Cuando Elton John tocaba Crocodile Rock la gente estaba despendolada moviendo el esqueleto; público de muchas edades, pero con un buen número de maduros que estaban metidos de lleno en Goodbye Yellow Brick Road, motivo de la gira del cantante, que celebra los ya muy largos 40 años de su magna obra y con la que llegará al escenario del Martín Carpena de Málaga el próximo 15 de julio.

Eso era el final de la sesión, el principio fue con las notas del lúgubre Funeral for a friend /Love is Bleeding, que estaba adornada por las tormentosas nubes negras que poblaban el lienzo a las espaldas de la banda en una muy bien diseñada, en imágenes, pantalla gigante. Así, con esa épica comenzaba el británico su concierto en el espectacular The Hydro de la ciudad de Glasgow, un recinto en forma de platillo, de esquema arquitectónico impresionante, diseño maravilloso y colocado con pulcritud desde todos los puntos de vista, ya fuera el escenario, bajo y pegado al público, ya fuera con la comodidad y visión que regala desde cualquier lugar. Lo cierto es que Elton John iba mostrando su vida en imágenes desde la pantalla indicada y con una retahíla de canciones que forman parte inequívoca de la historia del pop/rock mundial.

Tiene Elton John, al igual que ya lo mostró hace años en el Hipódromo de Mijas, esa cosa de que a medida que avanza el concierto te ­apresa con sus garras y ya no te suelta. La gente pasa a formar parte de un todo con el pianista y su banda. Lo siguiente a ese decorado vino con Bennie & The Jets, que tiene ese toque festivo, a veces como de entreguerras, o así. Al poco saltaban las notas de aquella pieza a Norma Jean y Diana y, seguidamente, la rítmica All The Girls Love Alice, que provocó el primer encandilamiento del público, que comenzó además a despegar el trasero del asiento para arrancar con los primeros bailes y palmas.

Después de sonar Levon alguien entre el público entregó un ramo de flores rojas al músico, sin duda merced a la cercanía que procura ese escenario tan bien montado a ras de suelo. Lo que sirvió para el siguiente adorno en el plasma fueron una especie de fuegos y juegos de artificio en ese mismos tono rojizo. No tardó, pues, en entrar a escena uno de esos singles que quedan clavados en la memoria de muchas generaciones, Daniel.

Para entonces, Elton John y la Banda ya habían hecho exhibiciones asombrosas con un sonido nítido, limpio, brillante. Elton John hacía que salieran de sus teclas tonos de swing, eso que se dice ahora de canciones de «medio tiempo, bellas baladas» y ritmos pegados al rock. Los juegos de imágenes en pantalla ya habían dejado pasajes varios de la vida de Elton John, ya fuera en forma de teclas de piano, que en ocasiones formaban un conjunto de dominó, ya fuera con estrellas y rojas en el momento de cantar Philadelphia Freedom. Hasta llegar al himno Rocket Man, que en estos directos cambia por una «intro» de varios minutos a golpe de piano, donde deja observar su frenético y, a la vez, cuidado ritmo sobre las teclas. También había hecho varios saludos deseando paz y gloria para todos o evocando momentos «fantásticos» de su «vida» a través de alguna canción.

A las puertas del Hydro, una joven tocaba, guitarra en mano, una muy buena visión de Your Song; un par de horas después, Elton John erizaba la piel de sus fieles con la pieza, otro de sus himnos, como tantos. Hubo en una fase cercana una nueva secuencia en el plasma que recorría de nuevo la vida de Elton John de otras manera: con sus diversos sombreros, con sus variados trajes de colores, con sus coloridas gafas... Un Elton John que recorría por esas secuencias desde principios de los setenta y que, igualmente, despertaba la nostalgia del personal.

Pero, claro, eso de que los conciertos de Elton John van atrapando a los suyos a medida que va transcurriendo se va cumpliendo con precisión. Así pues, deja espacio para sus músicos, especialmente se luce su guitarrista Johnstone, las percusiones o teclado de soporte. Todo eso, dicho está, hace que la sesión vaya subiendo escalones, empezando ya desde una altura de récord.

Así pues, la recta final sube la intensidad de la fiesta, que ya venía sólidamente cargada con todos los registros citados. Por ejemplo, The Bitch is Back ya desarmó el curioso The Hydro al poner a todo el mundo en pie. Se apoya la pieza, además, nuevamente en la pantalla que una especie de karaoke de diseño plasma el rótulo luminoso: Bitch. Y seguidamente se ilumina la gente con otro rock and roll hasta llegar a Saturday Night´s Alright for Fighting. Fue otro momento de corales populares y bailes sin freno del público, que coreaba el «Saturday» sin descanso y con buen tino a la vez.

Elegancia y colorido. Era casi el final, aunque antes Elton John, en diversas fases del concierto, se levanta, saluda, muestra su chaqueta con brillantes, se sienta en su piano, pasea su mano para saludar a las primeras filas... Hace, en fin, su show sin aspavientos escénicos, pero con esa elegancia llena de colorido que toda su vida le acompañó. Y sí, se despide ante la algarabía popular. Pero lo hace para volver y dar un último bis.

Efectivamente es el Crocodile Rock que inauguraba estas líneas. Antes de empezar la tormenta rítmica de la canción, el cantante asoma con sus brillantes de cocodrilo en el traje, saludando y firmando discos, entradas y pósteres a los de las primeras filas; saludando, en fin, a fieles que llevan media vida escuchando sus canciones y que terminaron haciendo un perfecto estribillo de la pieza en esa parte tan aguda en su día de «La, la, la, lalalalala», de tan parecido a aquel Speedy González. Elton John le daba a la canción; el público, en perfecta sintonía, hacia sus «La, la, lalala» acompasado por unas sincronizadas palmas. Pues eso, atrapado en las garras de un concierto que nunca baja el tono y siempre lo está subiendo, y que deja un reguero de perlas de la música popular, de sensibilidades, de leyenda... O sea, las de las grandes ligas de la historia del pop.

El ajetreo no era tal en los camerinos, donde tuvo oportunidad de estar la expedición malagueña. Por allí andaban con mucha serenidad los colegas de los colegas del equipo, músicos y demás. Mientras se veía en el lateral de la escena un asombroso equipo de ecualización, cuyas luces ya daban para montar una buena discoteca. Por allí detrás, entre bambalinas, estaban los que montan todo eso.

A las espaldas del Hydro, toda una flota de tráileres, buses y ­coches tintados, mientras el personal iba ordenándolo todo o echando un cigarrillo a la espera del comienzo del show. El guitarrista de Elton es un viejo maestro de la escena. Despachó largo y tendido en los camerinos con un grupo de amigos, familiares, quizá. Lo hizo sin prisa mientras unos colegas se cepillaban unas cuantas botellas de vino de ésas de tapón de rosca. Efectivamente, era aquel un ajetreo tranquilo, seguramente propiciado por la atención que pone el mánager, DC, que funciona como un reloj.

Sí, un ajetreo tranquilo, valga la expresión, que luego propicia que el show sea completo, que en menos de media hora los asientos del Hydro pasen de estar casi vacíos a llenarse, que durante un show de dos horas y media no haya fallo alguno, que todo suene y vaya como un reloj, que los teloneros entren y salgan a su hora y que cuando empiezan a sonar Elton John y su banda sea aquello un espectáculo de principio a fin.