Por muchas razones, cuya enumeración prolongaría innecesariamente este artículo, la figura de Woody Allen (Brooklyn, Nueva York, 1935) siempre ha despertado un enorme interés en el mundo intelectual. No sólo, como no podría ser de otra manera, entre las filas de sus más leales y fervientes seguidores, que, paradójicamente, siguen siendo mucho más numerosos en Europa que en Estados Unidos, sino en el ámbito de la cultura en su conjunto donde, además de un icono de la agudeza, la lucidez y el ingenio, siempre se le ha considerado como el partenaire mejor capacitado para visitar, sin traumas y al calor de un humor inteligente y corrosivo, los complejos laberintos emocionales por los que transita el hombre de nuestro tiempo.

Guste más o guste menos, se le venere o se le rechace, que de todo hay en la viña del Señor, se trata, sin ninguna duda, de un importante referente para entender nuestra relación social e individual con el complicado mundo que nos rodea, a pesar de que sus propias palabras contradigan, aparentemente, tal afirmación a la vez que confirman su conocida tendencia a utilizar la propia historia del cine como catálogo referencial en la composición ge nética de su cine: «Mis películas nacen de una relación con el mundo fundada en el cine más que en lo real. Es evidente que eso muestra algo de mi infancia, algo bastante triste: en la época, pasé muchas horas en el cine intentando huir de la realidad, hasta resultarme imposible trazar la diferencia entre lo uno y lo otro». (Conversaciones con Woody Allen. Jean Michel Frodon, Paidós Ibérica, 2002).

La suya es, además, una producción que, pese a su tono marcadamente jocoso, no deja a nadie indiferente, una producción heterogénea, fresca y crítica que invita continuamente a la reflexión sobre asuntos de eterna actualidad, como los que recogen películas de la complejidad mo ral y la belleza formal de Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989), Hannah y sus hermanas (Hannah and Her Sisters, 1986), Annie Hall (Annie Hall, 1977), Otra mujer (Another Woman, 1988), Interiores (1978). Scoop (Scoop, 2006), Maridos y mujeres (Husbands and Wives, 1992), Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Mistery Murder, 1993) o Días de radio (Radio Days, 1987), por citar sólo aquellas que, a mi juicio, responden con mayor solvencia a la voluntad de Allen de ahondar en los conflictos de una generación virtualmente afligida por su incapacidad manifiesta para salir de los más atormentados atolladeros psicológicos.

Observador impenitente de la condición humana y de sus desconcertantes paradojas, Allen ha logrado radiografiar, mediante un talento cinematográfico excepcional, la fragilidad sentimental de sus personajes con mirada de entomólogo, examinándolos como lo que realmente son: sujetos hipocondríacos, irremediablemente dominados por el desasosiego emocional de una vida angustiada y que intentan despojarse del pesado lastre de sus fobias pagando un precio demasiado alto para sus extenuadas defensas.

Discurso

En ese campo, qué duda cabe, pocos cineastas han logrado popularizar su discurso personal como lo ha hecho este empecinado explorador de la sociedad contemporánea al que le siguen entusiasmando los mismos temas que despertaron su atención cuando sólo era un tímido y anónimo adolescente que se abría camino como escritor y humorista en la ciudad de los rascacielos: el sexo, la religión, el cine, la muerte, el desamor, la literatura, el rebelión matrimonial, el teatro, la familia, el psicoanálisis y, last but not least, la música, terreno que siempre ha frecuentado en su doble condición de cineasta y de avezado clarinetista tras su incorporación a la legendaria banda The New Orleans Jazz Band, la mítica formación con la que ha venido actuan- do públicamente desde hace décadas, y con rigurosa regularidad, en el Michael´s Pub de Nueva York, hasta 1997, y en el no menos mítico Cafe Carlyle, lugares que, gracias a su presencia puntual cada lunes se han convertido en espacios de culto para legiones de amantes del jazz de todo el mundo. Aunque, según los expertos, su capacidad en este terreno se aleja mucho de las excelentes virtudes que le adornan como cineasta, su adictiva pasión por la música no ha disminuido lo más mínimo.

Así pues, no son sólo sus películas como actor y director, ni sus inteligentes y divertidos ensayos acerca de los mismos temas que suele afrontar en sus filmes la única munición que emplea este director para "combatir el aburrimiento e incordiar a los bienpensantes", la música se ha convertido, desde su más tierna adolescencia, en uno de los ejes fundamentales de su amplio dispositivo intelectual, de ahí el especial interés que demuestra a la hora de diseñar sus bandas sonoras y de querer expresar a través de ellas algo más que un simple subrayado funcional para sus imágenes. ¿Quién se atrevería, por ejemplo, a dudar de la importancia crucial que tiene la música de Gershwhin en el resultado final de una obra maestra de la magnitud de Manhattan (Manhattan, 1979), del importante protagonismo que ejerce sobre Días de radio su inolvidable soundtrack o el peso emocional de esa lluvia interminable de temas jazzísticos que ilustran Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999)?

Por eso, su incontenible devoción por la música ha quedado siempre bien patente a lo largo y lo ancho de su copiosa filmografía. Casi como si de una figura de estilo se tratara, el autor de Celebrity (Celebrity, 1998) la emplea como un elemento expresivo de primer orden, situándola a menudo en el mismo corazón de la escena mientras desplaza a un segundo plano otros aspectos de la trama e impregnan la pantalla de un feeling tan especial que sólo el, con su toque proverbial, es capaz de conjugar con óptimos resultados.

Libro

Sobre este aspecto tan decisivo en la obra de Allen versa el libro del escritor y crítico canario Jorge Fonte (Santa Cruz de Tenerife, 1967) Woody Allen. Músico y cineasta, recientemente publicado por Editorial Milenio, en cuyas 663 páginas se recogen 500 canciones extraídas de sus 46 películas, acompañadas por un exhaustivo listado de compositores e intérpretes originales de cada tema. Más de dos años de intenso trabajo de investigación ha empleado Fonte en la confección de esta densa y puntillosa enciclopedia en la que se cruzan el jazz y la vasta producción cinematográfica de este gran demiurgo del cine contemporáneo con el objeto de aportar una nueva dimensión al estudio de una obra cinematográfica tan rica como estimulante y lúcida.

«Sin duda, gracias a la profusión musical de su contenido, este libro ha conseguido enriquecerme como persona tanto a nivel cultural como espiritual». Con estas palabras, el escritor tinerfeño resume los sentimientos que le han inspirado a la hora de afrontar este insólito y meticuloso vademécum de incalculable valor para cualquier estudioso del tema y de una valiosa aportación a la extensa bibliografía internacional sobre este prolífico e infatigable cineasta.

Autor también de una amplia monografía dedicada al análisis de la obra alleniana, que ya ha alcanzado su sexta edición, así como de otras dedicadas a Oliver Stone, Steven Spielberg y Robert Zemeckis, John Lasseter y Russ Meyer, Fonte alcanzó su máxima notoriedad con la edición, entre el año 2000 y 2004, de un monumental estudio dedicado a Walt Disney, el reverenciado pionero de la animación americana, integrado por cuatro tomos convertidos hoy en libros de referencia para cualquier lector interesado en la vida y en la obra del fundador de una de las dinastías hollywoodienses más poderosas e influyentes de la historia del cine. Con Woody Allen. Músico y cineasta no ha hecho más que continuar en esa misma línea de rigor y análisis a la que le guardarán eterna gratitud quienes, como él, han consagrado su vida profesional a profundizar en uno de los fenómenos más gloriosos y gratificantes de la historia universal de la cultura: el cine.