¿En qué momento el ilicitano Francisco Contreras se convirtió en Niño de Elche y por qué?

Bueno, Niño de Elche fue un apodo que me puso una persona en Murcia cuando tenía 15 años, algo habitual en el flamenco. Pero no hay una transformación como tal. Con el tiempo Francisco Contreras y Niño de Elche han ido acercando posturas. A los diez años empecé a cantar en público en un concurso de canción infantil en el pueblo de mis padres. Y eso fue también un descubrimiento para mi familia.

¿Y por qué eligió el flamenco?

Hay una parte de explicación que es la familiar y otra que no tiene explicación, es porque uno siente la necesidad de hacerlo. Es lo que quiero hacer y me importa tres pepinos todo.

Sea sincero y dígame si encontró mucha comprensión a su alrededor cuando empezó a definir su estilo artístico.

No, no... Me comprendía mi círculo, en el que yo me relacionaba artísticamente y donde yo hacía las cosas que a mí me gustaban. Cuando iba a espacios donde aún no se sabía muy bien dónde encajar lo que yo proponía pues empezaban los conflictos, aunque por supuesto lo he podido superar porque ahora no voy a esos sitios, que normalmente son los relacionados con el flamenco. Pero no necesito el aval ni la aceptación del mundo del flamenco.

Por eso ha sido muy criticado por los puristas ¿Cree que ha demostrado que el flamenco puede ser contemporáneo, psicodelia, funky, electrónica?

El flamenco puede habitar todos esos espacios si lo hacen personas que tengan sus cuerpos contemporaneizados. Hablar del flamenco como algo global no me gusta porque es un arte individualista. No sería justo ni en positivo ni en negativo. El flamenco te da una serie de actitudes y aptitudes que otras artes no tienen, por eso es una pena que lo hayan convertido en algo académico.

¿Y cuáles son sus referentes?

Hay muchísimos. Trabajo mucho con creadores contemporáneos, ya pueden ser arquitectos, artistas, músicos.. Mi mundo referencial es amplísimo. De niño escuchaba flamenco y canción de autor. Después me pasé al metal, al minimalismo y a partir de ahí continué escuchando lo que me llevaban otros artistas.

Sus letras son reivindicativas, duras, directas y sin tapujos. ¿Se considera un revolucionario?

En lo artístico, no. Las etiquetas no me dicen mucho. Incluso estas que son halagadoras. Para mí, ser revolucionario pertenece a otro ámbito más trascendental, capaz de cambiar realidades. Yo solo puedo cambiar algún imaginario que otro con mis letras, porque me gusta tratar los temas con concreción y más con cosas que yo considero importantes. Ser revolucionario no depende solo de lo que tú hagas sino del impacto que tenga en el exterior y eso no depende de mí. Me gusta más la palabra agitador o rompedor de imaginarios.

¿Su música es antisistema?

Ojalá lo fuese. Pero vivimos, como dice un amigo mío, en la bestia, y eso te hace vivir esa esquizofrenia de lo moral, de lo que se etiqueta. No es antisistema porque estamos dentro del mercado de la música y nos relacionamos con marcas. Decir eso sería un brindis al sol por mi parte. Eso sería más de la izquierda clásica que nos dice que lucha por cosas que no son verdad. Yo intento ser lo más honrado posible. Más que un Cid Campeador que protesta y va en contra del sistema pertenezco a una tribu chamánica que hace sus aquelarres aparte del sistema y que de vez en cuando tira una chinita a la ventana del sistema. No podemos hacer algo que no está en nuestras manos, por desgracia. Y si creemos que podemos es que no hemos entendido nada, que es lo que ha pasado a muchos cantautores que o han desaparecido o se han quedado en un discurso ajeno a lo que nos interesa.

¿Le sorprende el éxito que ha tenido Voces del extremos, considerado mejor disco de 2015, ganador del premio Ruido?

Pues no me lo esperaba. Vengo y estoy en un territorio en el que solo reconocían lo que yo hacía cuatro gatos. Tenía la necesidad de hacer algo con un contenido muy concreto y es lo que he hecho. Si ha gustado, pues de puta madre. Pero yo venía de que lo que hacía no tenía eco, de un espacio muy alternativo. Nunca he hecho ningún trabajo con esa pretensión.

Pues ahora ha entrado en el mercado...

Me alegro de que haya pasado eso con este disco tan particular y tan radical, en el sentido de cómo lo hemos hecho, porque hay poco riesgo de amanerar el proyecto. Tengo una forma de trabajar que es difícil de cambiar. Siempre que tienes un éxito, entre comillas, el proyecto siguiente puede ser reo del anterior, pero como yo trabajo de forma muy poliédrica, el disco que estoy preparando no tiene nada que ver con Voces del extremo, es experimental, para que la gente no pueda comparar.

Su música gusta a los modernos. ¿Le agrada o le molesta?

La verdad es que yo no sé exactamente quiénes son los modernos. Es verdad que noto que hay gente en mis conciertos que en la vida hace medio año hubieran ido a verme. Pero no me molesta que a los que llaman modernos les guste. Para mí lo interesante es que de repente se traguen y aplaudan textos muy fuertes. Eso es un logro. Lo segundo es que reconozcan estéticas con las que no estaban tan familiarizados. El tercer logro es que en un mismo concierto puedan ver momentos de improvisación o de flamenco o de cantautores. Eso es lo que ha hecho Voces del extremo. Si eso es moderno pues bienvenido sea. Los que no van son los flamencos y los heavys, que es de donde yo vengo.

Sé que no le gusta, pero le comparan con Enrique Morente y su disco Omega.

Voces del extremo es un trabajo hijo de su tiempo y es muy diferente a cómo lo podían hacer en los 90. A mí no me molesta que me comparen con Morente, es un halago. Enrique es un referente para todos nosotros, pero no es el referente máximo y no es donde bebemos para Voces del extremo. Lo más importante que tenía era su voz, su inquietud y su forma de componer para la poesía. Pero a sus seguidores les llamo morentianos conservadores, porque utilizan su nombre para no mostrar lo conservadores que son y para lapidar cualquier atisbo de nuevas propuestas, cuando él era abierto, inquieto, escuchaba, era un tipo genial, improvisador...