­Si googlea usted a la actriz malagueña Rosario Pino, muchas de las 7.000 referencias de que dispondrá tienen que ver sólo con con las calles a la que da nombre en Fuengirola, Alhaurín de la Torre y Madrid; poca, muy poca información exprimirá usted de internet sobre una mujer que definió el concepto de alta comedia en nuestro país, la que, quizás, mejor interpretó los textos de Benavente y los Quintero y la diva que rivalizó hasta la muerte con la otra grande de la época, María Guerrero. Para saldar esta cuenta pendiente con Rosario Pino (Málaga, 1871-Madrid, 1935), Rafael Inglada, gran experto picassiano de nuestra ciudad y un exhaustivo explorador de la memoria de la tierra, ha anunciado que lleva meses enfrascado en una biografía de Pino.

«Como actriz de lo que se ha dado en llamar alta comedia, Rosario Pino tiene un arte sobrio; pero su sobriedad es peculiar por extremada. Su sencillez la lleva a presentarse en escena del modo menos llamativo posible (¡la gente vulgar se lo censura!); su gesto se mueve siempre en un círculo limitado; ni su faz se contrae en exceso, sino que se inmoviliza o se oculta en las situaciones violentas, ni su cuerpo se distienda, ni sus brazos se agitan en alto. Sin embargo, su expresión es variada: con su gesto y dicción rica, obtiene multitud de matices finos, desde los delicados del sentimiento hasta los brillantes de la gracia cómica». Eso lo escribió en 1909 el crítico de teatro del periódico mexicano Actualidades Pedro Henríquez, fascinado por la dicción de la malagueña: «Es la mejor, para la prosa moderna, en la escena española de hoy. Nadie, en la escena española, conversa como ella». De ahí que Jacinto Benavente la llamara «mi intérprete» o que Carmen de Burgos, Colombine -la primera periodista española- le dedicara estas palabras: «Es la más completa de todas las artistas españolas que, por su figura, su elegancia, su modernidad, la exquisita sensibilidad de su espíritu y la profundidad y morenez de su rostro, es, más que una artista, la encarnación real y plástica del genio del teatro moderno».

El arte de Rosario Pino viajó por América y Portugal en larguísimas campañas junto al también actor malagueño Emilio Thuiller; hizo también cine con Benito Perojo (La condesa María, Un hombre de suerte), pero lo suyo fue siempre el teatro: «En el cine falta el estímulo directo de la sala. La labor del artista cinematográfico carece de esa emoción fervorosa que nunca le falta al que percibe corpóreamente, sutilmente, los efectos que despierta en el público que le controla. Por eso prefiero el teatro», declaró a La Prensa poco antes de morir -«por la gangrena de un ántrax», según los periódicos de la época-. Poco más se sabe hoy de una figura local que se hizo internacional pero que hoy malvive en la desmemoria, como la bailarina Pepita de Oliva, como tantas otras...