Años de sangre y fuego, 1936...,1937...,1938...,1939. La agonía de Antonio Machado empieza y se arrastra hasta que el telón del último año de la tragedia cae en Colliure, un pueblecito marino de los Pirineos.

Tras el estallido de la guerra civil, el poeta permanece durante algún tiempo en Madrid, en compañía de su anciana madre y de su hermano José, con su familia. Se encuentra abatido; apenas sale. Su pensamiento está con Manuel, el hermano que tanto quiso y del que nada se sabe. Manuel había iniciado un viaje a Burgos, en compañía de su esposa, para pasar solamente unos días, pero el tren de regreso no vuelve porque en España crece con vértigo la guerra civil. El destino los va a separar para siempre.

La situación se agrava en la capital de España para quienes se proponen resistir al ejército que la sitia. Tras las sangrientas sacudidas de la revolución, más que una ciudad sitiada es un puro frente de batalla. El poeta se siente cada vez más herido de mortal cansancio, y con toda la familia a su cargo emprende el terrible peregrinar hacia el exilio. Llegan a Valencia y se trasladan a Rocafort, donde las fuerzas y la vida del poeta se van extinguiendo. Sin embargo, sigue escribiendo. Su corazón cansado, guardaba íntegra la emoción de su Castilla eterna. Sus trabajos de ese tiempo se reunieron en un libro, titulado La guerra, el último libro de su vida.

¿Por qué los que se decían sus amigos no le evitaron ese dramático peregrinaje, y las privaciones y las miserias que sufrió y que minaron profundamente su salud y la de su madre? En febrero de 1939, una muchedumbre enloquecida de desgraciados, con los restos de un ejército en derrota, se atropella y lucha por llevarse los enseres más útiles y los recuerdos más queridos, para atravesar la frontera de Francia. Niños, mujeres y hombres que son la más fiel representación de la muerte se hacinan, angustiados, y algunos caen, en ese arrastrarse lento, por los caminos. Y cuando llegan a la frontera, la incertidumbre se dibuja en sus rostros.

A Antonio Machado, con su madre y el resto de su familia, le empujan a una camioneta. Es una masa humana la que se hacina en ella. El poeta sólo lleva consigo una pequeña maleta de ropa y un maletín con «sus queridos papeles». A estos los quiere sobre todas las cosas. Por ellos podría decirse que ha vivido. El camino está lleno de interrupciones. La camioneta no rueda... La asaltan. Fue un espantoso naufragio en tierra. Y hay que ir tirando lo que se lleva. El poeta tira a la cuneta su maleta de ropa... Y conserva con frenesí «el maletín de sus amores», apretándolo contra su corazón.

Pero aún queda la gota del amargo cáliz de su vida. Aún debe desprenderse de lo que es la razón de su existencia... «Señor ya me arrancaste lo que yo más quería...». Ya está el poeta «ligero de equipaje». Ya está casi «desnudo, como los hijos de la mar». Ya puede cruzar en la barca la laguna Estigia, el lago de la muerte...A fin de cuentas, le aguarda el eterno descanso. Sus constantes humanas fueron la melancolía y un contenido volcán que había en su corazón. Y también la desilusión y la pena. Zanjado el caminar alegre de la juventud, todo lo demás se le fue yendo poco a poco de las manos y del alma... No estaban hechos para él los consuelos del amor duradero, ni las comodidades de la fortuna. Su destino estaba dispuesto: «Señor ya estamos solos mi corazón y el mar».

Y para que tuviera más fuerza la tragedia de Colliure, fueron dos los enfermos. En un lecho yacía la anciana madre; en el otro, Antonio. Habían ido a parar a un hotel con rótulo español, el Hotel Quintana. Allí, madame Quintana dio pruebas, con los enfermos, de un profundo humanismo. Al poeta se le presentó la pulmonía. Corría el mes de febrero... Y la vida de Machado llegó hasta el Miércoles de Ceniza. Resulta simbólico. Entonces se extingue. A los tres días fallecía su anciana madre.

Una familia de Colliure quiso que el poeta reposase, junto a su madre, en el panteón que poseía en el cementerio del pueblo. Era un orgullo para ellos y un hermoso gesto de su parte.

El telón ha caído por última vez. La tragedia ha terminado. Mas queda el dolor de los que viven, de los que están en Colliure. ¡Y el de Manuel Machado!