En los años sesenta, Pablo Ruiz Picasso se recluía en sus magnas residencias para poder trabajar sin distracciones, en la más absoluta tranquilidad; él, el primer artista estrella que disfrutaba en vida del oropel de la fama, sin embargo retenía la curiosidad y la necesidad de mantener un cierto contacto con el mundo. Ahí la televisión, el televisor, apareció como una poderosa ventana hacia todo lo que le interesaba ver al malagueño. Ése es precisamente el leit motiv de la nueva temporal del Museo Picasso Málaga, Picasso TV, una muestra de concepto que prueba cómo, de alguna manera, las imágenes que veía el genio en la pequeña pantalla terminaban colándose en su obra.

Todo empezó cuando siguió por televisión la boda de la princesa Margarita de Inglaterra, una de las retransmisiones más masivas de la época -se calcula que la vieron más de 20 millones de espectadores de todo el mundo-. A partir de ahí, como recuerda Bernard Ruiz-Picasso, nieto del artista y timonel del Museo Picasso Málaga, el creador del Guernica mandaba callar a todo el mundo cuando empezaba un programa de lucha libre que le gustaba especialmente; también está documentado que seguía un formato de circo -una de las grandes pasiones de Picasso-, La piste aux étoiles, con numerosas actuaciones que acabarían plasmadas en piezas del autor. En Picasso TV los grabados de la Suite 347 son las pruebas de ese diálogo, de ese trayecto de ida y vuelta.

La muestra tiene su origen en las investigaciones con otro propósito de la hoy conservadora jefe de Musées d´art et d´histoire de Ginebra, Laurence Madeline: «En el año 2000 trabajaba en una selección de obras eróticas de Picasso, cuando vi en ellas imágenes de programas de TV que yo misma había visto de niña». Ésa fue la primera pista, las migas de pan que condujeron a Picasso TV, tras un arduo proceso de indagaciones, incluyendo un mes dedicado casi por entero a revisar archivos de programas de televisión para encontrar, casi con lupa, nuevas pistas. Para Madeline, las imágenes que ofrecía el televisor «le proporcionaban a Picasso el contacto con la vida diaria, la gente y la modernidad», le mantenían al tanto de hechos fundamentales como el Mayo del 68 -ojo al retrato tremendo que hace de Charles de Gaulle-; además, satisfacían las pulsiones voyeurísticas tan fundamentales en la vida y la obra del malagueño. Y, por supuesto, lo que tantos denominan la caja tonta le brindaba al genio horas incontables de entretenimiento: «Picasso veía series basadas en libros de Alexandre Dumas, películas del oeste, clásicos de Hollywood...». De ahí que en Picasso TV se cuelen en sus grabados piezas con mosqueteros, otras que reflejan rodajes -Superproducción hollywoodiana se titula una, explícitamente-.

Picasso TV es una muestra más que prueba cómo Picasso retuvo su curiosidad hasta el fin de sus días, de que siempre exploró gozosamente, sin encallarse en conceptualismos ni teoricidades, las nuevas tecnologías y medios que se encontraba; porque, una vez más, el genio no era un señor estirado de gustos elitistas, sino un apasionado de la cultura popular, un hombre que revolucionó el arte del siglo XX pero que también siguió siendo un apasionado de eso que ahora conocemos por catch y de los folletines televisados. Y, por supuesto, la exposición plantea subrepticiamente saludables preguntas al espectador: ¿qué programas vería hoy Pablo Ruiz Picasso si viviera?

«A veces encuentro cosas bonitas en la TV»

Jacqueline, esposa de Picasso, compró un televisor para acompañarla durante las largas sesiones de trabajo de su marido. Al principio, «las caras que salían en la televisión» no le decían nada, como recordó Brassai citando a Paulo, hijo del artista. Pero la retransmisión de la boda de la princesa Margarita lo cambió todo. Hasta una vez Picasso pasó al otro lado, al de ser televisado; Picasso TV muestra unos minutos de entrevista catódica en la que habla sobre la tele: «A veces encuentro cosas magníficas en la televisión, cosas muy bonitas, que me gustan, que me interesan. Pero a veces, a veces es espantoso. Esto se lo digo, porque estamos aquí los dos solos. ¡Ah, no! No es verdad, ¡Todos me están escuchando».