Con el tercero de los abonos de la OFM tropezamos de nuevo con aquella sensación del concierto inaugural: un tanto abrupto. La Filarmónica lució una plantilla reforzada para ahondar en dos autores de distinto calado e influencia y desigual resultado en la unicidad del programa. Así, a la primera parte le sobró la segunda obra que la completaba y tras el descanso, Elgar apetecía distante frente a la rotunda articulación straussiana.

El australiano Nicholas Milton, su particular sentido de la dirección, sedujo al conjunto como ya lo hiciera hace dos temporadas en la adaptación orquestal del Anillo de Wagner. En aquel concierto apreciábamos su concisión gestual, traducida en unas dinámicas de trayectoria definida e iluminada por el profundo sentido artístico con el que entiende cada página. Tal vez por esto sea apreciado por el público. Cierto o no, la emisión final, ese sonido que llega al oyente, resulta irresistiblemente convincente. Milton lucha contra el bostezo y otros estragos de sala aportando interpretación que puede agradar más o menos pero en cualquier caso se aleja de la cómoda ejecución.

La escuela inglesa resucitada por Elgar centrarían las dos primeras páginas del programa. Tanto en las Variaciones Enigma como en Pompa y Circunstancia se nos exhibe a la orquesta como un instrumento maduro capaz de sugerir imágenes. No obstante, la batuta invitada ahondaría en las Variaciones en otras claves como la seducción, o reforzar la idea de cuadros con personalidad propia. Dosificó las intensidades hasta convertir en un instante cercano a lo sublime los compases mantenidos que concluyen la octava variación y sirven de introducción a la conocida novena. Aun así, Milton transformaría Nimrod en una parada y no el final de un camino, dando a la partitura una mayor coherencia interna.

Tras las Variaciones llegaría otra página inmortal del compositor inglés que se ha convertido en todo un himno, la Marcha nº 1 de Pompa y Circunstancia. Al Cervantes le faltaron entre el auditorio varios cientos de británicos que rememoraran el último encuentro de los Proms. Con mucho acierto fue interpretada ágilmente, algo de agradecer al maestro dado el complicado encaje dentro de la propuesta.

A Strauss podemos considerarlo como un Rameau alemán, el necesario puente entre la música de finales del diecinueve y la pluralidad del veinte. Su poema sinfónico Una vida de Héroe es el ejemplo de cómo hilar el extenso material temático que posee sobre el complejo entramado armónico que hace posible la orquesta. Instrumento que llega, con el músico, al límite de sus posibilidades tímbricas. Milton supo conducir la OFM a un plano cargado de color pero sobre todo coherente gracias a la colaboración de los profesores. Apreciamos unos bronces preocupados por el empaste, las maderas de la Filarmónica que siguen siendo uno de sus grandes puntales y en cuanto a las cuerdas reconocer la calidad de las violas y la profundidad de cellos y bajos para este concierto. Cuando la orquesta confía en un director es capaz de transformar un accidente en un momento irrepetible y, de paso, templar la preocupante frialdad de la sala.