpresionistas y de Picasso. «Hacíamos una pintura más realista y de pronto ves esos colores y esa fuerza, el cubismo... y aunque no te hablen de eso te sientes atraído».

Tras su paso por la escuela, otro artista que le marcó fue el recién desaparecido Francisco Hernández. «Fue en mi primera exposición, en Torre del Mar, en 1979. Antonio Souviron, el futuro alcalde de Vélez me lo presentó y lo vi como un padre. Durante 6 años iba todos los fines de semana, le llevaba mis carpetillas y él me daba consejos. Me ayudó muchísimo», resume. Para Rafael Alvarado, «Paco Hernández fue siempre una persona de gran corazón que había vivido de verdad el arte, sintiéndolo y viviéndolo como un artista», resume.

En esos años ya se fraguó la senda artística de Rafael Alvarado, una pintura que él mismo califica como poco comercial, alejada del academicismo pero como también subraya, sin olvidar a los clásicos. Por eso en su estudio actual, cerca de la plaza de San Francisco, no faltan recortes con obras de Lucien Freud y Velázquez (el hipnótico retrato de Inocencio X). «A mí me han influido mucho Picasso y Van Gogh, el primero por su carga expresionista y el segundo por lo que ha hecho con las formas. Tú eres de tu tiempo y tienes que establecer un puente entre la tradición y tu tiempo, en mi obra se da ese tensión por no repetirme y por mantener ese diálogo entre la tradición y lo nuevo».

En su juventud le maravilló la apertura de horizontes que planteaba el colectivo malagueño Palmo. A comienzos de los 90 marchó a Madrid, donde estuvo un par de años formándose. «Por entonces era un hervidero con Barceló, Pérez Villalta, la movida... fue muy importante para mí».

En 1994 recibe la Beca Picasso del Ayuntamiento de Málaga y en el 98, el I premio de Grabado Ateneo Universidad de Málaga, al tiempo que realiza exposiciones en Madrid y por toda la provincia. Su obra se encuentra hoy en colecciones públicas y particulares de Málaga, Madrid, Sevilla, Francia o Chile.

El pasado 31 de octubre se inauguró la exposición Papeles confidenciales, que recoge una selección de la obra del pintor malagueño desde 1985 hasta la actualidad. La muestra, que puede verse hasta el próximo 29 de diciembre, tiene una primera parte basada en el retrato familiar, con su abuelo, el electricista Rafael Alvarado Montoya (Málaga, 1909-2002), como gran protagonista, mientras que la segunda parte está centrada en el retrato social.

Para el artista malagueño, esta exposición es muy especial y así lo cuenta: «No te puedes imaginar la emoción que es, en un marco como el MUPAM, que empiecen a ver tu carrera artística, no ya desde el punto de vista económico sino en cuanto a reconocimiento, en un espacio museístico. Es la emoción de estar ahí viendo tu obra». Una emoción que también se contagia a todo el que se pasa a disfrutar de los Papeles confidenciales de Rafael Alvarado.