Si pasáramos revista a la lista de películas que hoy en día se hacen para despertar nuestra conciencia política, el lector incauto podría llegar a la errónea y precipitada conclusión de que ya no se realizan películas para desarrollar y potenciar nuestra capacidad para entender el mundo en el que vivimos. Si bien es cierto que en el pasado, especialmente en los años 60 y 70 del siglo XX, hubo un cine político y crítico con el poder que trascendió fronteras, gracias a películas como La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo; El conformista, de Bernardo Bertolucci; Z, de Costa-Gavras; Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea; Tierra en trance, de Glaube Rocha; El hombre de mármol ,de Andrzej Wajda e incluso Bonnie y Clyde, de Arthur Penn, una película con un mensaje político antisistema que pocos supieron ver, no es menos cierto que de las películas que se realizan actualmente se pueden extraer lecciones de ciencias sociales y política.

Al menos ésta es la tesis que defienden dos libros de Pablo Iglesias Turrión, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y líder de Podemos, que sorprendió en las pasadas elecciones europeas obteniendo 5 eurodiputados y 1,2 millones de votos. El primero de los libros, Cuando las películas votan (Catarata), publicado en julio de 2013 y reeditado en octubre de ese mismo año, reúne dieciocho miradas sobre diferentes películas y series de televisión (Dogville, Mad Men, Desgracia, Star Wars, Blade Runner, American Beauty, Millenium, etcétera), a cargo de politólogos, sociólogos, juristas, historiadores y comunicadores sociales, coordinados por Iglesias bajo la premisa de invitar a los lectores «a salir de la parálisis propia de este tiempo de crisis donde el problema, cada vez más acuciante, no es que lo viejo no termine de marcharse ni que lo nuevo no termine de llegar, sino que los monstruos propios de los tiempos críticos ya están aquí».

Si Cuando las películas votan está escrito bajo la invocación del filósofo y teórico marxista italiano Antonio Gramsci («el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos»), el segundo de los libros, escrito por Iglesias en solitario, Maquiavelo frente a la gran pantalla (Akal), publicado en enero de 2014 y reeditado en junio de este mismo año, está escrito bajo la invocación del escritor y estadista florentino Nicolás Maquiavelo, autor de El príncipe, un manual sobre cómo hacer uso del poder que se convirtió en libro de cabecera de Benito Mussolini y Napoleón Bonaparte.

Selección

En Maquiavelo frente a la gran pantalla, a través de una selección de películas de lo más diversas (Algunos hombres buenos, Katyn, Apocalypse Now, La batalla de Argel, Lolita, Balada triste de trompeta), Iglesias asume una responsabilidad difícil: contar la verdad sobre el origen del poder y las formas para alcanzarlo y conservarlo. Para ello, Iglesias no sólo recurre a las enseñanzas de Maquiavelo, sino también a la de otros nombres malditos de la historia universal como el Marqués de Sade, llamado por sus admiradores «el divino Marqués», el revolucionario ruso Lenin, el filósofo jurídico alemán Carl Schmitt o el filósofo inglés Thomas Hobbes, cuya obra Leviatán influyó de manera importante en el desarrollo de la filosofía política occidental. Maquiavelo frente a la gran pantalla, en palabras del propio Iglesias, «quiere ser un homenaje a las amistades políticas peligrosas. Por él desfilan una selección de malvados profesores, algunas de cuyas enseñanzas usaremos para analizar varias películas que nos servirán para plantear cuestiones como la nación y la memoria histórica, la violencia política, el colonialismo, la posmodernidad capitalista de América Latina o el género».

En El príncipe, Maquiavelo sostenía que «los hombres son tan simples y unidos a la necesidad, que siempre el que quiera engañar encontrará a quien le permita ser engañado». Después de leer Maquiavelo frente a la gran pantalla, donde Iglesias lleva el cine, entendido «como revelador privilegiado de verdades políticas y como fuente de conocimiento teórico», al primer plano del análisis político, lo tendrán más difícil. Una de esas «verdades políticas» reveladas es que el cine español, a pesar de tocar aspectos concretos de la guerra y la posguerra en un centenar de películas, sigue teniendo una asignatura pendiente con las víctimas de la Guerra Civil: «El pacto de silencio que sucedió a la llamada Transición sigue condicionando las representaciones estéticas del pasado franquista [...] que el cine contemporáneo no ha sabido o no ha querido retratar. La importancia política de esta carencia para comprender el presente de nuestro país es enorme".

El poder

Al igual que en La guerra de las galaxias, el poder cuenta con un lado luminoso y un lado oscuro (un sable de luz es el arma principal utilizada por los Jedi, seguidores del lado luminoso de La Fuerza, y sus enemigos, los Sith, seguidores del lado oscuro), y es en ese lado oscuro donde Iglesias sitúa la negativa de la cinematográfica española a revisar el pasado inmediato: «La recuperación de las libertades en España tras la muerte de Franco abrió grandes esperanzas. Cabía esperar, tras lo demostrado por el cine antifascista que había sido capaz de burlar la censura franquista, un ajuste de cuentas histórico-estético respecto a lo que había representado la Guerra Civil. Pero tal ajuste nunca llegó, e incluso las producciones de directores indudablemente progresistas [Luis Berlanga, David Trueba] apostaron por una visión reconciliadora».

Más allá de una idea convencional y limitada de lo que es la política, o «lo político», y más allá de los silencios y las amnesias interesadas, tanto Maquiavelo frente a la gran pantalla como Cuando las películas votan repasan la relaciones entre la política, el poder, los estereotipos sociales y el cine. Constituyen una excelente introducción a las diversas aproximaciones del cine a la batalla social por el poder, desde una posición crítica y analítica, pues «la naturaleza que habla a la cámara no es la misma que la que habla al ojo. [...] Nos resulta más o menos familiar el gesto que hacemos al recoger el encendedor o una cuchara, pero apenas si sabemos algo de lo que ocurre entre la mano y el metal», como escribió Walter Benjamin en Discursos interrumpidos.