En pleno barrio de Georgetown, en el corazón de Washington D.C., se localiza una empinada escalera que aterrorizó a toda una generación. Por ella se precipitó el sacerdote Damien Karras, tratando de evitar la posesión de un espíritu maligno, hace más de cuatro décadas. La escena, obviamente, es de la película El exorcista, y la escalera, que conecta las calles Prospect y 36 con la M, se ha convertido en un auténtico reclamo turístico de la ciudad. Hasta tal punto que, apenas unos días atrás, se señalizó para que ningún turista accidental se privase de descender por la emblemática escalera.

No es este, en todo caso, el único lugar convertido en reclamo turístico tras aparecer en una película. Por todo el globo se pueden encontrar enclaves convertidos en faros de peregrinación para cinéfilos de toda clase y condición. Sin ir más lejos, y con la nueva entrega de La guerra de las galaxias a punto de llegar a las pantallas, el planeta natal de la familia Skywalker, Tatooine, fue creado a partir de exteriores rodados en distintos lugares de Túnez. Matmata, Djerba y el cañón de Sidi Bouhlel cedieron sus espléndidos paisajes y su singular arquitectura para dotar de forma a un planeta cuyo nombre deriva, también del de una región tunecina: Tataouine.

Otra saga emblemática, El señor de los anillos, puso en el mapa turístico a Nueva Zelanda. La exuberante recreación de la Tierra Media filmada por Peter Jackson llevó a miles de turistas y cinéfilos ansiosos por sentirse elfos a las Antípodas. Unos afortunados que se descubrieron paseando por Mordor al atravesar el parque nacional de Tongariro, o que pudieron visitar la genuina Comarca de los hobbits en Matamata. De hecho, el interés por el país que despertó la saga fue tal que el turismo creció un 30% después de que Jackson, natural de Nueva Zelanda, estrenase su exitosa saga.

Pero si los jedis y los hobbits tienen sus rutas turísticas, no iba a ser menos el mago más famoso de todos los tiempos (con permiso de Harry Houdini, claro está). «El niño que sobrevivió», el intrépido Harry Potter, también atrae a cientos de visitantes hasta los lugares que recorrió en su prolongada lucha contra «El que no puede ser nombrado» (ese que piensan no, el otro, Voldemort). En el caso de la saga imaginada por J.K. Rowling, el faro de procesión es el andén 9 y tres cuartos de la estación londinense de King´s Cross, del que salía el Expreso de Hogwarts. Por fortuna, los turistas no tratan de atravesar el sólido muro de piedra del andén, tal y como hacían en las películas, magia mediante, Potter y sus compañeros.

Volviendo a tierras africanas, en la localidad marroquí de Ouarzazate se localizan los fabulosos estudios Atlas, el Hollywood del desierto, donde se rodaron superproducciones como Gladiator, La joya del Nilo, El reino de los cielos e incluso algunas secuencias de Juego de Tronos. Pero a las afueras de Ouarzazate se localiza un enclave igualmente sugerente, y que aparece en dos películas míticas como son Lawrence de Arabia (1962) y, especialmente, El hombre que pudo reinar (1975): es la kasbah de Ait ben Haddou, cuyos escasos habitantes guardan como un tesoro las fotografías de los rodajes en la zona.

Para tener unas vacaciones de película, en todo caso, no hace falta irse fuera de España. El pueblo aragonés Sos del Rey Católico será, para siempre, aquel en el que el gran Luis García Berlanga rodó La vaquilla (1985), de la misma manera que a Nerja la acompaña la coletilla de el pueblo de Verano Azul. Y por tierras de Albacete se inauguró, cinco años atrás, una ruta temática para recorrer los lugares de rodaje de la película de culto Amanece, que no es poco (1989). En esa ruta, los amanecistas pueden visitar los pueblos de Ayna, Liétor y Molinicos, en los que hay auténtica devoción por William Faulkner. Pero un destino de cine no es únicamente aquel que sale reproducido en celuloide. Ningún cinéfilo que pase por La Valeta, capital de Malta, puede abandonar la ciudad sin tomarse una copa en The Pub. Porque este es el local en el que, el 2 de mayo de 1999, Oliver Reed cogió la mítica melopea que lo acabó mandando al otro barrio. Un local que aún se promociona como Ollie´s Last Pub y que continúa sirviendo el mejor ron jamaicano de la isla.