El diestro Fernando Rey cortó hoy una oreja en la tarde de su alternativa en Santander, en la Corrida de Beneficencia que echó el cierre a su feria taurina de Santiago, y en la que Morante de la Puebla y Alejandro Talavante se estrellaron con un encierro muy deslucido de los dos hierros de Juan Pedro Domecq.

Hundimiento ganadero

Durante el presente milenio, hasta este año, la Feria de Santiago se cerraba con la corrida de Victorino Martín. Se rompió la tradición justo el año y el día del 125 aniversario de la Plaza de Cuatro Caminos, en que se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq y Parladé. Visto el nefasto resultado del cambio, quizás no sea mala idea pensar en retornar a la fórmula que funciona.

Colorado, algo gachito, alto y con un volumen adornado con generosas carnes. Así era Escritor, el "juampedro" con el que tomó la alternativa Fernando Rey.

No lo atacó con su buen capote porque tuvo unos principios titubeantes. Se resarció con limpias chicuelinas y revolera en el quite y el animal pareció despertar en banderillas. Pero no fue suficiente para reventar aquello, saliendo distraído de la muleta, que tomaba bien en el inicio y de la que terminaba escupiéndose.

El nuevo matador lo hizo todo con limpieza y despaciosidad, sobre todo por la mano derecha. Algunos de pecho fueron superiores. También aquella trinchera antes de las bernadinas.

Tras un primer pinchazo se tiró a matar muy derecho y el toro le prendió muy feamente por el muslo. Quedó tendido en la arena, K.O, la mirada ida. Recuperado de la conmoción en la enfermería volvió al ruedo, se fue de nuevo con fe de novicio tras el acero y se lió a pincharlo.

Con tres largas cambiadas de rodillas en el tercio y delantales garbosos en los medios terminó Fernando Rey fijando los galopes primeros del sexto. Luego, lopecinas. Despertó el volcán dormido de Cuatro Caminos. Y de qué forma. Había ganas de empujar la alternativa hasta el triunfo. La gente, en pie.

Media embestida desclasada le sirvió al toricantano para armar un jaleo gordo, en series de cuatro y el de pecho. Hubo dos de talones hundidos y arrastrar la muleta hasta atrás. Por encima del toro, que no le dejó pasar en la suerte suprema, con la cara arriba, como hizo siempre. Rey marcó la diferencia por su actitud, entrega y compromiso, en tarde clave.

El primero de Morante, lomo quebrado con tendencia alcista hasta el morrillo, se encampanaba, aunque en las telas metía la cara presagiando el toreo soñado del de La Puebla. No hubo tal. Tras dos buenos pares de El Lili, entró en fase agónica. Encogido, reculando, amenazaba con echarse. Agua.

Su segundo fue una buena síntesis de lo que fue el encierro: mucho cuajo, pocos pitones y ningún poder. Además, rozaba la invalidez. Perdió las manos y se cayó. Tullido o no, no podía con su alma, y Morante no pudo sacar a pasear la suya con semejante pasmarote.

El tercero estuvo en el caballo no más de cinco segundos. De reloj. Un sucedáneo de lo que ha de ser la lidia. Quizás de ahí su punto de brusquedad, sin humillar a partir del tercer muletazo de cada serie. No había fondo para más. Otro cartucho quemado. Talavante nada pudo improvisar.

El brochito quinto de Parladé permitió a Talavante dos verónicas de suerte cargada y trazo largo. Y no más, con su cuarto de embestida y sus cabezazos. Ni cinco minutos le duró. ¿Para qué más?