Madama Butterfly

Director: Martin Mázik. Orquesta Sinfónica Ópera 2001 y Coros de Hirasaki

En junio de 2008 cerraba la Temporada Lírica malagueña el drama inmortalizado por Puccini Madama Butterfly. Coro de Ópera de Málaga, en el escenario; la OFM, en el foso y un elenco, mayoritariamente nacional, daban el contenido necesario para llenar un teatro, entonces de todos y hoy una sombra incómoda. Tal es el extremo que nos lleva a pensar que en Málaga ya no hay ópera; lo que existe es un pastiche tan mojonero como la defensa que ha venido realizando la que hasta ahora ha sido gerente del Cervantes, aquella quien restaba importancia al asunto calificando el hecho de capricho para una élite.

A pesar de que el contexto sea otro a base de tijeretazos, el interés no ha cambiado y lejos de arbitrar soluciones creíbles o siquiera razonables, el mismo equipo responsable del teatro sigue intoxicándonos con producciones fácilmente superables, respetables en otros escenarios, pero que aquí a quienes aún tenemos algo de memoria sólo nos mueven a bajar la cabeza. Entre la puesta en escena de Linsday Kemp y la escasez de medios de Mattelli, queda en evidencia el dudoso esfuerzo por seguir apostando por algo que ya no lo es porque los recursos sencillamente están en taquillas distintas. O lo que es lo mismo, la apuesta cultural mira ahora hacia otros escenarios, sin considerar siquiera el potencial existente.

Bajo ningún concepto es asumible esta situación de saldo artístico donde se sirven sucedáneos de grandes títulos, en los que se apuesta por un espectador capaz de deglutir, sin rechistar, tamaño bodrio. El nuevo gerente tiene este reto por delante, que no es otro que intentar enderezar el rumbo. Obviamente la actual temporada tiene más de herencia recibida que intervención personal por lo que cualquier gesto que vire este pirateo cultural será bien acogido.

No es agradable valorar el trabajo ofrecido por la compañía de Lainz y Marie-Ange por las razones ya avanzadas, a las que podemos sumar críticas publicadas, propias y ajenas, que toman el pulso a estos productos de bajo presupuesto de compañías como Ópera 2001, basadas en la economía de medios, la solvencia solista, el gallinero coral o los escasos efectivos orquestales. El resultado es siempre el mismo: una versión modesta, que en momento raya lo aceptable y en general provoca aburrimiento y hastío.

La soprano Meeta Raval defendió el papel de la inocente Cio-Cio-San y fue la preferida del auditorio, arrancando no pocos aplausos. Destacar especialmente su actuación en el aria Vogliatimi bene del primer acto o el mítico Un bel dí vedremo. En un segundo plano, el tenor Enrique Ferrer, aunque la textura afilada de su emisión le restó credibilidad. Del resto del elenco anotar el discreto papel de Ruggiero como Sharpless y Andreea Iftimescu como Suzuki. El resto del elenco tan sólo se limitó a resolver con buena voluntad y escaso efecto unos papeles que pudieron dar más de sí.

Roberta Mattelli aprovecha la oportunidad que le brinda el drama al centrar toda la acción en la pequeña casa de Nagasaki, colocó varios paneles móviles y algún que otro elemento para completar la escena contando, además, con un pobre apoyo de iluminación y vestuario. El final del acto segundo viene marcado por el conocido coro a boca chiusa, para la ocasión, en las voces del conjunto Hirosaki. Fue el más claro ejemplo de incapacidad traducida en falta de emisión y empaste, teniendo que ser paliada con la cuerda de la orquesta, lo que no deja de falsear lo anotado por Puccini. Pese a todo, el gran héroe del montaje es la batuta de Martin Mázik que ante tanta precariedad sabe extraer algún que otro destello. Un incierto Tannhäuser de la mano de Pedro Halffter nos espera a finales de febrero próximo en versión concierto, para entonces muchos habrán olvidado ya esta hiriente Butterfly. El nuevo gerente tiene toda una temporada por delante para tomar nota, ordenar su casa y ofrecernos su propuesta para la lírica.