El oficio público emplea las palabras, escritas o de palique, circunscritas a la instantánea del momento, la oportunidad e, incluso, pueden llegar a fagocitar todo lo dicho o escrito con anterioridad en lacónico discurso o sonoro silencio. Palabras, palabras y palabras que de tanto uso pierden lustre y aparecen huérfanas de esa fortaleza que con tantas idas y venidas han terminado desnaturalizadas o hastiadas.

Esto viene sucediendo, desde hace años, con el futuro Auditorio de la música, el proyecto que nunca despegó y, sin embargo, nos devuelve a una realidad fallida o, en el mejor de los casos, al mismo punto de partida: una infraestructura vital no sólo dentro del ámbito estratégico y posicionamiento de Málaga en los circuitos internacionales, sino también una deuda con el talento de esta ciudad aplazado sine die por las más diversas y concretas razones (¿de dónde sacamos cien millones en las actuales circunstancias?). Que la ciudad ha cambiado lo sabemos todos; sus intereses, incluso las formas de abordar las necesidades. El actual contexto, donde los errores son trastos a lanzar al contrario, apunta un escenario donde los argumentos acaban voceados y son pisoteados apelando a porcentajes electorales, capacidad de representación o compromisos que cumplidos o no son hipotecas programáticas que el tiempo sostiene como inalterables aunque haya tornado su interés. El proyecto del Auditorio va a correr la misma suerte si no asumimos que quizás un contenedor más asequible puede dar igual respuesta aprovechando una oportunidad única que lo situaría en el propio corazón del centro histórico, en la manzana del Astoria-Victoria.

Todos desearíamos plasmar el Auditorio en la parcela de San Andrés, pero la actual coyuntura nos aleja del sueño. Esta posible solución ofrece, a cambio, una realidad viable en sus costes pero también en los argumentos. Y es que el centro de la ciudad ha conformado un núcleo asentado en la apuesta entre el desarrollo socioeconómico y la demanda cultural. Aquel objetivo que inspiraba la necesidad de este escenario para cubrir el disfrute de un punto a otro de la provincia se abre ahora, aún más si cabe, con la oportunidad de cerrar una oferta que de la mañana a la noche llene la agenda de la ciudad. Si semanas atrás avanzábamos esta idea reivindicando el futuro edificio para la OFM, al desgranar las ventajas y sus posibles usos, seguimos concluyendo y afirmando que ése es el fin viable a este espacio de la ciudad. Este valioso bocado necesita de la apuesta de todos para no ser otro proyecto fallido o caer en manos de la insaciable especulación.

Cuando aún se están discutiendo los puntos de un nuevo concurso, sus objetivos, límites e, incluso, premios, nos llama la atención que nadie haya sido capaz de asumir con objetividad la posibilidad de transformar la manzana Astoria-Victoria en un edificio pensado para la música. Sería la infraestructura necesaria no sólo para la Filarmónica, principal destinataria de la obra, sino para toda la actividad que en sí misma concentraría. Es obvio que la OFM por sí sola no puede sostener la programación, y es ahí donde tienen cabida otros ámbitos y géneros posibles que van desde al jazz a la danza y de la danza al musical pasando por el futurible festival de flamenco; o la posibilidad de que nos visiten los conjuntos que desde hace años no pisan esta ciudad; la recuperación de los ciclos tanto de antigua como de contemporánea, e incluso que la propia Orquesta Sinfónica Provincial tuviese la posibilidad de desarrollar una temporada propia. Todo ello sin contar las infinitas posibilidades de otros formatos especializados tanto para la sala de cámara, como los desarrollados en la sala principal de conciertos.

Aceptemos esta realidad y hagamos del Astoria-Victoria el imperioso auditorio de Málaga, sede de la Filarmónica. Es una vía razonable para ver cumplido el compromiso con la OFM, reforzado con la posibilidad de difundir, además, producción generada por el talento de esta ciudad y completado con la oferta que pueda ser programada en su gestión. No se trata sólo del edificio, hay que dotarlo de un presupuesto económico que pueda ofrecer contenidos que atraigan al público y lo hagan rentable. Su ubicación en este punto clave de la ciudad dibuja un triángulo que complementa al Echegaray, que apunta a convertirse en productora escénica, y al Cervantes, donde se desarrollaría el capítulo lírico. En un círculo más amplio, la Sala María Cristina, el Teatro Cánovas, el Cine Albéniz o, incluso, el privado Teatro Alameda cierran un abanico de posibilidades que, bien gestionado, nos devolvería a la referencia nacional y, con esfuerzo, al panorama internacional en el que apenas aparecemos reseñados.

Otra de las claves radica en el propio público. Ahondar en los posibles consumidores a los que debe atender. Entendido de esta forma, el Auditorio se configuraría como la referencia de buena parte de ellos. Una sala concebida para disfrutar la música con las más altas cualidades acústicas. Todo sin mencionar la repercusión mediática que el hecho en sí reporta. Un visitante estaría en disposición de hacer sus visitas durante el día y disfrutar de un espectáculo en el auditorio del Astoria-Victoria en la noche. Las escapadas culturales de fin de semana son mucho más habituales de lo que pensamos; cada vez más los visitantes hacen coincidir sus pernoctaciones con determinada oferta musical, escénica o lírica.

Ahondando en la idea Astoria-Victoria como Auditorio pretendemos suscitar el debate, la reflexión que propicie el horizonte capaz de aunar voluntades y apoyos. Su ideario abierto no tiene más fin que concienciar de la importancia de esta infraestructura. Las posibilidades del Auditorio tal y como las exponemos son tantas como la viabilidad del mismo, puesto que asumimos un edificio más ajustado al contexto económico actual, que gana en proximidad al ubicarse en el corazón mismo de la ciudad, la Plaza de la Merced, otro punto de obligada confluencia conectada a su vez por su actividad y entorno más inmediato. Además, el Auditorio como tal da respuesta a la actividad tanto del Conservatorio Superior de Música, la Escuela de Danza o incluso la especialidad de Arte Dramático centrada en el musical. Por tanto, un edificio lo suficientemente plural como para concretar unos contenidos de calidad que en las circunstancias actuales todos reconocemos limitada.

Frente a la indeterminación, ambigüedad o falta de concreción de un posible uso sociocultural de la preciada manzana, ese mismo que se diluye en otros espacios como la antigua Prisión Provincial, nos posicionamos ante una infraestructura que define por sí sola un destino concreto tanto del edificio rehabilitado como, en su defecto, el solar para una nueva planta. El Auditorio apetece más cerca de lo que pensábamos, y tanto es así que construirlo depende de aceptar que es una obra viable, sostenible y que gestionada con ambición sería amortizable en un plazo razonable. Les invito al debate tranquilo de la ciudadanía, la apuesta de los aficionados e instituciones y el reto para quienes opten al concurso de ideas.

*Alejandro Fernández es crítico musical