Nos enseñó la cara oculta del buscador de buscadores en 'Desnudando a Google' y ahora, con 'El quinto elemento' (Deusto), que presenta este jueves en Málaga, asegura que "el nuevo 11-S será tecnológico".

­­Póngame un ejemplo para todos aquellos que creen que usted es un agorero.

Que los servicios secretos o los cuerpos de seguridad podrían introducir en cualquier ordenador material pedófilo o de contenido terrorista no es algo exagerado sino que es real y puede ocurrir en nuestro país. Sólo se necesita disponer del programa Galileo RCS, que ya lo tienen desde hace años algunos de nuestros cuerpos de seguridad, para poder desde entrar en un ordenador y tomar el control del mismo para robar toda la información almacenada o monitorizar qué se está haciendo con él, hasta introducir archivos que pueden ser desde vídeos de contenido pedófilo a contenido incriminatorio de cualquier tipo y del que será imposible justificar la presencia de esta información en nuestros ordenadores domésticos.

¿Cómo será ese 11-S tecnológico del que usted habla?

Durante años, la tierra y, progresivamente, el agua, el aire y el espacio han sido los tableros sobre los que se han dirimido disputas y conflictos. Sin embargo, en las últimas dos décadas, el desarrollo tecnológico e Internet han dado lugar a un nuevo elemento, una dimensión virtual en la que todos los individuos nos convertimos en piezas del tablero de la sociedad conectada. Hoy, Internet es el campo de batalla más grande que ha conocido el hombre y el 11-S será un atentado a gran escala en cualquiera de nuestras ciudades, realizado a distancia, posiblemente desde otro país, pulsando una tecla de un ordenador. Los gobiernos, sus agencias de inteligencia y, cómo no, los terroristas y hackers son conscientes de ello y están actuando en el ciberespacio sin que la inmensa mayoría de las personas sepa nada.

Y se impondrá el, si se me permite la expresión, teleterrorismo. Y el verdadero poder de los terroristas será el no depender de la tecnología de la manera en la que nosotros sí lo hacemos. ¿Es así?

Es correcto. Nosotros podemos defendernos si el otro ejército tiene unas armas que tecnológicamente podemos inutilizar, pero la realidad es que muchos grupos terroristas no tienen mayor tecnología en su área de influencia de la que teníamos nosotros en los años 60. Es cierto que usan las redes sociales y les podemos eliminar 1.000 cuentas en una hora, pero será el mismo tiempo que tardarán en crear otras 1.000 nuevas mediante el uso de robots informáticos. Ellos pueden apagar un país en horas y dejarnos sumidos en la edad media si tiran abajo nuestras líneas eléctricas; nosotros no podemos hacer nada contra unos terroristas que usan lámparas de aceite para iluminar sus cuevas.

¿Cómo serán los delitos y crímenes del futuro? O, mejor dicho, del presente...

La tecnología es básicamente una herramienta y si se usa bien todos disfrutamos de ella, pero esta guerra que ya ha comenzado no es tan benévola con nosotros. La impresora 3D será el regalo de las navidades de 2016, nos servirá para imprimir un juguete pero también una pistola de plástico que dispara balas de verdad. Un drone puede utilizarse para llevar cartas a una zona remota, como está analizando correos, pero ya se usan para introducir contrabando en las cárceles o un agente tóxico en un evento deportivo.

Empiezo a sentir miedo, pero no puedo dejar de pedirle más ejemplos...

Todos deseamos hacer más cosas desde el móvil, controlar las luces, la calefacción... Los amigos de lo ajeno ya saben como pueden abrir la puerta del garaje, conectarse a las webcams de nuestro sistema de seguridad y ver si estamos dentro o no. Todos empezamos a escuchar hablar de las monedas virtuales, como el Bitcoin, y cada día las utilizaremos con más frecuencia. Pero esas monedas virtuales se almacenan en un banco virtual que no tienen ni caja fuerte ni vigilantes privados con armas para defenderlas. Los hackers ya las están robando y utilizándolas para comprar otros productos reales. La única forma de almacenarlas de forma segura es en ordenadores no conectados a Internet. Curioso, ¿no?

«En el ciberespacio, el que no intenta controlar al otro ni mete las narices para espiar es porque no puede o no sabe», ha dicho usted. O sea, que el problema está en nosotros mismos, no en la tecnología.

