­La discusión de si la moda puede ser considerada arte en mayúsculas o no es casi tan vieja como la propia moda, pero parece que cada vez el sí tiene más adeptos. O por lo menos así lo demuestran los grandes museos, organizando exposiciones sobre el mundo del diseño y el vestir e, incluso, creando institutos específicos para su tratamiento. Los museos se han rendido ante la aguja y han sucumbido a sus encantos.

Esta semana ha bajado el telón una de las exposiciones más esperadas en España, la de Hubert de Givenchy del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Dos semanas después, lo hará Death becomes her: a century of mourning attire (La muerte en forma de mujer: un siglo de vestimenta de duelo) del Metropolitan de Nueva York (MET), organizada por el Anna Wintour Custome Center, un centro dedicado a la investigación de la moda creado por el prestigioso museo bajo la tutela de la ya legendaria editora de Vogue América. Dos buenos ejemplos de que la moda es mucho más que un vestido, mucho más que un desfile y mucho más que una colección. Los diseños pueden ser, además de una obra de arte por su técnica, sus estampados o sus materiales, una representación perfecta de la historia, una recreación de lo mejor de cada sociedad e incluso un arma reivindicativa.

El propio Givenchy, uno de los modistos más importantes del siglo XX, fue el encargado de idear esta primera gran retrospectiva que se realiza de su obra, además de encargarse de la recepción y la distribución en el museo de las piezas que la componen. El diseñador francés, de 87 años de edad, es una de las leyendas vivas de la alta costura y puede presumir de haber marcado las tendencias durante casi medio siglo. En esta exposición, la primera incursión del museo madrileño en el mundo de la moda, y que atendiendo al exitoso número de visitas que ha cosechado seguro que no será la última, se pueden ver a escasos centímetros algunos de los diseños más importantes de Givenchy desde la fundación de su atelier en París en 1952 hasta su retirada profesional en 1996.

Entre ellos destaca el icónico e imitado vestido negro que lució Audrey Hepburn en la película Desayuno con diamantes, en 1961; el vestido de rayas anchas blancas y azul marino con el que coincidieron la duquesa de Windsor y Aileen Plunket en la fiesta ofrecida por Charles D’Arenberg en París, en 1966, o el conjunto de noche en satén crudo y cuerpo con flores multicolores bordadas que lució Jackie Kennedy en la primera visita oficial de su marido, John Fitzgerald Kennedy, a Francia como presidente de los Estados Unidos, en 1961. Casi un centenar de sus mejores diseños, procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo, muchos de ellos inéditos para el gran público, componen esta muestra que se reparte en varias salas serpenteantes que invitan al diálogo, a fijarse en los detalles, a recordar el pasado, adivinar el futuro y que se completan con una selección de obras pictóricas pertenecientes a las colecciones del Museo Thyssen.

Mirada

Un paseo delicioso comisariado por Eloy Martínez de la Pera, bajo la atenta mirada de Sonsoles Díez de Rivera, íntima amiga del modisto francés que influyó mucho para que su obra recalara en Madrid y que participó activamente en su organización y como maestra de ceremonias. Admirador de Cristóbal Balenciaga, Givenchy heredó su forma de entender la costura, concebida como una pureza en las líneas y en los volúmenes de las piezas. Desde que fundó su propio taller, sus diseños alcanzaron un éxito que duró hasta el final de su carrera en la costura. La exposición arranca con los comienzos de la maison Givenchy, entre los que destaca la famosa blusa Bettina, llamada así en honor a una de las modelos más bellas de los años 50 y amiga del diseñador, y las prendas adelantadas a su tiempo como la falda-pantalón o diseños con partes intercambiables entre sí. Le sigue una fantástica selección de vestidos cortos, piezas en piel, delicados trajes en seda y lamé, y una muestra de vestidos que combinan el blanco y el negro, que demuestra su maestría única con el manejo de este color.

Fue el creador del Little black dress (vestidito negro), la pieza que sigue siendo irrebatible en el interior del armario de cualquier mujer.

El núcleo de la exposición se centra en algunos de los diseños para grandes clientas como Gracia de Mónaco, Audrey Hepburn (para la que diseñó vestuario en varias de sus películas como Sabrina o Una cara con ángel), y Jacqueline Kennedy. Tras un repaso por su artesanal y preciosista acabado de los bordados, llega el turno del color. Givenchy se convirtió en un referente en el uso de la paleta, consiguiendo plasmar en sus piezas algunas de las obras de los pintores más importantes de la historia.

Recordemos las palabras que dedicó Audrey Hepburn al creador: «Su ropa es la única con la que me siento yo misma. Es más que un diseñador; es un creador de personalidad». Y es que, en su primer encuentro, en 1953, el modista y la actriz ensamblaron a la perfección sus personalidades y juntos generaron auténtica magia, empezando por esa Holly Golightly -personaje protagonista de Desayuno con diamantes- que se ha convertido en todo un icono del cine y la moda.

Historia

Givenchy consiguió marcar historia y demostrar que la moda es mucho más que el vestir. Eso es lo mismo que inspiró al director del museo Metropolitan de Nueva York, Thomas P. Campbell, para reformar el Costume Institute, el organismo encargado de organizar la prestigiosa gala del MET, y encomendárselo a Anna Wintour hace un año. Tras el éxito de varias exposiciones, llegó el turno de Death becomes her, un repaso a la relación del duelo y la moda durante el siglo XIX y principios del siglo XX.

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La muestra exhibe una treintena de vestidos y complementos que acompañaban a las damas de la alta burguesía y de las clases medias en estos duros momentos. Un viaje al pasado que permite entender a la perfección las rígidas normas de aquellas sociedades y, a la vez, disfrutar de la maestría de la costura de aquella época. La exposición, monocromática en su mayoría salvo por pequeños cuellos y puños blancos en camisas, una capa en tono tostado, algunos gorros en marrón y un vestido de noche en rosa, de 1902, diseñado por la francesa Henriette Favre; muestra como el negro pasó de ser un color obligado para el luto y mal visto en otras ocasiones, a incorporarse a la alta costura en el siglo XX, cargándose de volantes, pedrerías y pronunciados escotes.

Tras la Primera Guerra Mundial se dio carpetazo a cualquier rigidez y el uso del negro se extendió como la pólvora, hasta convertirse en el color predilecto para cualquier gran cita y para los estilismos de diario. Sin duda el origen mortal de este color es una cosa del pasado.