"María Victoria la serenísima" la llamaba Jorge Guillén. Y ella correspondía el halago con versos de sosiedo, evocadores y emocionantes:

"Cuando cierro los ojos, el viento del Estrecho

pone olor de Guinea en la ropa mojada,

pone sal en un cesto de flores y racimos

de uvas verdes y negras encima de mi almohada,

pone henchido el insomnio, y en un larguero entonces

me siento con mi sueño a ver pasar el agua" ('Mar').

No le cuesta a uno imaginarse a la autora de este poema meciendo estas exactas palabras en su casa, en La Malagueta, donde escribe casi siempre de madrugada. Allí, tranquila y paciente, extrae letras del silencio con el objetivo más ambicioso pero humano de todos -«Que la poesía se haga verdad cuando la reciba otra persona»-; o, quizás, sean las palabras las que la extraigan a ella: preguntada siempre por sus largos periodos de silencio poético, argumenta que siempre ha escrito cuando «ha podido», cuando la poesía «ha venido» a su encuentro.

Parecía que éstos iban a ser años de soledades irreparables y tristezas sin fondo para María Victoria Atencia: decía tener sólo "media vida" tras la muerte de su compañero de vida durante 60 años, Rafael León, -"mi maestro en tantas cosas y en particular en mi vida literaria"-. Pero aquello que lo remeció todo por completo ha terminado resultando el amarguísimo prólogo a una etapa repleta de reconocimientos y parabienes -el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, la Medalla de Honor del Instituto de Academias de Andalucía y el nombramiento como Autora del Año por la Junta de Andalucía coincidieron en el 2014-, que, como siempre, María Victoria Atencia acepta gustosa, humilde y con esa timidez que los que no la conocemos íntimamente nos resulta tan magnética. "Siempre me han tratado con mucho cariño y me han dicho cosas muy bonitas. No sé porqué, pero he tenido esa suerte", comentó hace un tiempo en una entrevista con este periódico la autora de 'Ex libris'.

Su carácter, serenísimo, sí, tiene mucho que ver con tanto piropo y halago: sólo ese extraño magnetismo puede explicar que en aquellos años sesenta esta mujer fuera escritora y también piloto de aviones -escribió una vez que sus poemas habitan "entre el suelo y el vuelo"-, quehaceres poco frecuentados entonces por sus compañeras de género, y aceptada como tal sin escuchar demasiadas críticas ni reproches del machismo imperante. "Ni en la poesía ni en el vuelo me han mirado jamás raro", recuerda siempre. Quizás la sociedad reserve una tregua para los buscadores de la armonía y la belleza en sus proporciones precisas, quién sabe. Aunque lo cierto es que María Victoria Atencia se salió con la suya, a su manera callada y desplegando su sonrisa, pequeña pero expresiva: escribió, voló y lo dejó todo para ser madre y ama de casa cuando sintió apretar la responsabilidad vital; dejó aparcadas las palabras pero no el corazón poético porque, como aseguró en una entrevista con 'Babelia', "Lo elevado también vive en lo cotidiano, en la casa, en los hijos, entre los pucheros, como decía Santa Teresa".

Unos versos de 'Godiva en blue jeans' son el perfecto ejemplo:

"Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve

de la mañana), blusa del 'Long Play' y el cesto

de esparto de Guadix (aunque me araña a veces

las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado,

repartiré en la casa amor y pan y fruta".

La casa, los hijos, los pucheros, "todo forma parte de la andadara". La andadera, una expresión que usa mucho la malagueña y que resulta tan coloquial como enigmática, como su propia poesía.

Dice María Victoria Atencia que la poesía «debe salir desde lo más profundo y expresar lo que no se conoce, lo que se quiere adivinar y entrever». El poeta como alguien que busca a tientas algo que ni siquiera sabe lo que es; el poeta como alguien que lo único que sabe de sí mismo es que busca. A ciegas, pero no exactamente en la oscuridad: «Preferiría que se hablase de un exceso de luz, y no de veladuras, en toda referencia a mi poesía. Quizás la poesía no sea más que un modo de substitución por correspondencias personalmente halladas y de las que se espera una mayor luz hacia dentro y hacia afuera; de las que se espera un valor transcendido», confesó una vez.

De ahí versos absolutos como los de 'La llave':

"Me despoja de mí el silencio en las torres

que una llave de piedra o de plata me abren,

y a las veras del agua se desnuda de aljófar

y nácar la nostalgia. Deja escurrir el mirto

una gota de aroma que sacude a la alberca.

Puedo ungirme las yemas para dar luz a un ciego

Discurro con la noche. Los cipreses se alzan.

Soy el vacío ya. Ni una voz me sostiene".

Enhorabuena, María Victoria. No la conozco pero la siento cercana, de alguna manera. Puede usted decir que sí, que lo ha conseguido.