El origen de la Orquesta Filarmónica de Málaga, de la que hoy se celebra el vigésimo quinto aniversario de su concierto inaugural en el Teatro Cervantes, el 14 de febrero de 1991, tiene poco de musical, a no ser que le quieran escribir una partitura a la riña que mantuvieron Rafael Escuredo, el primer presidente electo de la Junta de Andalucía, y Pedro Aparicio, alcalde de Málaga. Recién inaugurada la década de los ochenta, el primero declaró su intención de fundar una gran orquesta andaluza con sede, naturalmente, en Sevilla. El edil malagueño se opuso rotundamente a que la difusión musical fuera monopolio hispalense, apelando a la gran tradición malagueña y a la importante labor de su Orquesta Sinfónica, fundada en 1945.

La partida política quedó en tablas y la solución pasó por la creación de dos orquestas, una en Sevilla y otra en Málaga, financiadas al cincuenta por ciento por los ayuntamientos y el gobierno andaluz. El acuerdo para la creación de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Málaga -primer nombre que adoptó la formación- se firmó el 23 de marzo de 1990. Desde un primer momento se pensó en contar con los maestros de la Sinfónica malagueña, pero el régimen de incompatibilidades requerido hizo imposible reunir el número suficiente de atriles. Así que se optó por abrir una convocatoria de oposiciones. «Las pruebas, que se realizaron en el Conservatorio María Cristina, fueron exigentes», recuerda el trompeta solista Ángel San Bartolomé. «Fueron muy difíciles, porque había muchísimo repertorio», reconoce el trompa solista Cayetano Granados. Ambos músicos pertenecen a la reducidísima nómina de malagueños que obtuvieron una plaza para la nueva orquesta y que aún permanecen en sus filas.

Porque el grueso de los componentes de la formación original provenía de la antigua Unión Soviética. «Preparamos audiciones en Bratislava y Moscú. Y allí nos fuimos Octavio Calleya, Francisco Gálvez y yo», rememora Curro Flores, concejal de Cultura por entonces. «No recuerdo la cantidad de músicos que escuchamos. Allí nos pilló la dimisión de Shevardnadze -ministro de Asuntos Exteriores Soviético- y asistimos a las convulsiones políticas que acontecían en la URSS».

Flores rememora que aquel casting internacional fue maratoniano, ya que «se presentaron muchísimos músicos», y la comitiva malagueña quedó impactada de la gran calidad de los solistas. Al mimo tiempo, fueron testigos de las terribles condiciones en las que vivía la sociedad rusa. «Acudimos a un conservatorio de niños de enorme talento que interpretaron la novena de Beethoven en una sala con los cristales rotos y a diez grados bajo cero».

Primeros ensayos

Una vez finalizada la selección de los músicos comenzaron los ensayos. Las primeras tomas de contacto se realizaron en el cine Coliseum, en calle Montes de Oca, recuerda San Bartolomé. «Las condiciones no eran las más idóneas y la preparación fue muy anecdótica. Había muchos compañeros que no llegaban a los ensayos porque todavía andaban arreglando los visados para entrar a España».

Curro Flores sostiene que estuvieron «muy pendientes» de la llegada de los músicos rusos a Málaga. Tanto que incluso se ocupaban «de las casas que iban a alquilar para vivir». «Hubo mucha expectación con la llegada de los rusos. Todo el mundo quería escuchar a la nueva orquesta», recuerda.

«Creo que estuvimos cerca de un mes para coordinarnos y repasar buena parte del repertorio, más allá del que íbamos a tocar en el concierto inaugural», apunta Granados, que destaca el gran nivel de sus compañeros y el buen ambiente que se respiraba. «Había mucha expectación. Se había realizado un gran esfuerzo por reunir a los mejores músicos posibles. Y recuerdo cómo estábamos todos entregados al cien por cien e intentado hacerlo lo mejor posible».

Bajo las órdenes de Octavio Calleya, que dejó la batuta en la anterior Sinfónica para convertirse en el director fundador de la nueva formación, el nuevo conjunto inició su periplo en el Teatro Cervantes el 14 de febrero de 1991. Tras el aplauso de bienvenida, la orquesta hizo sonar una pieza del malagueño Eduardo Ocón -la ciudad se reivindicaba como cuna de talentos- titulada Andante. Y el público quedó maravillado. «La orquesta sonó muy bien. La acogida fue muy grata y el recuerdo fue muy bonito», remarca San Bartolomé.

«En los primeros conciertos había mucha expectación. Durante los primeros años, la orquesta viajó a Barcelona, Madrid, Sevilla.... y pasaba por aquel momento como la mejor orquesta de España. Se nos llenaban los conciertos e incluso tuvimos que disminuir la venta de abonos», cuenta Flores.

«Era una oferta cultural de calidad y, sobre todo, nueva: el setenta por ciento de lo que se programaba no se había tocado antes en Málaga», argumenta Calleya. Cuando le preguntan, el exdirector siempre repite la misma afirmación: «La Orquesta Filarmónica es un lujo para la ciudad».

Al finalizar el primer recital, Pedro Aparicio reunió a los músicos y brindó por el inicio de una institución que desde entonces ha servido de faro cultural a la ciudad de Málaga. «Pedro vivió emocionado y entusiasmado con este proyecto», explica Curro Flores, que recuerda que por aquel entonces el Ayuntamiento ya había «iniciado todos los trámites para la construcción del auditorio, pero la crisis que vino después del 92 dejó el proyecto en un cajón».

Junto con la rehabilitación del Teatro Cervantes, la creación de la Filarmónica fue uno de los proyectos de ciudad más queridos por Pedro Aparicio, quien siempre tuvo en su casa enmarcada la batuta con la que el maestro Calleya dirigió el concierto inaugural. Los músicos recuerdan cómo el alcalde «acudía a los ensayos» y hablaba con ellos. «La orquesta existe gracias a él. Y recuerdo con gran cariño que en su época de parlamentario europeo tenía en su despacho de Bruselas la foto de la primera orquesta», sostiene Ángel San Bartolomé.

Odón Alonso, Alexander Rahbari, Aldo Ceccato, Edmon Colomer y Manuel Hernández Silva han ostentado la dirección titular y artística de la OFM en estos veinticinco años que hoy se cumplen. Como brillante fue el pasado de la formación, brillante es el futuro que le queda por conquistar, pese a que la sombra de la crisis económica continúe haciendo más y más difícil el desarrollo de su única razón de ser: enamorarnos de la música.