Es una de las artistas más importantes y a la vez menos conocidas de España. Fue finalista del premio Turner y acaba de exponer junto a Mondrian y Malévich. El camino pictórico y vital de Ángela de la Cruz está marcado por la superación, pues ha ayudado a liberar a la pintura del marco y ha salido victoriosa de un derrame cerebral que la dejó en coma estando embarazada.

Ángela de la Cruz (A Coruña, 1965) sabe de sobras que, con un poco de mala suerte, no habría soplado ni las 46 velas, ni las 47, ni las 48... pero salió del coma en el que estuvo varios meses por culpa de un derrame cerebral que la sorprendió mientras preparaba una exposición en Portugal en el 2006. El cavernoma le llegó días después de saber que estaba embarazada de dos meses... Pero eso es pasado, ahora está aquí, en su estudio, con ganas de hablar, reír y mostrar su aclamada obra, que es multiforme, monocroma y divertida.

Su nombre y su obra son más bien desconocidos en España y sin embargo De la Cruz ya se ha erigido como una de las grandes figuras del arte contemporáneo de España. En su currículum consta que es una de las pocas finalistas no británicas del prestigioso (y a veces escandaloso) premio Turner y también que acaba de exponer en una antológica sobre los cien años de la abstracción geométrica, en la Whitechapel Gallery, compartiendo pared con figuras como Piet Mondrian, Kazimir Malévich, Carl André o Fernand Léger, entre muchos otros, como la artista conceptual catalana Àngels Ribé. "Para mí es un gran honor formar parte de esta exposición porque he estado muy influenciada por muchos de los artistas que forman parte de ella, me gustó mucho", confiesa orgullosa la artista gallega.

De la Cruz llama todos los días a su madre, que sigue viviendo en Galicia. Ella se afincó en Londres a finales de la década de los ochenta estudiando arte y trabajando de mil cosas, y es ahí, en la capital británica, donde la pintora-escultora-performer ha esculpido sus momentos artísticos y vitales, a veces con cincel, a veces de manera más violenta. En Londres ha vivido sus altos muy altos y sus bajos muy bajos. En su historia se entrecruza una nueva vía para explorar la pintura y también la vida y la muerte. Un ovillo biográfico que merece ser explicado.

Esta es la historia de una doble superación. Por un lado, la de una aventura artística en la que De la Cruz convierte el lienzo en algo viviente, orgánico, con pliegues y ondulaciones después de modificar, reeducar, amputar, o directamente, destruir el marco del cuadro. Por otro lado, emerge una superación personal frente a una enfermedad de la que tal vez nunca se recupere completamente que la ha dejado con problemas de movilidad y también de habla. El coma le duró varios meses, y mientras estaba sumido en él dio a luz a su hija, Angelita Lola.

Su obra tiene aires punk. ¿Usted todavía es punk? Su forma de vestir recuerda esa estética.

No ya no, lo era, lo era. Yo estudié Filosofía en A Coruña y me fui a Londres por la música y el ambiente que había. Me gustaban los Clash, Cabaret Voltaire, New Order, todos mis amigos también venían a conciertos, a ver qué pasaba en la ciudad en unos años, los ochenta, en los que la escena no era punk, pero sí se hablaba de afterpunk. Todavía tengo cintas, también de la música que hacían Siniestro Total, que cantaban aquello de "A una isla del Caribe he tenido que emigrar y trabajar de camarero lejos de mi hogar".

Ha pasado por lo que ha pasado, pero todo lo encara con mucho humor. ¿Es fácil?

Creo que el humor es un signo de inteligencia y supervivencia. A mi primera obra tras recuperarme la llamé Deflated (desinflado). Sucedió que estaba en el hospital en una revisión y en la sala de espera una señora muy gorda se sentó en una silla y esta se rompió por el peso. Me hizo mucha gracia. La obra es una silla roja de plástico que está en el suelo con las patas abiertas.

Con el arte contemporáneo no es fácil reírse, pero sí con sus lienzos enrollados, colgados de un gancho, hechos una madeja... ¿Cómo se desarrolla el humor en su obra?

El humor es intrínseco con cada uno. Si has nacido con humor, eso se refleja en lo que haces. A mí me gustan mucho la picaresca y el humor español desde Goya hasta Buñuel o Almodóvar... Todas estas cosas se reflejan en mi obra. Algunas de mis películas favoritas tienen relación con ello. 'Playtime' de Jacques Tati, 'El ángel exterminador' o 'Las Hurdes' de Buñuel, 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', de Almodóvar, o 'La cabina', de Antonio Mercero.

¿Hacia dónde viaja su pintura?

En estos momentos sigo explorando mi lenguaje. Ahora estoy haciendo cajas de aluminio. No sé adónde va, espero que por buen camino.

Hasta ahora, ese camino ha tenido valles y acantilados, se ha enredado como alguno de sus lienzos o ha cogido velocidad de crucero. Tras los problemas físicos y un barbecho de unos pocos años sin producir arte, llegó el 2010. La nominación al premio Turner (trampolín de artistas como Damien Hirst o Tracy Emin o consagración de otros como Gilbert y George o Grayson Perry) la puso en el mapa del arte internacional justo al mismo tiempo que el Camden Arts Centre le dedicaba una retrospectiva excepcional con título indicativo (After, después).

La crítica se rindió ante la apuesta escultórica de su pintura. A la vez, el camino del que habla De la Cruz ha pasado muy pocas veces por España, donde ha expuesto muy de vez en cuando. Ni siquiera su nominación al Turner hace cinco años subsanó el vacío. "Pero España -dice la artista sin ningún atisbo de quejarse- tiene más problemas que el arte". Sólo su galerista, Helga de Alvear, ha mostrado de manera regular la obra de la artista, aunque poco a poco se van abriendo resquicios. En estos momentos, está exponiendo en su A Coruña natal. La muestra se llama Escombros y se puede ver en la Fundación Luis Seoane hasta el 24 de mayo. Ya pasado el verano, el Centre Cultural La Panera de Lleida acogerá esa misma muestra entre octubre y enero.