"A ver quién tiene la cartera más gorda" o "tu mujer te ha dejado por alguien que gana menos que tú" son algunos de los asuntos que se despachan cada jueves y viernes, hasta el 18 de marzo, a las 20.00 horas, en la sala B del Teatro Cánovas. Samuel Pinazo ha sabido armar en Despachados una sólida estructura bajo la discusión eterna y universal del poder. En este caso la amistad juega el importante papel de antagonista temático en el duelo escénico que llevan a cabo Miguel Zurita y Paco Inestrosa -juntos por primera vez en un escenario-. Quizá la obra tarda en entrar en materia pero una vez hecho esto el ritmo empieza a fluir de manera ascendente y se precipita hacia un buen final.

A Álvaro lo acaban de ascender, inaugura despacho y espera la visita de su gran amigo Diego, que trabaja en la misma empresa. Alvaro se muestra nervioso, inseguro. Diego, sin embargo, irrumpe en la escena más entero, con cierto aire de chulería. De entrada, dos personajes bien trazados. Parece que algo va a suceder. Mientras tanto, la trama se ve interrumpida por el Baba, un personaje siniestro al que da vida Luis Centeno. Conforme se van desvelando las intenciones con las que ambos han acudido al encuentro, Diego y Alvaro irán tomando conciencia del auténtico entramado en el que se ven envueltos e intentarán ponerle rostro al manipulador que mueve los hilos. Dentro de las múltiples lecturas que pueda tener Despachados, me parece interesante la visión del ejecutor, cómo ha sido construido el verdugo, «"Quién se cargó al Pitufo?". ¿Cómo es la mano que se mancha de sangre? ¿Por qué se mancha? ¿Qué lo define, quién es? En definitiva, ese ente poderoso e invisible que maneja desde arriba no sería nadie sin su sicario. Ese demonio-dios universal que nos acompaña desde que fuimos desarrollándonos como especie ha contado siempre con un fiel esclavo y resulta interesante el retrato que hacen de él en una historia sencilla que refleja los rincones oscuros del alma humana. Creo que nos sentamos ante un buen ejercicio teatral, bien escrito, bien conducido y bien interpretado, de leitmotiv lumínicos que aliñan el desarrollo y un mensaje que nos hace reflexionar. Lo mejor: demuestra que el teatro está muy vivo y es un espejo donde mirarse y detenerse a pensar, pese a ser una presa más de esa red pegajosa donde aguarda la araña que no sabe cómo devorarlo. A ver cuántos sicarios más tienen que enviar para no dejar títere con cabeza.