Su carrera arrancó en 1999 como guionista de monólogos para un incipiente programa titulado El club de la comedia. Y poco a poco fue protagonizando sus propios textos sobre el escenario. Luis Piedrahita (A Coruña, 1977) también ha formado parte de los equipos de programas como El Hormiguero y Cruz y Raya, y es director, junto a Rodrigo Sopeña, del filme La habitación de Fermat. En su nuevo espectáculo, El castellano es un idioma loable, lo hable quien lo hable -título también de su libro más reciente-, Piedrahita vuelve a demostrar su particular obsesión por las cosas pequeñas, esas que pasan desapercibidas para la mayoría, como son los textos de los manuales de instrucciones o de las cajas de bombones. Para él, el humor no es otra cosa que «explicar la realidad de un modo inesperado».

¿Qué novedades encontrarán los espectadores que acudan a su espectáculo y que ya hayan leído su libro?

El monólogo es completamente distinto. Nadie que tenga ya el libro se va a sentir redundado por el monólogo. Lo único que comparten el libro y el espectáculo es el amor a los juegos de palabras. Y no sólo juego con las mías, sino también con las del público. Desde el principio, el público está invitado a dejar en una caja una frase o una pregunta. Después, con lo que encuentre en esa caja, trataré de improvisar algunas aventuras humorísticas.

Los que también juegan, y mucho, con el lenguaje son aquellos que sueltan cosas como «finiquito en diferido» o «crecimiento negativo»...

Eso de crecimiento negativo es muy gracioso. Es un oxímoron. Poéticamente es bonito usar términos contrarios y hablar de un silencio atronador o de un fuego helado, pero no para que traten de explicarte estas cosas.

¿Qué es lo más bruto que ha encontrado impreso en un manual de instrucciones o en la caja de un artículo?

Es muy difícil medir el nivel de brutalidad, además, nada de eso te hace mucho daño y, por lo tanto, no es brutal. Lo que sí puedes mirar es el nivel de surrealismo o el nivel de poesía. Recuerdo que en un puré de patatas en polvo, donde se describe minuciosamente cómo hay que prepararlo y explican cómo hay que echar leche, hervirlo..., al final decía: «añadir una cucharadita de sol». Ellos querían decir sal, pero les bailó una letra y quedó algo tan bonito como eso, que es poesía pura. El mismo baile de una vocal provocó que un anuncio hablara de un recibidor de madera «con cojones de bambú». También cambiando una «o» por una «a», encontré un menú de un restaurante chino que ofrecía «bolitas de polla fritas».

¡Cuánto daño han hecho los traductores automáticos!

Bueno, en estos casos, el baile de vocales no tiene que ver con los traductores automáticos. Pero sí que hay muchas otras que son obra del malévolo traductor. Hay gente muy vaga que cree que la máquina lo hará bien.

¿Si la gente se fijara tanto como usted en la letra pequeña se habrían evitado las preferentes?

Hombre, lo de las preferentes no es una cuestión de no leer la letra pequeña. No podemos echar la culpa al inocente de no haber visto que venía una bala hacia él. Yo creo que la culpa es más del que dispara. Del matón. No podemos culpar al pobre señor mayor de no haber leído la letra pequeña cuando la culpa la tiene el majadero que escribió aquello en letra pequeña. Además, si obligas a ese majadero a escribirlo todo en letras grandes, ya encontrará otra manera de robarte.

¿En el reino de las cosas pequeñas hay yernos sospechosos y cazadores de elefantes?

No. El reino de las cosas pequeñas no es un reino real. La realeza queda alejada del reino de las cosas pequeñas, que es un reino de la imaginación donde puede el que menos puede.

Dice que vive en un piso tan pequeño que tiene que entrar con el estómago vacío. ¿Tan mal está la situación?

Vivía en ese piso cuando escribí esa frase. Ahora me he cambiado. Pero era así: en mi anterior piso, el buzón era más grande que el salón.

Eso es síntoma de que las cosas le van bien...

No es que me vayan bien, es que antes me iban muy mal. A nadie le va bien en estos días. Son días muy duros para todos. En ciertos niveles, estamos todos unidos: si no hay trabajo, la gente no va a los teatros. Y si la gente no viene al teatro yo no puedo ir a tomarme un café. Y si el dueño de la cafetería no tiene ingresos...

En 2007 dirigió La habitación de Fermat y no ha vuelto a hacer cine desde entonces. ¿Se le quitaron las ganas o es que es imposible levantar hoy una película?

Está todo muy complicado. Lo cultural está pasando por uno de sus peores momentos. Y no porque no haya un espíritu creativo o una pulsión, sino por la brutal presión fiscal.