Si, para muchos, la poesía no es más que un hospital construido sobre los terrenos de un antiguo cementerio, para Fernando Merlo (Málaga, 1952-1981) los versos, los suyos, supusieron la crónica de una caída, personal e irreversible, consciente, quién sabe si buscada con ahínco. De hecho, hasta se escribió a sí mismo su obituario: «Aquí yace F. Merlo, fue poeta / (Poeta, sí, poeta con dos cuernos / enormes, como dos armas en vilo / dispuestas a morder, con agravantes /De chulo, de vulgar, y de asesino / De congéneres cursis, de elegantes /Poetisos de salón). Ahí queda el tiro, / Y a quien le haya jodido que se aguante».

El Instituto Municipal del Libro presentó ayer una oportuna antología del poeta, Todo está roto a la perfección, con edición y prólogo de Luis García de Ángela y edición tipográfica de Francisco Cumpián -uno de los grandes amigos y valedores de Merlo; y se nota el cariño: los ejemplares de la compilación están encuadernados a mano y su diseño es primoroso-.

«Estos cauces que ves amoratados / y de amarillo cieno revestidos, / eran la flor azul de los sentidos, / que hoy descubre sus pétalos ajados». Así comienza A mis venas, una de las piezas clave del poemario rotundo de un hombre de físico imponente y de fuertes convicciones, pero consciente de que la batalla de la vida estaba perdida para personas como él. Fernando Merlo apareció muerto en la barra del bar que regentaba, El Túnel, con la jeringuilla colgando del brazo. No tenía ni 30 años. Para alguien como él, Neil Young compuso su elegía The needle and the damage done: «Every junkie is like a setting sun» («Todos los yonquis son como una puesta de sol»). Como tantos otros, murió de una sobredosis cuando intentaba rehabilitarse -había transformado el bar en una tienda de cerámica, quizás lo más lejano que exista al cliché del antro de perdición-.

«Como un Dionisos joven, era guapo, lúcido, oscuro y transgresor [...] En El Túnel nos reuníamos en tertulias interminables, en las que se hablaba de lo divino y de lo humano, se bebía absenta y, a veces, cuando alguien traía, se fumaban canutos», escribió en su blog una compañera de los tiempos de instituto y amiga de Fernando Merlo, que recuerda unos versos definitorios de El Merlo -como era conocido entre la fauna nocturna-: «Porque yo soy poeta / incluso cagando / quiero dar, / os doy, / una poca de mierda. / La demás para mi». Sus poemas editados corresponden sólo a un periodo muy concreto -cuatro años, entre 1968 y 1972-, ya fueron reunidos en un volumen, Escatófago, lanzado dos años después de la muerte de su autor y sufragado por sus allegados y admiradores -la editorial, Amigos de Fernando Merlo; después, el volumen sería recuperado por el Centro Cultural Generación del 27-. Contribuyó, y bastante que Rockberto -y los Castigos- hiciera una simpar apropiación de A mis venas, retitulándola A sus venas y montándola a lomos de Sweet Jane, de The Velvet Underground -youtubéenlo y se sorprenderán-.

En definitiva, el lanzamiento de Todo está roto a la perfección es una noticia digna de aplauso. Como cualquiera que suponga recordar a «este yogui mediterráneo, procaz y aguerrido, pero también tierno y muy humano», como lo define José María Báez, pintor y amigo de Merlo.