Quizás el Clásico fue el causante de la inexplicable soledad en la cita de los sábados con la OFM; ni Moreno Buendía, ni la Titán, de Mahler logró atraer a algo más de medio aforo al Cervantes. No obstante, el concierto puso sobre los atriles dos páginas distanciadas, en cuanto a sus planteamientos estéticos, si bien unidas, por la necesidad de comunicarse con el oyente. Programa que ganó en intensidad, hasta llegar al primero de los trabajos del compositor de Bohemia y brindarnos la más completa de las lecturas escuchadas, hasta ahora, a la Filarmónica, tras una primera parte centrada en la obra de un cada vez menos desconocido Moreno Buendía.

El músico murciano pertenece a esa generación de compositores que debieron reconstruir y enlazar el legado heredado por la generación anterior a la Guerra. Así, hablar de Moreno Buendía es hacerlo también de compositores como Cristobal Halfter, Ramón Barce o García Abril, miembros que en el cincuenta y ocho fundaban el Grupo Nueva Música, espacio de creación pero también de experimentación en el que no faltaron las puestas en común y el intercambio que de alguna manera influenciarían en las múltiples facetas que definen la suite Celtiberia.

Celtiberia nace como suite de danza inspirada en el ballet Eterna Castilla, estructurada en seis números, con participación vocal de una mezzo, para la ocasión encarnada por Esmeralda Espinosa. Esta suite parte de un hilo sobre el que se teje una red sonora en ocasiones evocadora, en otras personal, donde subyace un elemento reconocible, puesto que los esquemas utilizados por el compositor están en la esencia misma de la escuela española definida por Albéniz, Granados€ Elementos todos ellos que en la batuta de Hernández Silva adquirieron originalidad y sobre todo sentido, ya que los numerosos elementos temáticos que conforman la suite precisan de claridad gestual en la dirección y precisión en el conjunto sinfónico.

La primera y quinta de Mahler, si bien son las menos exigentes en cuanto a efectivos, no es menos cierto que ejemplifican todo el trabajo sinfónico y la poliédrica personalidad del músico bohemio. Mahler cosecho envidias, no pocas trabajas y enemigos a lo que debemos sumar una ruptura estética, incomprendida entonces. Aunque en un primer momento fue subtitulada como Titán, poco tiene de relación con la novela de Jean Paul y en cambio posee un fuerte carácter autobiográfico que bascula entre bruscos cambios de humor.

Que Mahler es una oportunidad de lucimiento quedó demostrado con la seguridad manifestada por la Filarmónica. Podemos afirmar que la OFM ha alcanzado un espacio de madurez que se ejemplifica en el equilibro entre secciones, la precisión en las entradas, el control de la tensión dinámica y la cuidada emisión. Hernández Silva dio rienda suelta a la propia orquesta, hasta el punto de ofrecernos una versión más ágil de lo habitual que apreciamos especialmente en los tiempos empleados para el segundo y el movimiento conclusivo. Tras la excepcional exposición del movimiento lento, donde se acumula toda la tensión de los dos tiempos anteriores, llegamos a esa explosión enérgica y dramática del cuarto movimiento el cierre de una versión difícilmente olvidable rematada con las siete trompas puestas en pie, según indicaciones del propio Mahler, en la electrizante coda final.

La OFM acumula en esta temporada programas que si bien pueden ser discutibles, apetecen incontestables artísticamente.