Murcia, Zaragoza o Massy serán, si la repentina indisposición lo permite, los escenarios afortunados de la presencia en escena del tenor Max Jota, único atractivo de la última puesta en escena de la Compañía Lírica Ópera 2001 en coproducción con la Ópera de Massy para el tercero de los títulos de la Temporada Lírica. Hay cosas que el tiempo no logra permutar, tal vez por el profundo calado de ciertas ideas en el acervo colectivo o tal vez, una estudiada estrategia donde sólo la simple referencia a lugares como París activan el interés del destinatario del mensaje. La idea, esa precisa ubicación, va más allá del complemento informativo para transformarse en un poderosísimo escudo a través del cual disfrazar, disimular e, incluso, justificar las mediocridades escénicas a las que poco a poco nos hemos acostumbrado a disfrutar en la escena del Cervantes.

Llega a ser tan cómica la situación que incluso el efecto Alain Seban tuvo su propio reflejo tras la polémica suscitada esta semana pasada: desde el traductor luminoso del teatro pudimos leer que la compañía protagonista volvería al Cervantes el próximo otoño con Madama Butterfly; con meses de antelación a la presentación de la próxima Temporada Lírica ya sabemos uno de sus títulos. Es decir, nada va a cambiar y el modelo, claramente ya consolidado, se perpetúa.

Podríamos seguir hilando, ahondando en las redes sociales y descubrir cómo desde el Área de Cultura apenas se emitió una triste mención de la función en ciento cuarenta caracteres hace un par de días. En definitiva, más de lo mismo, que se resume en toda una sucesión de hechos y omisiones, donde se niega la mayor, y la indolencia viste con cara de jueves. La institución declina su responsabilidad y cede su espacio a esta suerte de productos de bajo presupuesto donde el papel del espectador tiene más de deporte de riesgo que de disfrute.

Este marco es el que contextualiza la evaluación real de la ópera verdiana protagonista de este fin de semana. Ópera 2001 optó por un formato literal para su Baile de máscaras ajeno a la tendencia actual de reubicar la escena en el contexto original ideado por el compositor y el libretista frente a las limitaciones de la censura romana de la época. Por tanto, el tenor David Baños volvió a encarnar la figura protagonista del conde de Warwick, gobernador de Boston. Baños fue el solista alternativo a la anunciada presencia del tenor Max Jota, único elemento motivador entre tanta quincalla parisien. El triángulo formado por Baños, Santodirocco y Ruggiero tan sólo mostró un más que cuestionable gusto musical, plagado de incorrecciones y alaridos disfrazados de sobreagudos imposibles de emitir ante unos fraseos tan cortos, tramposos portamentos a lo que se unió una sucesiva falta de empaste en los distintos dúos, tríos o cuartetos.

Tan sólo la figura amable de Oscar, interpretado por Francesca Bruni, tuvo algún momento de respiro ante tan literal sucesión de ruido enmascarada de ópera verdiana. Resultó tan grotesca e improvisada la puesta en escena que en las intervenciones a tutti apetecía imposible determinar cualquier elemento ornamental de los solistas escondidos en una suerte de algarabía condimentada por una orquesta descuadrada, plana y calada, reforzada de una masa coral literalmente desgañitada. No obstante, no faltaron palmeros, en el intento de dirigir el ánimo del público, para intentar salvar los trastos de un naufragio que se inició desde la obertura. Loable estrategia para quien presenta el espectáculo y triste realidad para quien lo sufre.

El modelo de cartel para la temporada lírica del Cervantes sigue intentando aparentar una gloria que fue, pero el hecho, la omisión y la palabra se alían para dar contenido a la sucesión de simples espejismos, no reconociendo una realidad incuestionable, que no es otra que el abandono de aquello que en su día fue una apuesta. Más valdría presentar estos montajes fuera de temporada y mostrar tal cual es la realidad de la lírica en Málaga: una apuesta que ha dejado de interesar. Tal es así que esperar otras alternativas no es más que una ilusión vana que aguarda nuevos tiempos. Sí, claro está, la museitis deja algo.