Si alguien dijo que el thriller era nórdico, ese día Javier Valenzuela (Granada, 1954) no estaba atento a los medios. De modo que puso a su protagonista, el melancólico profesor Sepúlveda, en el Instituto Cervantes de Tánger. Mientras otros narraban el contraste de la sangre en la nieve, el exdirector adjunto de El País prefirió el agobio del bochorno mediterráneo. El excorresponsal en Rabat, Washington, Beirut y París sitúa en Marruecos una trama trepidante traspasada por un turbio negocio de las telefónicas. La amistad, el amor y los recuerdos del Tánger internacional, de la presencia española, y de la paradójicamente inolvidable Olvido, un personaje femenino carismático y misterioso: todo se pone a prueba en una historia en la que el desencantado profesor trata de salvar de una supuesta encerrona a su viejo amigo Alberto Marquina, alto ejecutivo de una gran empresa española. De 1956 a nuestros días, un thriller, y algo más. Valenzuela presenta mañana, jueves, Tangerina (Martínez Roca) en el Instituto Municipal del Libro de Málaga a partir de las 20.00 horas, junto con el articulista de La Opinión y escritor Guillermo Busutil.

Dice el escritor portugués António Lobo Antunes que la ficción no es más que memoria fermentada. ¿Qué hay de ajuste de cuentas vital y profesional en Tangerina?

No lo sé, francamente no lo sé. No abordé la escritura de la novela como un ajuste de cuentas con nada ni nadie, sino como la realización de un sueño que tenía desde hacía muchísimo tiempo: situar en Tánger una historia negra protagonizada por españoles. ¿Por qué Tánger? Porque es una ciudad liberal y pecadora con una gran tradición tanto literaria como criminal. Y porque los españoles estamos allí en nuestra salsa. Siempre ha habido una gran presencia española en la ciudad y los tangerinos hablan nuestra lengua, siguen nuestros partidos de fútbol, toman nuestras tapas, bailan flamenco y nos consideran parientes. Tánger es Andalucía en el norte de África.

Sin embargo, el periodismo sale muy malparado en su novela y ha sido uno de los periodistas más importantes de este país.

[Risas] Me hizo gracia el que Sepúlveda, el protagonista, aunque sea hijo de un periodista y padre de una futura periodista, hablara mal del oficio. Yo llevo el periodismo en las venas desde antes de nacer, era el oficio de mi padre y de mi padrino, pero no soy nada corporativo. Y me fastidian en muchas ocasiones la arrogancia, la falta de cortesía, el tonillo de superioridad de algunos de mis colegas. Así que puse en boca de Sepúlveda algunas reflexiones críticas sobre el periodismo, sí. ¿Sabes una cosa? Yo creo que la mejor obra sobre periodismo jamás escrita es Noticia bomba, de Evelyn Vaugh. Te mueres de risa con las trapacerías de los patrones, directores y reporteros que salen en esa novela satírica. Todos los periodistas deberíamos leerla cada dos o tres años como una cura de humildad.

La elección del personaje principal ajeno a los clásicos de la novela negra (un profesor del Instituto Cervantes, y no un comisario o un detective), ¿responde a un intento de no encasillar la novela en el género negro?

No. Yo sitúo la novela en el género negro, de partida, sin la menor duda. Lorenzo Silva, Tino Pertierra, Juan Madrid, Guillermo Busutil y algunos otros que ya han leído y reseñado Tangerina han tenido la generosidad de entroncarla en la tradición de Raymond Chandler. Tangerina, dicen, es un retoño de El largo adiós, es la historia del fin de una amistad. Y si escogí que el protagonista fuera un profesor de Lengua y Literatura Española en vez de un policía, un juez, un detective o hasta un periodista, fue porque eso me permitía hablar de la gran tradición literaria de Tánger. Hubiera quedado extraño que un policía observara que en el Hotel Rembrandt había vivido Tennessee Williams, o que en el bar de El Minzah se había tomado unos tragos Patricia Highsmith. Pero que lo haga Sepúlveda es natural, él vive de eso al fin y al cabo.

Lo digo porque en Tangerina hay, al menos, tres visiones: la política-económica que responde a una de las tramas, la histórica del Tánger internacional, y la más periodística, la crónica de viaje por la ciudad en nuestros días.

Pues sí. He intentado que en la novela haya esas tres dimensiones. Y no me disgustaría en absoluto que los lectores la usaran como una guía de viajes por Tánger. Mira, esa ciudad, cruce de dos mares y dos continentes, es el Oriente más próximo para un español. Cruzas el Estrecho y estás en otro universo, pero, insisto, sin sentirte como un marciano, porque todo el mundo te habla en tu lengua y te cita el Real Madrid, el Barça, la crisis y la corrupción, la aparición de Podemos, los líos del PSOE, lo que esté de actualidad 17 kilómetros al Norte.

Precisamente la institución en la que presenta el libro hizo unas jornadas de homenaje a otra tangerina y malagueña de adopción, Jane Bowles, adecentando además su tumba, en el cementerio de San Miguel de la ciudad. ¿Conoce el lugar? Sería un bonito epílogo para su novela esa visita.

Olvido, el principal personaje de la trama de Tangerina que transcurre en 1956, al final del Período Internacional, es malagueña. Una malagueña guapísima que en Tánger va descubriendo la libertad. Jamás tuve la menor duda sobre el lugar de nacimiento de Olvido. Sólo podía ser de aquí. El ser malagueña le da esa liberalidad y esa apertura al mundo que, puesto que su España era la de Franco y no permitía excesivas alegrías, termina desarrollando en Tánger. Entre otras cosas, a través de su relación con Jane Bowles, con Yeini. Y el círculo se cierra, en efecto, cuando Yeini termina sus días en Málaga y es enterrada aquí. Me parece maravilloso que Málaga rindiera el homenaje debido a Jane Bowles, adecentando su tumba en el cementerio de San Miguel. No, no conozco esa tumba. Creo que es una idea genial aprovechar esta estancia mía en Málaga para ir a visitar a una de las mujeres más interesantes del siglo XX. Lo haré, Inshalá.