El gabinete de Fausto analiza los cambios que ha experimentado el espacio físico en el que se crea la obra literaria a lo largo de la historia. ¿Cómo resumiría estos cambios?

El cambio más evidente de los últimos siglos ha sido la desmaterialización y desacralización del espacio de escritura y, quizá con ello también, de la figura propia del escritor. No se trata de un cambio que se haya dado de la noche a la mañana, pues hay una extensa y lenta sucesión de cambios técnicos vinculados con las herramientas de escritura, el acceso al conocimiento y la archivística que, eso sí, se han acelerado en el último medio siglo con la popularización del ordenador, que se ha convertido en el aglutinador de esos tres aspectos de la creación literaria. El hecho de virar el scriptorium desde, al menos, tres ejes separados hasta situar en el centro a un objeto que los integra y simplifica, en cuanto a volumen material, ha sido lo que ha protagonizado, lógicamente, el gran cambio de nuestro tiempo.

Pero, por muchos cambios tecnológicos que haya experimentado la humanidad, ¿el proceso creativo literario no se trata finalmente de algo tan simple como un autor sentado delante de un instrumento que le permite plasmar sus ideas?

Aunque nos gusta pensar en esa concepción romántica y solitaria del creador, la realidad es que muchos de los grandes literatos y pensadores de la historia han concedido un espacio muy importante a los libros, a las obras de referencia (de ficción y de no ficción) que han empleado. Y han compartido sus textos con colegas antes de que se dieran a conocer. La gran escritura ha estado acompañada desde que existen, de bibliotecas y de un componente social innegable. Ahora estas bibliotecas son digitales y se socializa mucho públicamente, en las redes sociales. El escritor ha escrito, y escribe sobre todo solo, cuando le dejan, pero con sus herramientas y recursos que van más allá del papel y la pluma, o la máquina de escribir, o incluso el ordenador. Y luego el texto se socializa.

¿Han planteado esa evolución a través de autores concretos?

Hemos tenido la suerte de que múltiples autores han colaborado con nosotros respondiendo a una serie de preguntas y nos han facilitado fotos de sus espacios de escritura, imágenes de sus ordenadores, etc. Esto incluye a autores que tradicionalmente han publicado en papel y también a autores que se han centrado en publicar digitalmente. De este modo ha sido posible hacer un recorrido histórico a través de testimonios que nos han llegado sobre los hábitos de autores y pensadores de los últimos siglos, lo que nos ha llevado a hablar de gente como Ramon Llull, Martin Heidegger, Harlow Shapley, Ramón Gómez de la Serna… y contemporáneos como Juan Francisco Ferré, Cristina Rivera Garza o Vicente Luis Mora. De una forma u otra, la nómina es muy extensa.

La imagen ‘romántica’ del escritor es la de un hombre o mujer que se aísla físicamente del mundo para crear. Hoy, con ese mundo hiperconectado, ¿el aislamiento es una cuestión más de desconexión de la red que de encerrarse en una cabaña en una colina?

Los dos factores entran en juego, posiblemente a partes iguales. La cabaña ya no puede ser solo física, aunque el autor entre en fase eremita y decida aislarse de la gente y el entorno para buscar la paz que necesita para escribir. Pero lo cierto es que el aislamiento ya no puede ser real en la medida en que siga teniendo una conexión a Internet o cobertura en el móvil. La conexión es perpetua y puede sentirse la presión, o el deseo, de dar una reciprocidad a los intentos de comunicación desde el exterior; incluso está la tentación de buscarlos activamente. Por eso hay escritores que están empezando a usar en sus propios ordenadores programas minimalistas de escritura e incluso hemos visto algunos proyectos de aparatos de escritura que no permiten realizar más tareas. La conexión a Internet y el acceso a webs como Google o la Wikipedia, permite tener a unos pocos segundos cantidades ingentes de información que puede ser muy necesaria para crear, pero si el escritor necesita aislarse debe hacerlo no solo en la cabaña física, sino también en la virtual.

Al mismo tiempo, ¿tiene sus ventajas que el trabajo del escritor y su relación con el lector sea mucho menos estática, más interactiva, más fácilen ese nuevo escritorio digital?

odavía estamos en el proceso de definir cómo los autores pueden definir, según sus propios intereses, la producción de presencia en la red. Hay escritores que se han lanzado de cabeza a las redes sociales y lo están haciendo muy bien y otros se han dado de bruces contra un muro, quizá porque no han entendido bien cómo relacionarse con los seguidores en Twitter, Facebook y otros espacios. O bien porque han sido estrategias comerciales diseñadas desde las editoriales y no han logrado cuajar. En cualquier caso, no hay que confundir el número de seguidores con el de lectores de la misma manera que los lectores que disfrutan con las columnas en un diario o en un blog de un autor en concreto pueden no decidirse a comprar sus libros. El éxito en las redes sociales no garantiza una cantidad de lectores, pero lo más probable es que ayude. Por otro lado, el autor se expone públicamente, de forma muy continuada, y si algo sabemos es que en Internet no hay escasez de gente con poca educación o dispuesta a ofender solo por diversión. Cada autor debe evaluar si estar expuesto a eso le compensa. Si le compensa para poder estar más cerca de sus lectores, reales o potenciales, y entablar un diálogo más o menos abierto con ellos, con otros escritores y, potencialmente, con el mundo a través de la red.

El crítico literario de ABC Manuel Lucena ha elegido El gabinete de Fausto como mejor libro de 2014. Lo califica como «extraordinario». ¿Les ha sorprendido? Normalmente en estos listados es difícil ver libros como El gabinete de Fausto. ¿Ha ayudado a darle más difusión?

Fue un gran halago por el que le estamos muy agradecidos. Uno nunca sabe qué reacciones va a cosechar un libro y parece que en este caso se ha recibido positivamente. No solo por Lucena, pues José Manuel Pedrosa le ha dedicado recientemente una reseña en la revista eHumanista. Por supuesto, todo esto ayuda a que el libro pueda llegar a más gente y darlo a conocer.

En varias reseñas destacan que la profundidad y alcance del libro no están reñidos con una redacción clara y comprensible, que lo hace atractivo para cualquier lector al que le interese el tema. ¿Se trata de algo buscado de manera muy consciente?

El gabinete de Fausto es un libro que nada entre dos aguas y no había necesidad de que fuera enrevesado en sí mismo pues ya reta al lector, que puede saber más sobre uno de los dos lados de la frontera que atraviesa, a que explore la otra. Escribirlo ‘a cuatro manos’ ha podido ser beneficioso en ese sentido y, además, durante el proceso de redacción tomamos otras decisiones que pueden haber ayudado a transmitir esa sensación, como sustituir el listado bibliográfico tradicional por una bibliografía crítica comentada. Así logramos mantener mejor el tono ensayístico sin perder exhaustividad.

¿Cómo se puede conseguir el libro?

Hay una crisis sempiterna del libro de ensayo si este no viene con la firma de alguien popular; además, la distribución de libros puede llegar a ser un negocio complejo y no todos los títulos, salvo los best-sellers llegan a todos los puntos de venta. Las librerías deberían poder pedírselo a cualquier lector que lo quiera comprar, ya que la Editorial CSIC tiene distribución en prácticamente todo el mundo. Somos muchos los lectores que hacemos eso regularmente.