¿Por qué ha abandonado el paraguas de Vicios Caros y sale al mundo ahora con su nombre (en realidad, con el apodo con el que todo el mundo le conoce)?

Ya desde el día de la presentación de Vicios Caros en el Teatro Echegaray, allá por 2011, ya estaba en solitario a cargo del proyecto. Candy Caramelo fue el que me lo propuso, ya que no tenía ningún sentido seguir con un nombre de banda cuando, como bien dices, todos me conocen como El Zurdo. Era muy necesario, sobre todo, para iniciar una etapa nueva desde cero, dejando claro que el autor confeso de todo esto soy yo.

En el disco suena más descarado, abierto y disfrutón. A mí, por ejemplo, su anterior disco, Peluquería de señoras me resultaba algo rígido, acartonado. ¿Ésa era la intención o ha salido así?

Tenía muchas ganas de reivindicarme, evitando errores del pasado... Peluquería de Señoras eran mis diez primeros temas en español así que fue un aprendizaje de lo que no se tenía que hacer. Ahora se puede escuchar la verdadera esencia de lo que soy; como me dijo Caramelo: «A ser El Zurdo no te va a ganar nadie». Y él se ha encargado de que esa personalidad quede intacta en cada tema, porque lo que suena es todo real, sin maquillaje. Y a pesar de que así es muy difícil grabar y tienes que tener un buen nivel, creo que se notan en cada corte las ganas de gustarme y gustar.

¿O sea que Acto de fe tiene algo de manifiesto, de defensa de ese rock que suena a madera?

Es un manifiesto a favor del rock de raza, de rompe y rasga; aquí no se le ponen los cuernos a las musas con la imaginación. Es partir una lanza por esos artistas que no tienen imitación: guitarristas hay a patadas, cantantes mejores que yo, millones, pero el compendio, la suma de todo, ahí soy inimitable, más que nada porque hay un yo en el mundo y mi vida la vivo solamente yo. Y eso es lo que hemos ido buscando, aunque hoy en día sea muy implicado porque ahora o te pareces a algo o estás muerto.

Las letras están más cuidadas.

Quería reivindicarme como letrista, porque se puede escribir decentemente y hacer rock; se pueden escribir boleros, tangos, baladas y que no parezcan, como decía Sabina, declaraciones de futbolistas.

El disco también quedará como documento de su flechazo con Madrid y muchos madrileños y madrileñas.

¿Cómo le ha influido la capital?

Madrid me ha dado los mejores momentos musicales hasta el momento, he conocido y he compartido escenario, copas y amistad con todos mis artistas favoritos, he conocido a gente maravillosa, sus calles me han acogido y me he sentido desde el minuto uno como en casa, es como si hubiera descubierto un nuevo barrio de Málaga. El cariño y los lazos de amistad que he sentido en la capital han sido la mayoría de veces más fuertes que los que he sentido en mi ciudad, con todo el dolor de mi corazón. Allí siempre se habla de música, de creación, de proyectos nuevos... Te respetan por tu arte sin hacer diferencias. Desde que llegué con cuatro duros a las cinco de la mañana tras ocho horas de autobús y el tipo de la pensión me estaba esperando despierto para recibirme hasta el abrazo con Candy cuando terminé las sesiones.

No para de hablar de Candy Caramelo... ¿Qué le ha dado?

Me la jugué a una carta. Quería que él me produjera y fui con todos los miedos del mundo; lo conocía de los conciertos y de ser un gran músico, pero en lo personal no tenía ni idea de cómo me iba a tratar o cómo haría las cosas, porque la mayoría de veces te encuentras a gente grande que tiene el rollo del yo vengo de vuelta y soy grande y esto lo hacemos así. Él ha sido todo lo contrario: me dio las llaves de su casa, me ha tratado entre algodones y siempre me ha dado mi sitio, consultándome cada coma que se movía o cada acorde que quitábamos. Me ha abierto su corazón y su casa, y sólo puedo estar eternamente agradecido. Es un patriarca, como yo le digo.

¿Y Ariel Rot?

Ariel Rot, otro señor... En cuanto lo llamé para el disco no se lo pensó dos veces. Con la humildad del que es realmente grande, se sentó, chapurreó el tema y en cuanto lo tuvo lo grabó como si tuviera la ilusión de los dieciséis años. Le di las gracias y me respondió: «Tú te lo mereces».

El Twangero y José Bruno también le respaldaron en el estudio. Con tanto bicho suelto, anécdotas debe de haber por doquier...

La mayoría no se pueden contar, pero sí le puedo decir que nos hemos reído muchísimo. Por ejemplo, el cumpleaños de Candy fue maravilloso, terminamos cantando el repertorio de Jaime Urrutia con el propio Jaime en la mesa; el « suena muy Rodríguez ¿no?» de Ariel refiriéndose a su propio solo de guitarra y respondiéndole todos «¡pero si eres tú, carajo!»; el amanecer durmiendo en el suelo del piso de Sánchez Dragó tras un concierto de los Stones en el Bernabéu; ir por Madrid y que la gente te diga «ese Zurdo» y que Candy se partiera de risa... Y hasta ahí puedo leer, porque ha habido sesiones de grabación que sonrojarían a los que van disfrazados de Keith Richards.

Da la sensación de que el disco le ha supuesto también un aprendizaje vital.

Soñé una vez grabar un disco así y lo he conseguido, sin forzar nada; aquí no hablamos de dinero, cualquiera de los que venden su moto a golpes de talonario no pueden disfrutar de lo que yo he disfrutado... Esto va más allá, está en lo humano. Yo me fui a Madrid sin un duro, con un pen drive, y me vengo con unas vivencias que no tienen precio y que solo yo puedo disfrutar y rememorar en mi cabeza, aunque en el disco se nota esa energía. Cada invitado ha venido de corazón y no por ningún tipo de favor, lo vi en sus caras y en sus gestos, y eso no tiene precio. Esa forma de actuar llevada al día a día es lo que me motiva: yo no tengo mánager, y lo que me han ofrecido las discográficas no me ha convencido; le dije no a un sello que si la gente lo supiera se echaría las manos a la cabeza, pero por principios y porque creo que las cosas se pueden hacer de otra manera, sigo en plan indíegena. Al final esta energía que me ha traído el realizar este esfuerzo me hace imparable.

¿Ha influido de alguna manera en su manera de componer y de ver la vida su colaboración con el periódico?

La columna ha sido mi talismán... Desde que empecé a escribir para La Opinión no han parado de pasarme cosas buenas: he escrito desde todos los cibercafés de España, sobre el lleno en Galileo con Fernando Martín, sobre telonear a Leiva, sobre mi amor por Madrid, sobre mi amor por mi señora... Es como mi diario. Pero, sobre todo, me ha ayudado a seguir siendo yo, a no ser agradador y a huir del bienquedismo del que abusan los artistas. En la columna me mojo y me expongo; muchos me dicen que afloje, que no sea tan yo, pero gracias a esto tengo muchos más seguidores que ven que el tipo que escribe, el que canta y el que se toma la caña en el Centro es el mismo sin vueltas de hoja. Tiene su gracia que gente que no conozco me vea en un bar y me diga «Qué huevos tienes, sigue así» y te den su apoyo tras leer la columna.