Hotel Quintana, en Colliure, un pequeño pueblo costero de Francia. 22 de febrero de 1939. Yace el cadáver de Antonio Machado, de 63 años, exhausto por el camino hacia el exilio; al lado, su madre, de 85, mantenía un hilo de vida. Los pulmones de Machado dijeron basta horas antes. Habla Matea, su cuñada, que, entre otros acompañaba a Machado en la huida: «Como la habitación del hotel era pequeña tuvieron que sacar el cadáver alzándolo sobre la cama en la que mamá Ana estaba inconsciente». La madre murió pocos días después. Ése fue uno de los finales desdichados y negrísimos que ofreció el exilio a bastantes de nuestros compatriotas, y, entre ellos, una larga lista de escritores. Estos días, 75 años después, ese hotel, que sólo abre para aprovechar la temporada alta veraniega, sigue siendo lugar de peregrinaje de aficionados de todo el mundo; estos días, 75 años después, todavía la tumba de Machado en el pueblecito francés presenta flores frescas y frases de admiración.

Pero para no caer siquiera en la tentación del olvido, de dar por supuestas las peripecias y esfuerzos de autores señeros de nuestra tierra, Andalucía, que un día tuvieron que convertirse en polizontes, refugiados y sombras de sí mismos para buscar un futuro mejor, el Centro Andaluz de las Letras dedicará un completo programa de actividades a lo largo de todo el año. Los tres cuartos de siglo del fallecimiento de Antonio Machado ofrecen la excusa de la fecha redonda, usual asidero conceptual en estos casos; a partir de ahí se tirará del hilo de otros imprescindibles que se vieron en tesituras similares, si bien no tan trágicas, que sufrieron en sus carnes la crueldad del viaje forzoso.

Unos más conocidos; otros, salvajemente poco laureados. Como, por ejemplo, María Teresa León, la mujer de Rafael Alberti; no sólo una escritora con nombre propio por méritos, también una activista por la cultura -suele decirse que fue Alberti uno de los grandes responsables de la evacuación de los cuadros del Museo del Prado, pero Josep Renau, director de Bellas Artes de entonces, le encargó a ella llevarse los cuadros para evitar el bombardeo de la Legión Cóndor-. León representa la gran secuela del exilio: que la distancia y el tiempo hayan provocado el desconocimiento. «Mi madre seguirá en el exilio hasta que España publique toda su obra», comentó recientemente su hija, Aitana Alberti. De ahí la importancia capital del rescate que acometerá a lo largo de la presente temporada el Centro Andaluz de las Letras.

Otro aspecto interesante es la marca indeleble que dejó el exilio en la poesía de muchos de estos autores, que, seguramente, habrían confeccionados versos en otros tonos y en otros compases si hubieran permanecido en su tierra. Pensemos, por ejemplo, en Emilio Prados, otra de las firmas ilustres que analizará el CAL, que, sólo desde México, pudo componer con la nostalgia y la hondura necesarias algunos de los poemas filosóficos y existenciales que destacan en su trayectoria poética del exilio. «Te llamé. Me llamaste/Brotamos como ríos/Entre nuestros dos cuerpos/¡qué inolvidable abismo!», o cómo expresar distancias físicas, románticas o, por qué no, también geográficas y vitales.

Son dos ejemplos de una lista de nombres casi infinita. María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Luis Cernuda, Francisco Ayala, Juan Rejano, Adolfo Sánchez Vázquez... Merece la pena detenerse en este último, que nos dejó, también en México, hace sólo tres años. Porque Sánchez Vázquez no sólo vivió el exilio sino que lo estudió, lo analizó en volúmenes como Exilio y filosofía, Fin del exilio y exilio sin fin y Del destierro al transtierro. Él ofrece una visión del exilio menos arquetípica, para nada relacionada con la nostalgia, la pérdida -obvio en el caso de un hombre que escribió estos versos: «»[...] mi vida está fundada / en no afirmar las plantas en el suelo»-. En su opinión, el exiliado está condenado a serlo para siempre, independientemente de los vaivenes políticos y de los países. «Si para ver la luz de aquella tierra/y recobrar de pronto lo perdido/he de olvidar el odio y lo sufrido/ y cambiar la verdad por lo que yerra,/prefiero que el recuerdo me alimente/conservar el sentido con paciencia/y no dar lo que busco por hallado/que el pasado no pasa enteramente /y el que olvida su paso, su presencia/desterrado no está, sino enterrado».

Hay muchas historias, muchas miradas, muchas visiones. José Luis Abellán calculó en su imprescindible El exilio español de 1939 que cerca de 5.000 intelectuales abandonaron a toda prisa nuestro país con la llegada de Francisco Franco. Varios de aquellos «derrotados pero no vencidos», como apuntó el llorado Manuel Leguineche en un imprescindible reportaje sobre el destierro republicano, recibirán este año un tributo emocionado y merecido.