El Teatro Alameda presentó la producción de Tomás Gayo Lo que vio el mayordomo, del británico Joe Orton. El dramaturgo que en la década de los sesenta escandalizó a la mohína sociedad burguesa de la Gran Bretaña con sus escandalosas comedias negras. Ya no parecen tan escandalosas. Por eso tal vez el recurso más recurrente es deslizarlas hacia su vertiente más cómica y relativizar su visión salvaje de la sociedad. Así esta versión de Lo que vio el mayordomo nos conduce hacia la comedia comercial de buena factura. La historia, loca, da comienzo en una institución psiquiátrica donde el doctor responsable entrevista a una nueva secretaria, pero con intenciones que van más allá de las meras profesionales. La esposa de éste aparece de improviso y acompañada de un botones de hotel con el que muestra confianzas alarmantes, La aparición de un inspector de Sanidad con los mismos instintos depredadores, y el revuelo que origina su visita, hacen que el enredo de entradas y salidas tratando de ocultar y travestir personajes para esconder los pecados origine un mar de confusiones a la que contribuye un policía en búsqueda de desaparecidos y abusadores. La trama es tremendamente divertida a la vez que nos ofrece un retrato de personajes traumáticamente convencionales que ocultan sus pasiones en una sociedad civilizada, pero falsaria. El resultado está llamado a buscar la risa y obviamente un buen texto lo consigue. La puesta en escena, aunque sencilla, permite esa singular forma de la comedia que da agilidad y velocidad en las entradas y salidas y los cambios de escena y paso del tiempo. No obstante, en estos casos, gran parte del éxito del espectáculo recae en los actores, en su habilidad para entender la comedia, en hacerse con el estilo adecuado y lograr la empatía con el espectador. Y aquí, aunque hay una clara variedad de formas, se percibe la intención de aunar el género en el elenco. Podríamos decir que algunas exageraciones o la tendencia al histrionismo restan fuerza a los personajes si ya de por sí la obra es lo bastante alocada. Un poco de mesura podría mejorar el dominio de la escena en los personajes masculinos. Aunque hay que decir que Mundo Prieto como inspector está que se sale. Y que en casos como el de Carolina Lapausa, como secretaria tontuela, se llega a momentos delirantes. Y, por supuesto, Lola Marceli, que encaja bien allá donde la veamos, espléndida en gracia y cercanía, que arrastra la mirada del espectador en cualquiera de sus intervenciones.