En las canciones de Resituación usas letras más directas que de costumbre. ¿Te lo planteaste como objetivo?

Fue surgiendo. Cuando empecé a escribir no lo hice de forma diferente a otras veces. Mis canciones tienen la realidad como materia prima, aunque sí intenté desplazar un poco el yo y hablar de otro tipo de cosas, de gente y de relaciones. Eso implicaba posicionarme. Cuando vi que algunas canciones tenían esa dimensión política, me pareció que lo único que se podía hacer era reivindicar el panfleto, como un artefacto que puede ser también poético y emocional. No me parece que lo panfletario deba tener necesariamente una connotación negativa. Me di cuenta de que esa tenía que ser la forma.

Has pasado de lo individual a lo colectivo. ¿Ha sido una decisión consciente?

No me había dado cuenta, pero era una necesidad hacerlo. Había explotado la parte más intimista en La zona sucia y ahora he ido hacia lo colectivo, hablando no tanto de relaciones íntimas como sociales.

¿Qué influencia ha tenido en ese proceso tu relación con la Fundación Robo y su entorno?

Muchísima. Soy muy amigo de Roberto Herreros [uno de los impulsores del proyecto]. Vino a grabar un reportaje para Mapa Sonoro, el programa de televisión en el que trabajaba, cuando salió La zona sucia. Le dije que estaba componiendo Cómo hacer crac y estuvimos hablando sobre la situación política. Yo era muy derrotista, pero Roberto estaba convencido de que los movimientos sociales eran muy activos. Fue un mes antes del 15-M. Después de aquello seguimos en contacto, y al final colgamos Cómo hacer crac en Fundación Robo. Estoy metido hasta el fondo, para mÍ fue algo muy importante. En 2012 pasé por una crisis en la que me planteé qué significa sacar discos, hacer promoción y conciertos... Cuál era el sentido de la música. Y el contacto con la gente de Robo fue muy importante, me volvió a ilusionar en un momento crítico.

¿Por qué cuando un músico se posiciona ideológicamente el debate deriva hacia el tema del compromiso del artista, en lugar de centrarse en el contenido de su discurso?

Por una parte, no es lo mismo tener conciencia crítica y cuestionar lo que ocurre que tener un compromiso político, necesario para articular ciertas formas de decir las cosas. Por otro lado, el arte político no solo es de carácter antagonista o explícito. Las canciones de pop escapista también están haciendo política. Me da rabia que la gente se quede solo con lo que se dice en las canciones, porque el compromiso con tu trabajo afecta también a lo que haces con él: A dónde llevas tu música y cómo haces que se mueva. Estamos dentro del mercado, hago discos que se venden en grandes superficies, pero ese mercado es un poco hostil y va en contra de la esencia de lo que creo que tiene que ser la música popular. Ese tipo de dilemas me ocupan mucho más que la cuestión política, que la tengo mucho más clara.

Tu hermano Xabel escribió en su blog un texto titulado Contra la nueva canción protesta. ¿Lo leíste?

Lo he leído y no comparto su opinión en absoluto [risas].

En Actores poco memorables un personaje se presenta como «hija de la Transición». El tema de la Cultura de la Transición ya aparecía en el libro sobre tu disco Cajas de música difíciles de parar y vuelves sobre él en tu prólogo para el volumen sobre Pequeño, el elepé de Bunbury. ¿No corres el riesgo de ser reiterativo? ¿O hay que serlo?

Hay que serlo porque es un tema que viene apoyado por una máquina muy poderosa. Los pilares que sostienen ese discurso están aún por destruir. Incido en ello porque ahora puedo mirar con perspectiva a la generación a la que pertenezco, ver cómo nació el indie y qué supuso. Continúo encontrando muchas loas a todo aquello, como si realmente hubiera ocurrido algo. Debemos reconocer que el indie fue un fracaso absoluto como escena y como alternativa al mainstream y al mercado. Si queremos que la música signifique algo en la sociedad, hay que partir de la autocrítica, y yo no la veo en todos los sectores. Jota, de Los Planetas, es una persona con conciencia crítica, pero me decía hace poco que el indie había sido lo mejor que le había pasado a España en los noventa,y no me podía creer cómo tenía esa mirada tan complaciente.

Las letras han dejado en segundo plano unas canciones más sencillas que de costumbre. ¿Por decisión voluntaria?

Creo que ya estaba apuntado en La zona sucia. Buscando repertorio para la última gira estuve escuchando mis discos anteriores y encontré canciones que me parecían muy largas. En todas sobraban cosas, incluso en las que me gustaban. Esta vez, al empezar a escribir me propuse podar, buscar más la sencillez y la esencia. Además, Resituación coincide con la escucha de música tradicional, grabaciones de campo y canciones muy sencillas. Creo que quería buscar eso. Al mismo tiempo, La vida manca entronca con otras canciones-río anteriores. Son dos maneras de componer que me gustan.

Ese tono tradicional asoma en La rapaza de San Antolín, que incluso puede recordar a Lucas 15. ¿Estás de acuerdo?

