Filarmónica de Málaga

Director: Leonardo Martínez. Solista: Carlos Rafael Martínez Arroyo, violín. Programa: Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35; Capricho italiano, op. 45 y Romeo y Julieta. Obertura-fantasía de P. I. Tchaikovsky

La primera edición del Concurso de Jóvenes Talentos Musicales Andaluces organizado por la Filarmónica de Málaga reservaba una sorpresa para el público malagueño en la clausura del ciclo extraordinario, que arrancaba el pasado día trece, dedicado a la obra del compositor ruso P. I. Tchaikovsky en el ciento setenta y cinco aniversario de su nacimiento. En ocasiones se nos escapa que la música, el gran repertorio, ha sido y sigue siendo un archivo sonoro de la memoria, donde dominó el escepticismo, quizás el simple desprecio, hacia quienes hoy son incuestionables. Tchaikovsky lo sabía bien: su concierto para piano chocó con la descalificación de Rubinstein, y el concierto para violín viajó hasta Viena para su estreno, varios años después de su publicación, con el no del violinista dedicatario al calificarlo de inviable. El tiempo, ese juez natural, soldaría la partitura a los nombres de Beethoven, Brahms o Mendelssohn.

Stefan Zweig, en sus Momentos estelares de la humanidad, articulaba una curiosa teoría en torno a los grandes personajes recogidos en su libro. El escritor pensaba que en la suma de muchas existencias generaba la energía suficiente para regalar al mundo una personalidad o un talento con la suficiente relevancia para convertirlo en una figura atemporal y universal. Algo parecido ocurre con los grandes solistas, no importa la edad, no importa el lugar€ sino más bien, en el caso que nos ocupa, esa suma de muchos arcos que fraguan la naturalidad que fluye del violín de Carlos Martínez Arroyo. Por encima de las palabras, los convencionalismos o la simple adulación se nos descubre el silencio de la constancia sólo rota por la aclamación del auditorio. Este músico reúne las cualidades para ascender al escenario y dibujar un Tchaikovsky tan solvente en lo técnico como en lo expresivo. La técnica es imprescindible, pero sin expresión, dinámica o contraste, elementos que definen el talento del solista cordobés, no se puede resolver este concierto. Del conocido allegro inicial Martínez Arroyo mostró las bases de sus excepcionales tensión y ataque, para desarrollar en el tiempo central, el delicado sentido vítreo que encierra enlazando con el movimiento conclusivo ágil, desbordante y creíble. Dos páginas separadas en el tiempo aunque unidas por su vocación programática ocuparon la segunda parte del concierto. El Capricho italiano, retrata uno de los viajes italianos del compositor por la península. Su tono festivo y alegre no excluye la solidez de su escritura base para el torrente melódico que el maestro Martínez destacó gracias a la complicidad de los metales de la OFM, cierto equilibro de las cuerdas y unas maderas decisivas. Romeo y Julieta supuso el primer gran éxito de Tchaikovsky: la fuerza dramática de la historia shakespeariana cuadraba con la sensibilidad del músico donde el amor, la muerte y el destino aparecen soldados en un tiempo indisoluble en modo perpetuo. El oyente, testigo consciente, sólo puede asistir a la contemplación de la escena. Una obra de juventud que cerraba los cinco conciertos que la OFM ha dedicado a este ciclo extraordinario, marcados por la masiva acogida de los aficionados y una programación centrada en el legado esencial y más difundido de Tchaikovsky.