El Museo Picasso Málaga prosigue una de sus más estimulantes líneas de trabajo, la de rescatar, compilar y contextualizar la obra de autores no demasiado conocidos ni comercializados pero fundamentales en la creación de la gramática vanguardista. Si por el Palacio de Buenavista han pasado imprescindibles como Giacometti, Sophie Tauber-Arp, Kupka o Hilma af Klint, la nueva temporal nos trae a El Lissitzky, un creador multidisciplinar, precursor del constructivismo y el suprematismo, propagandista de la URSS stalinista y excelso tipógrafo, entre otras muchas facetas. El Lissitzky. La experiencia de la totalidad reúne más de 130 piezas, entre revistas, diseños arquitectónicos, fotografías, que tratan de abarcar y apretar la completa carrera de un hombre de vida corta (1890-1941) con las ideas muy claras.

«El cuadro se ha derrumbado junto con el viejo mundo que lo creó. El mundo nuevo no necesitará cuadritos. Si necesita un espejo, ahí tiene la fotografía y el cine», dejó escrito Elizer Markóvich Lissitzky, convencido, en palabras de Oliva María Rubio, comisaria de la exposición del MPM, de que «el arte debe aspirar a participar en la vida humana y mejorar la vida social». «El artista construye un nuevo símbolo con su pincel. El símbolo no es una forma reconocible de nada que ya esté acabado, ya hecho, o ya existente en el mundo; es un símbolo de un mundo nuevo, que se está construyendo y que existe por medio del pueblo», reflexionó Lissitzky. El gran ejemplo de ello, una de sus pequeñas revoluciones, los prounen -el singular, proun, viene de las siglas en ruso para proyecto para la afirmación de lo nuevo-, cuadros geométricos y abstractos que llevaron el esencialismo del suprematismo a la tridimensionalidad, componiendo hasta instalaciones, habitaciones en las que el ser humano podría sentirse «transportado, flotando en el espacio». Una de esas prounenraum tiene una réplica en la exposición del Museo Picasso: una habitación en la que dialogar con la obra, un espacio que condensa para el visitante la búsqueda de lo que las vanguardias utópicas de la década de los 20 del siglo pasado denominaron «la experiencia de la totalidad» en la que arte y vida son ida y vuelta.

Por supuesto, la muestra del Picasso ofrece algunas de las piezas más comprometidas de Lissitzky, trabajos para la propaganda del estalinismo; ensombrecidos por su carácter fundamentalmente ideológico, muchos de estos carteles y publicaciones son auténticas revoluciones formales, que anticipan muchos de los conceptos con los que hoy se trabaja en el diseño.

Conviene, por tanto, acercarse a este parcela del corpus artístico del ruso con una mirada limpia en lo político, confiando en que el tiempo siempre despoja a sus productos de sus ropajes coyunturales, aunque eso sea difícil en el caso de la obra de Lissitzky. Recordemos que la obra en la que trabajaba poco antes de fallecer a causa de la tuberculosis era un póster para el régimen stalinista en la que se podía leer: «¡Dadnos más tanques!». Es la etapa más polémica -quizás hasta contradictoria: Lissitzky, judío militante en su juventud, colaboraba activamente con una política que empezaba a ejecutar unas preocupantes purgas, también antisemita-. Como reflexionó Rubio: «Trabajó para vender una imagen positiva de un país cuyo régimen estaba llevando a miles de personas a la muerte». El espectador debe ser activo en la contemplación; aquí, concretamente, despojándose o relativizando sus propios prejuicios ideológicos.

A pesar de la diversidad de disciplinas y soportes que incluye La experiencia de la totalidad -ojo, se proyecta en un pequeño televisor El hombre de la cámara, de Dziga Vertov, una de las grandes obras maestras del cine primigenio y en la que El Lissitzky jugó cierto papel- la exposición es de una coherencia abrumadora pues parte de unas concepciones artísticas sólidas, bien plantadas, unitarias; como los propios prounen.

Pero la exposición El Lissitzky. La experiencia de la totalidad quiere ir más allá y pretende también reconstruir un contexto histórico, una época, aquellos tumultuosos años en que las guerras y las revoluciones se sucedían vertiginosamente, gracias a unos atractivos paneles con información sobre los aconteceres sociales y personales en la vida del ruso. «Queríamos trazar la trayectoria vital y artística de Lissitzky, pero también rescatar el espíritu de su obra en un momento como el actual, caracterizado por la crisis económica y de valores», argumentó durante la presentación de la exposición su comisaria.

El Lissitzky. La experiencia de la totalidad, como resumió José Lebrero, director del Museo Picasso Málaga, supone una exposición «si bien no enciclopédica, sí ejemplar», porque engloba exhaustivamente los numerosos conceptos y vocabularios que el ruso contribuyó a crear; sus aportaciones para ese mundo nuevo que imaginó y que, claro, nunca llegó. Porque muchas de sus ideas, como sus nubes de acero -rascacielos horizontales: una solución para eliminar las diferenciaciones sociales- quedaron en bosquejos, en sueños dibujados en un bloc de ilusiones a la espera de un tiempo verdaderamente nuevo.