La tecnología es maravillosa, salva vidas y nos ayuda en cada paso que damos; nadie puede vivir sin cierto grado de dependencia. Pero como un viejo vinilo, tiene una cara B, que es la de favorecer el espionaje masivo de las comunicaciones de ciudadanos, empresas e incluso dirigentes políticos, ataques a través de virus informáticos, robo de secretos militares, proliferación de actividades delictivas en la llamada internet profunda, ataques terroristas bajo el paraguas de las nuevas tecnologías e Internet, ciberguerra? Son algunos de los fenómenos que se producen de forma cotidiana bajo la superficie de falsa apariencia de normalidad en la que vivimos.

¿Cuál es el acto de mayor libertad personal que puede permitirse hoy cualquier ciudadano en una sociedad como ésta que usted observa como un imperio del control del individuo?

La privacidad es definitivamente cosa del pasado, y la seguridad de las personas podría verse comprometida por culpa de esa misma tecnología que nos maravilla. No hay ningún acto que nos permita liberarnos de esta realidad; somos conscientes de que nuestra vida posiblemente no interese a nadie, pero sí es cierto que en muchos casos nuestro ordenador o nuestro teléfono móvil es la puerta de entrada para conocer información de la empresa en la que trabajamos o de algún familiar o amigo con el que nos relacionamos.

Estoy aterrado. Dígame que podremos recuperar la privacidad.

Se lo puedo decir si de esa manera se queda más tranquilo, pero me temo que no, la privacidad ya no existe. Le aseguro que muchas empresas tecnológicas sabrán cómo se llama el amante de su pareja antes de que usted se entere por sus amigos.

Vivimos en una «libertad vigilada», dice usted. ¿Hasta qué punto nos hemos dejado controlar con promesas de entretenimiento?

Las descargas de aplicaciones para móviles son cada día más frecuentes ya que muchas de ellas resultan verdaderamente atractivas y útiles, y lo peor de todo, son gratuitas. Ese amor por el riesgo nos hace pensar que por estar en la zona de aplicaciones de Apple o Google nos da seguridad y confianza, pero la vulnerabilidad de los smartphones permite que muchas de ellas obtengan datos del móvil del usuario donde se han instalado sin que éste sea consciente de ello; estamos entregando nuestros contactos e incluso información confidencial almacenada en nuestro teléfono diariamente.

Para usted los móviles son «dispositivos de seguimiento». ¿Usted cómo se comunica con los demás?

Como todos, por teléfono móvil, en mi caso con un iPhone, y uso a diario mensajería electrónica y email, pero sí es cierto que, siguiendo los consejos de un agente del CNI, para ciertos temas empresariales utilizo un terminal Nokia con unos años, que sólo sirve para llamar y mandar SMS. Un terminal que si lo busca en páginas de productos de segunda mano está siendo muy demandado.

Podría dar otros consejos más o menos asumibles por cualquier persona para alejarse, en la medida de lo posible, de los tentáculos de este control absoluto.

Me gustaría, pero es imposible. Si una agencia, un gobierno, un terrorista o un hacker ha puesto sus ojos sobre nosotros, no hay nada que hacer. Sí podemos ser precavidos, no instalarnos cientos de aplicaciones por el mero afán de probar nuevos juegos, no utilicemos demasiado las redes wi-fi gratuitas y si las usamos, nunca entremos en nuestra banca electrónica o hagamos compras online. Usemos el sentido común.

Es necesario que el ciudadano tome una actitud consciente y activa frente a la vigilancia y el control social, vale. Pero, ¿cómo hacerlo sin caer en la paranoia?

Haciendo una vida normal y colocando límites en los puntos en los que nuestra dependencia tecnológica ya supere lo inadmisible. No es lógico que por disfrutar de un servicio de wi-fi en un vuelo nacional, le estemos dando acceso a los controles de un avión a un hacker. Pongamos barreras y disfrutemos de una vida sencilla y cómoda gracias a la tecnología.

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¿Y qué debe hacer el Gobierno?

Todo. Su misión es trabajar para que los malos nunca puedan apagar una ciudad como ya ha ocurrido en Brasil, donde hasta que no se pagó el correspondiente soborno no volvió la luz eléctrica a más de 60 millones de habitantes. Nuestro gobierno ha de aumentar los esfuerzos en número de profesionales y en inversión, para evitar lo que ya ha ocurrido hace escasos meses. Desde las instituciones públicas se han reconocido ataques externos que han puesto en aprietos algunas de nuestras infraestructuras vitales. Que eso no pase de una alarma y se convierta en una crisis depende actualmente de muy pocos profesionales, y si no aumentamos las medidas para evitarlo, los ataques diarios que recibimos no se podrán controlar.