Sí, aunque si me pongo a pensar en cada canción, todas tienen algún referente. En una época escuché bastantes grabaciones del musicólogo Alan Lomax. Conocía las de folk americano y canciones marineras, pero hace dos años colgaron sus archivos completos en internet y accedí a grabaciones de campo con melodías maravillosas. De un verso de una de ellas salió la canción.

Hay en el disco bastantes canciones con vocación de himno. ¿Tiene que ver con el contenido de las letras o con el uso de los coros?

Siempre me ha gustado la música pop en su vertiente épica, en el buen sentido, como pueden ser himnos las canciones de Bowie. Pero nunca me salen, no es mi estilo. Cuando hice Un desastre manifiesto pensaba que tenía ese tono tabernario, pero quedó muy oscura. En este caso, Polvorado tenía la misma intención, y quizá por contar con el coro de Ladinamo y el Patio Maravillas y tener esa vocación política, pero de celebración, que apela a lo colectivo, ha quedado un poco más como un himno.

En Runrún has contado con el guitarrista Javier Mas como invitado. ¿Cómo surgió la colaboración?

Fue un capricho. Le conocí en un homenaje celebrado cuando le dieron el Premio Príncipe de Asturias a Leonard Cohen. No solo es un gran músico, sino una persona muy cercana, y aunque me daba un poco de vergüenza, me atreví a pedirle la colaboración. Estaba liado, de gira por Australia con Cohen, pero encontró un hueco y pudo venir. Por eso solo toca en una canción, pero estoy muy contento. La dejé desnuda, para que hiciera lo que quisiera con ella. Los mejores virtuosos son los que no se exhiben, y él solo tocó una guitarra rítmica con algunos detalles, que no destaca pero es fantástica.

Las reacciones que ha generado Resituación abundan en la tendencia reciente de cuestionar artistas antes intocables, como tú mismo, Fernando Alfaro o Antonio Luque. ¿Crees que ha cambiado el modo de percibir vuestro trabajo?

Estaría bien que fuera así, pero no estoy seguro. Hay una serie de artistas importantes a los que, si hay que cargarse, debe ser con honores. Me parecería sano que ocurriera a partir de ahora, porque yo también tengo que reconocer que con mis discos anteriores a veces he leído críticas positivas que son muy malas, demasiado benevolentes.

De hecho, El manifiesto desastre me pareció un disco muy flojo, y sin embargo seguiste cosechando excelentes críticas con él. En La zona sucia, sin embargo, creo que remontaste el vuelo. ¿Cómo valoras tu propia trayectoria?

Siempre he hecho discos bastante imperfectos. Hay dos momentos diferentes. Si reviso los dos primeros, creo que Cajas de música difíciles de parar y Actos inexplicables fueron trabajos que la crítica puso muy bien: Actos inexplicables recibió grandes elogios en Rockdelux y cuando salió Cajas de música difíciles de parar se unió más gente. Sin embargo, son discos que, en mi opinión, están llenos de clichés y tópicos de los que me he ido librando con el tiempo. Curiosamente, ahora se me acusa de caer en tópicos, pero entonces creo que incurrí en muchos más. Desaparezca aquí está bien. Y creo que El manifiesto desastre es desastroso. Tiene canciones que me gustan y continúo tocando, pero como disco puede que sea el que menos me gusta. En cuanto a La zona sucia, lo tengo más cercano. Normalmente, a todos nos parece el mejor el último que grabamos, pero yo siempre he tenido muchas dudas cada vez que he terminado un disco. Lo cierto es que con Resituación tenía menos que en otros, porque estaba muy convencido de que era mejor que La zona sucia, así que tengo que reconocer que me ha llamado la atención que haya habido críticas tibias y algunas muy negativas.

Quizá los tópicos de los primeros discos eran prestados y los actuales proceden de tu propio imaginario y forman parte del proceso de construcción de tu personalidad artística.

Si fuera así estaría bien, pero cuando se habla de los tópicos en que caigo ahora se suele hacer referencia a la dimensión política del disco. He leído en varios sitios que era un lugar común hablar de policías torturadores. Y es algo que me extraña mucho. No sé si se refiere a que es una realidad exagerada o a que hay un montón de canciones que tratan de lo mismo y es un cliché. En ninguno de los casos lo considero un tópico, así que no lo acabo de entender. Hablo de algo que cualquiera puede ver en el telediario. Pienso en canciones antiguas mías llenas de lugares comunes y exageraciones de la realidad, en busca del artificio literario, pero entonces nadie lo criticaba. Me sorprende.

Resituación ha provocado un pequeño movimiento sísmico en la escena estatal. ¿Crees que puede marcar tu futuro en algún sentido?

Supongo que sí. Suelo ser muy prudente al hablar de estas cosas, porque cambian con el tiempo. Ahora lo veo con un poco más de perspectiva, pero en cuanto aparecieron las primeras críticas negativas me fui a escuchar el disco, para comprobar que no era tan malo. Es raro. Y con las redes debes tomar una distancia sideral, porque todo es muy relativo. Creo que no es para tanto. Se crean pequeños movimientos sísmicos que luego quedan en nada.