Recientemente, la editorial Malpaso ha publicado en España '33 revoluciones por minuto', una voluminosa historia de la canción protesta (supera las novecientas páginas) escrita en el año 2011 por el periodista británico Dorian Lynskey. El minucioso trabajo abarca desde Strange fruit, donde Billie Holiday abordó abiertamente la cuestión racial en Estados Unidos, hasta American idiot, el tema de Green Day contra el presidente Bush y las mentiras de la guerra iraquí, en un recorrido que se centra de manera mayoritaria en el ámbito anglosajón, pero también tiene el acierto de analizar los casos de Víctor Jara (Chile), Fela Kuti (Nigeria) o Max Romeo (Jamaica), y que concluye dejando una sensación agridulce al lector, ya que por un lado radiografía brillantemente la capacidad de la música para intervenir de algún modo en la realidad político-social de su entorno, pero al mismo tiempo parece admitir que en la actualidad su fuerza en ese sentido está diluida, prácticamente desactivada.

Sin embargo, parece que los hechos se empeñan en querer quitarle la razón. Al menos, en parte. España no tiene presencia alguna en el libro de Lynskey, que tampoco podía escribir una enciclopedia sobre el tema, pero no está de más recordar el importante papel jugado por algunos cantautores desde la década de los sesenta hasta los últimos años del franquismo. Raimon o Paco Ibáñez fueron dos de los nombres clave de un movimiento posteriormente arrinconado en el olvido por un país que pretendía abrazar la modernidad de la noche a la mañana, pero que plantó una semilla ahora recogida por músicos como Nacho Vegas, en una reconversión que le ha llevado de trovador indie a líder de la nueva canción protesta española. Su reciente concierto en el Palau de la Música de Barcelona, donde llevó al escenario la lucha contra los desahucios (en una actuación que estaba patrocinada por el Banco de Sabadell), ha sido uno de los acontecimientos más comentados en la escena musical estos días. Después visitó Valencia, acompañado por el Coru Internacional Antifascista Al Altu La Lleva, y aprovechó para reclamar el cierre del Centro de Internamiento de Extranjeros de Zapadores.

Obviamente, el impacto de las acciones de Vegas, un músico que además no accede a las primeras páginas de los grandes medios de difusión ni vende discos por millones, no sobrepasa el ámbito local, pero pone de manifiesto la voluntad del artista por involucrarse en el contexto social al que pertenece. Cuando lo hace una estrella global, el alcance es mucho mayor. Es lo que sucede con el rapero americano Kendrick Lamar.

Sus preocupaciones, como se puede imaginar, son otras. Y, por desgracia, vienen de lejos. Porque la cuestión racial sigue siendo un tema candente en Estados Unidos y el mundo de la cultura no es ajeno a ella. Se ha comprobado en el cine, con películas como Straight Outta Compton, el biopic de N.W.A., o con el boicot del director Spike Lee y los actores Will Smith y Jada Pinkett a la próxima ceremonia de los Oscars. También Los odiosos ocho, la última película de Tarantino, dejaba claro que los cimientos del país estaban salpicados de odio racial. «Los blancos se sienten seguros cuando los negros tienen miedo», asegura uno de los personajes, y es imposible asociar sus palabras con los constantes casos recientes de asesinatos impunes de ciudadanos afroamericanos por parte de las fuerzas del orden (las sonadas muertes de Michael Brown, Trayvon Martin o Eric Garner).

En ese contexto, un álbum como To pimp a butterfly, del rapero Kendrick Lamar, puede contemplarse como una puesta al día del black power de artistas precedentes como James Brown y, sobre todo, George Clinton (Parliament, Funkadelic), que colabora en Wesley´s theory, una de las canciones del disco. Al menos, así lo entiende el periodista Brian Josephs, que en un artículo publicado en Noisey cree que Lamar está articulando los viejos resortes de la canción protesta mediante un discurso rebelde que, en su caso, alcanza a foros como los Grammy. En su opinión, el tema Alright abunda en la concepción del funk creada por Clinton, según la cual no sería «un género, sino un concepto capaz de crear un espacio libre para los afroamericanos en una nación que ha buscado restringirlos sistemáticamente».

En palabras del crítico cultural Greg Tate recogidas por Josephs, músicos como Clinton, y ahora Lamar, han entendido que «se trata de crear un espacio metafórico para la protesta y la resistencia. Son parte de un linaje de la música negra que se remonta a la época anterior a los derechos civiles y que encontró una manera de dar voz a la rabia y la resistencia negras, al placer y a la protesta». Una teoría interesante, teniendo en cuenta que desde la música de combate siempre se ha preferido antes la proclama que la sutileza metafórica, probablemente por las mayores posibilidades del panfleto de calar entre el público. En ese sentido, el punto crucial de To pimp a butterfly es la intención de Lamar de «reclamar amor propio y humanidad entre la comunidad negra, un acto de rebeldía inherente en el seno de una sociedad donde la negritud es sinónimo de criminalidad». La clave, en el caso del disco de Lamar, es que se trata de música que también consume masivamente el público blanco, mientras que es bastante improbable, pongamos por caso, que los votantes del Partido Popular se agencien el último disco de Nacho Vegas.

Más madera

El hip hop ha sido siempre un vehículo de protesta para la comunidad afroamericana. Lynskey incluye en su libro, por ejemplo, Fight the power, el mítico himno de Public Enemy. Y entre los actuales cultivadores del género, Lamar no está solo, aunque el enfoque de Vince Staples, otro rapero de éxito, es diferente. Staples debutó en junio pasado con Summertime ´06, un doble álbum editado por Def Jam Records, aclamado de manera unánime por la crítica y con colaboraciones de Clams Casino, DJ Dahi, Christian Rich y Brian Kidd. Una notable muestra de rap callejero donde la marginalidad y el crimen no tienen nada que ver con el glamour del gangsta rap y sí con la cruda realidad. En este caso, «la esperanza es un concepto abstracto y el ambiente está moldeado por el miedo y el frío pragmatismo necesario para sobrevivir en la oscuridad de Long Beach». Como argumenta Staples en el tema Norf norf, «el primer presidente negro es proclamado en el Este, pero los fusiles AK siguen alrededor de la cuna de tu madre».

Definido como «el sonido del nihilismo combatiendo contra la humanidad, y ganando», Summertime ´06 trata de convertir la ficción en realidad, poner nombre a las estadísticas y luchar contra la fagocitación del discurso que conlleva su pertenencia a un engranaje comercial.

Lamar y Staples, así como nuestro Nacho Vegas y muchos otros, están poniendo al día el patrón de la canción protesta, ese género que parece resistirse a morir porque la música es fruto de la sociedad que la genera, y si esa sociedad es injusta, siempre habrá alguna voz dispuesta a alzarse en su contra. Con una guitarra, un sampler o un par de manos capaces de marcar el ritmo. Porque importa el medio, pero también el mensaje.