No hubo grandes temblores ni solemnidades. Las campanas de la Catedral, de haber sonado, lo habrían hecho dejando arrastrar su corpachón marítimo, en sintonía con las gaviotas y con los polizones. Hace justamente quince años, cuando murió Rafael Pérez Estrada, no se produjo el estruendo que acompaña habitualmente en estos casos el salto automático de las instituciones a las enciclopedias o al mármol de las estatuas. Tampoco hoy, otro 21 de mayo, habrá desfiles como en Macondo ni disparos al aire. Acaso un manillar enterrado en la arena. Una agitación inusual de serafines. Dos o tres lecturas a puerta cerrada. El grafiti que hace tres o cuatro semanas un idiota deslizó sobre la placa del poema que adorna su calle, al final del Camino Nuevo, a pocos metros de la playa.

En un tiempo obstinado en las pompas fúnebres, de pasión casi necrófila, las administraciones públicas parecen haberse puesto de acuerdo para ignorar el aniversario. Ni el Centro Andaluz de las Letras, ni la Generación del 27 ni el Instituto Municipal del Libro han dedicado parte de sus programaciones anuales al autor; la fecha de la muerte de un poeta, y más si se trata de Pérez Estrada, no deja de ser un pretexto más o menos redondeado para abrillantar su figura o su sombra, pero en este caso la falta de entrega conmemorativa coincide con una alarmante y contradictoria digestión del escritor y de su aura. Pérez Estrada, quince años después, sigue siendo Pérez Estrada, el poeta que deslumbra, genial e inclasificable, aunque todavía confinado en los torreones del culto minoritario, muy lejos de la repercusión, incluso a nivel local, que exigen su literatura y sus lectores.

En la casa veraniega de la urbanización El Candado, donde murió Rafael, su hermano Esteban no se hace mala sangre. Confiesa que el reconocimiento aún no ha adquirido los vuelos internacionales que se pregonaban. Incluso su legado, custodiado en el Archivo Municipal, carece de la visibilidad y de las visitas que el material demanda, con sus abrumadores cartapacios de dibujos, de greguerías, de poemas híbridos alucinados. Esteban no echa la culpa a nadie -incluso tiene palabras de gratitud para el Ayuntamiento- y relaciona la opacidad con una cuestión de calendario: la fundación encargada de promocionar los trabajos del poeta ha estado todo este periodo peleando por saltar los obstáculos administrativos, ese cosa tan inextricablemente española, y ponerse a funcionar a pleno rendimiento. Ahora, precisamente ahora, en pleno canto de efeméride, se inicia una nueva etapa. Y los familiares y allegados confían en que sea el primer paso definitivo para contagiar en toda su dimensión con la lectura de Pérez Estrada.

En la última década, Esteban lleva luchando hercúleamente por expandir la obra de su hermano. Y junto al escritor Francisco Ruiz Noguera tiene muy clara la receta: la compilación y publicación de sus obras completas y su introducción, más que merecida, en los planes de estudio de Secundaria. El primero de los objetivos, con implicación del propio Ruiz Noguera, estuvo a punto de cumplirse hace pocos años. En su lugar surgieron ediciones y conmemoraciones valiosas, pero infinitamente más modestas: la exposición gráfica El corazón manda, a cargo del Instituto Municipal del Libro, la antología Un plural infinito, en la editorial Vandalia o las jornadas monográficas de la Fundación García-Agüera en Coín, adonde el escritor se trasladó durante un tiempo para estar cerca de su querida amiga Mari Carmen Gil, de contorno igualmente luminoso e inagotable.

Esteban coincide con Ruiz Noguera en señalar que una de las razones que frenan la propagación del poeta es su dispersión bibliográfica. Más preocupado por vigilar su reino imaginativo, el escritor publicó durante buena parte de su vida en editoriales menores y no fue hasta sus últimos años, después del interés de Ángel Caffarena y de jubilarse como letrado matrimonialista especialista en divorcios -«soy abogado del desamor», decía-, cuando comenzó a darse a conocer en el cuadrilátero de los grandes sellos hispanohablantes. Entonces, ataja Esteban, la distancia cultural con Madrid era penosa y sin apenas vasos comunicantes. «Él siempre quiso vivir aquí y cerca del mar y quizá eso perjudicó a su obra. Pero cuando murió estaba en el mejor momento; editaba, tenía reconocimientos», resalta.

Ajeno al escaparate de las generaciones y al oportunismo de pasillo, Rafael vivió sus últimos días en medio de una incontinente euforia creativa, con su piso frente al mar y su loro Currito, todavía en forma, casi siempre recostado en el hombro. Incluso en el hospital estuvo corrigiendo las galeradas de Doctor Harpo, su última novela. Esteban le recuerda en el coche, acudiendo a Madrid para la presentación multitudinaria de La extranjera, en una sala con presencia de Terenci Moix y lámparas de araña.

La preocupación por el futuro de la obra de Pérez Estrada es relativa en la casa de El Candado. Y tampoco inquieta a amigos y estudiosos como Ruiz Noguera. A ninguno se le ocurre pensar ni por asomo en la posibilidad siniestra de la amnesia. Y ambos están convencidos de que los textos de Rafael, universales y de vigencia difícilmente perecedera, serán leídos y comentados dentro de muchos años. «Hay escritores que cuando mueren adquieren un fulgor instantáneo y fugaz y otros destinados a permanecer en el tiempo. Y Pérez Estrada, con una obra tan singular y única, es uno de ellos», dictamina el investigador.

A pesar de la falta de fastos oficiales, el aniversario de la muerte del poeta trae consigo algo mucho más importante que tiene que ver con su herencia literaria. El autor quiso que parte de sus escritos -entre los que figuran los diarios- no vieran la luz hasta pasado un tiempo. Con los quince años se cumple el requisito para quitar el sello a su correspondencia personal, en la que, de acuerdo con Esteban, aparecen cartas dirigidas a numerosos artistas y poetas. Todas tocadas por el ángel de su sentido del humor y su imaginación. Hay Pérez Estrada para rato. «Es difícil destacar algún rasgo de la obra literaria y plástica de Rafael, pero, sin duda, sobresale su capacidad para crear imágenes visuales de gran plasticidad, únicas», sentencia Ruiz Noguera.