Todas las miradas estaban dirigidas a la Corrida Monstruo del Sábado Santo en La Malagueta. Aficionados de todas partes peregrinaban a nuestra capital en la jornada de ayer para presenciar un espectáculo que tenía todos los mimbres para convertirse en algo histórico.

Pero en la Fiesta de los Toros, si hay algo imprescindible, es la presencia de un animal bravo sobre el albero. Sin entrar en la presencia de los astados, discreta en su conjunto, el pobre juego en general de las reses parecía conducir a la desilusión a los más de diez mil espectadores que llenaban el coso del paseo de Reding.

Muy felices nos las presumíamos cuando a las 18.30, el cielo plomizo dejaba pasar a los rayos del sol en el comienzo de un paseíllo atípico, con cuatro figurones del toreo que hicieron que muchos tuvieran que discurrir los kilómetros que separan a Sevilla de Málaga para presenciar a los toreros que por segundo año consecutivo no podrán ver en su albero maestrante: Morante, El Juli, Perera y Talavante. Casi ná.

Y entre todos ellos, el único monstruo fue un torero nacido en la localidad pacense de La Puebla de Prioste. Perera se encontró en séptimo lugar de la lidia ordinaria (bastante se había padecido hasta entonces) con un animal de Daniel Ruiz de enorme exigencia. Como ya había hecho con su primero, cuando nadie daba un duro por el éxito, se fue a los medios para brindar al respetable. Y en ese mismo punto plantó las zapatillas para dejáselo venir con enorme exposición. Tiró de él con mimo, ya que no permitía que le tocara los engaños. Pero enfrente había un torero con poderío, a pesar de que al mínimo fallo por la izquierda se lo echaba a los lomos. Se rearmó con disposición y dominó la situación con firmeza. Siempre a más por la derecha, aguantó carretas y carretones. Incluso una voltereta más. Increíble fue el modo en que plantó las zapatillas para jugarse los muslos una y otra vez con pases inverosímiles. Sólo el que tuviera que descabellar dos veces, tras escuchar dos avisos (uno de ellos incluso antes de entrar a matar), le evitó salir a hombros. No obstante, la oreja paseada tiene peso de triunfo importante para un torero grande.

Ya habría dejado destellos con el descastado tercero, que acusó una fuerte costalada de salida. Fue bonito su duelo a quites con Talavante, saliendo victorioso con una réplica con chicuelinas, tafalleras y gaoneras. Comenzó su faena con quietud, aunque el conjunto se deslucía porque el de Vegahermosa (segundo hierro de Jandilla) salía suelto. Cuando se dispuso a torear en redondo, el burel se agarró al piso y el resto se deslució por las huidas del animal a la salida de cada muletazo. Se verificaba que sin toro no hay toreo, por mucho que quiera el diestro.

A la deriva

El primero nos mostró el rumbo que llevaba el festejo hasta que salió en mencionado séptimo, con un descastado astado de la ganadería de Daniel Ruiz que al menos nos permitió ver garboso con el capote al maestro de la Puebla del Río, dejando una pinturera media verónica genuflexa. También mostró sus ganas El Juli en quites. Y hasta ahí. El toro llegó a la muleta con un molesto cabeceo y aunque su matador salió dispuesto y atisbó una trincherilla, todo se diluyó cuando el toro se paró. Pudo acusar el fuerte castigo en un segundo puyazo tras derribar en el primero, y todo quedó en un macheteo antes de acabar con su vida de forma poco ortodoxa.

La desazón morantista se consumó en su segundo, un toro más manso que inválido, aunque de las dos cosas tuvo mucho. Tapó el diestro la ineptitud del toro de Jandilla, hierro propiedad de su apoderado mexicano Alberto Bailleres, y finalmente quedó la triste estampa de un animal acobardado junto a las tablas. Tras hacer el paripé con la muleta, cogió la espada para terminar con un animal que estaba muerto desde que salió de chiqueros.

No fue mejor la cosa para El Juli, que al menos tuvo un animal con movilidad en primer lugar. También de Jandilla, no hizo cosas buenas de salida, pero el madrileño se fue al tercio con decisión para mostrarle su muleta con poderío. Tras verificar que el pitón bueno era el izquierdo, desarrolló una faena en la que sin duda estuvo por encima de las condiciones de su oponente, aunque todo un tanto acelerado. Aunque no es habitual en su repertorio, cerró su labor con manoletinas muy ajustadas. Faltó la rúbrica de la espada, precisando de dos pinchazos antes de lograr una estocada que le privó de un previsible trofeo. Con todo, su decisión fue premiada con una ovación.

En agradecimiento a la labor de fomento cultural de los toros en Málaga, Julián López brindó su segundo al coleccionista de arte Juan Barco, aunque el de Jandilla rodó por el albero de La Malagueta a las primeras de cambio. Lo cuidó sin exigirle, y cuando lo hizo se repetía el guión: el toro al suelo. Un torero sabio, con amplios conocimientos, llegó a mostrar su desesperación cuando el animal terminó muy parado e hizo caso omiso de los engaños que le presentaba el madrileño. Ante semejante panorama, no se dio coba y certificó que no era su tarde a espadas.

Tampoco se le puede reprochar a Alejandro Talavante disposición durante todo el festejo. Entró en quites y se mostró variado siempre con el capote. Pero la tarde no terminó nunca de romper. Y eso que en su primero plantó las zapatillas en la arena con lances muy ceñidos de inicio, el que más cambiado por la espalda. Luego toreó en redondo con temple, haciendo sonar los primeros olés rotundos de la tarde (y ya estábamos en el cuarto). Siguió al natural con hondura, pero a partir de entonces el de Ruiz tendió a defenderse y la labor, aún siendo estética, no alcanzó grandes cotas. No sirvió el cierre de faena a favor de querencia ni la tanda de manoletinas finales, y todo quedó en silencio tras aviso tras demorarse en matar.

Y de este modo llegábamos al final de un quiero y no puedo en el octavo, en el que Morante quiso redimirse con un quite a la verónica cerrado con una media. Fue más soñado que real. Con la muleta, tras volver a repetir brindis al público, se puso de rodillas en un trasteo en el que lo puso todo y aún así no fue suficiente. El toro, muy parado y soso, no daba sensación de peligro alguno, por mucho que se metiera entre los pitones e hiciera que le rozaran la taleguilla. No había emoción.

La despedida de los diestros, con ovaciones unánimes para los actuantes, no debe ser obstáculo para hacer una reflexión sobre las condiciones en las que se anuncian las figuras del toreo. Sólo cuando hubo un toro exigente, cuando tuvieron que solventar las dificultades, se logró la gloria que se ansiaba al principio. No obstante, Málaga debe estar orgullosa de haber acogido un acontecimiento que, aún no siendo histórico, sí que puso en valor esta Fiesta con transcendencia universal.

RepercusiónLa primera gran acción de la Fusión Internacional

La Malagueta se ha convertido en plaza de referencia para la Fusión Internacional de la Tauromaquia, la alianza del empresario titular de este coso, José Cutiño, con el mexicano Alberto Bailleres, que pretende revitalizar la Fiesta de los Toros con una potenciación de la oferta cultural. El festejo de ayer era su primer gran acontecimiento taurino, y pretende tener continuidad con otros eventos.