­Una de las nietas de Pablo Picasso, Marina, está solando lastre. La rama del impresionante y casi infinito árbol de herederos del genio malagueño -ella es hija de Paulo- se ha embolsado cerca de 240 millones de euros al poner a la venta siete obras del abuelo, fechadas entre 1905 y 1965; dice que como «una forma de dejar atrás el pasado». Marina ha revelado a The New York Post que también ha puesto a la venta La California, la villa que Picasso tenía en Cannes y en la que, dijo el propio artista, vivió los momentos más felices de su vida. Uno de los rincones más picassianos del mundo, junto al castillo de Vauvenargues y Notre-Dame-de-Vie en Mougins, al mejor postor.

Fotógrafos como Arnold Newman y, sobre todo, David Douglas Duncan documentaron el extraño paraíso en que habitó y creó entre 1955 y 1960 el de la Merced; una gran construcción de la Belle Époque, situada en las alturas de Cannes, con vistas sobre Golfe-Juan y Antibes, y un gran jardín de palmeras y eucaliptos. Conocemos sobre todo de la residencia el gigantesco taller, creado exprofeso -Picasso se enamoró de cómo la luz vestía aquella estancia- y ejemplo de «desorden ordenado» según algunos expertos, en que Picasso apilaba sus propios lienzos y esculturas junto con regalos, otras obras africanas adquiridas y hasta juguetes de sus nietos. La vida y el arte, confundidos, como le gustaba a Picasso. Juan Carrete, comisario de una exposición que consistía precisamente en recrear el ambiente de La Californie, lo resumió así: «Es una estancia abigarrada y llena de objetos que se funden y confunden unos con otros que había sido organizada por Jacqueline como almacén, lugar de exposición y recepción de amigos y hasta de vida íntima».

Jacqueline es Jacqueline Roque, sinónimo de La Californie,a la mujer en la que se refugió el genio tras el abandono de François Gilot y Genevieve Laporte. Jacqueline, 47 años más joven que el malagueño, ejerció de casi todo en la vida de Picasso: musa -ahí está extraordinaria serie El pintor y la modelo-, secretaria, enfermera, muro casi infranqueable entre el artista y los múltiples curiosos que se acercaban a Cannes a conocerle... Como unos curiosos artistas malagueños, la Peña Montmartre, que en 1957 cogieron una furgoneta DKW con la idea de conocer a su padre espiritual. «Teníamos la baca repleta de lienzos, el maletero lleno de productos típicos de Málaga, (chanquetes, pasas, almendras, ceretes de higos y hasta un saquito con arena de sus playas) y el corazón plagado de ilusiones, sueños y el deseo imperioso de conocer a Pablo Ruiz Picasso», recordó hace unos años Gabriel Alberca, uno de aquellos jóvenes. Y Don Pablo les recibió dicharachero y jovial en La Californie, donde les preguntó si todavía había palomas en la Plaza de la Merced y si aún sonaban los tanguillos del Piyayo. Así que hoy, Marina Picasso ha puesto a la venta algo más que una villa mediterránea; también un puñado de vivencias excepcionales, pedazos de historia inolvidables en torno al genio y al hombre.