­En el disco Autorretrato de Camarón, natural de la Isla de San Fernando, pegadita a Cádiz y a un tiro de piedra del África que agazapada espera tras las vallas, nos contaba Ricardo Pachón que genios y artistas del mundo de la música internacional habían tenido el sueño y la ilusión de hacer alguna cosita con el gitano rubio partiendo del universo flamenco, sobre todo después de esa cosa tan extraña e impactante que fue y sigue siendo La leyenda del tiempo, que a nosotros nos parece que junto al Veneno de los Kiko/Amador y al Mezclalina de los Tabletom son las mejores opciones para internarse por las veredas nuevas del flamenco viejo.

Unos años atrás el guitarrista Sabicas se había marcado con el eléctrico Joe Beck el disco Rock Encounter y Lucía, Iturralde y los Smash habían dado inicio a la mezcla de lenguajes que también interesó desde finales de los cincuenta a Miles Davis, Charles Mingus o Gil Evans. Entre los artistas que citaba Pachón figuraban el Bono Vox de los U2 irlandeses, católicos y sentimentales, que diría con sorna Ramón Valle Inclán, además del Jagger de los Rolling Stones, el Peter Gabriel de los Genesis y puede que hasta el Michael Jackson camaleónico y monarca, cuando no rey, de la música del poporrompero.

La visita de las estrellas

En el verano del 87, avanzado julio, los U2 visitaron Madrid y quedaron encantados. Llevaban de teloneros a los UB40, a los Pretenders y a la Big Audio Dynamite, rescoldos de los Clash En otras mangas de la gira se traían también a los Pogues, que se gastaban el sueldo en botellas de whisky escocés y en juergas por Almería buscando a la muñeca Chochona. Los U2 dieron su concierto emblemático en el Bernabéu y no cabía un alma. Se celebraban unas jornadas para la concienciación con el medio ambiente y se dejó un Madrid caótico de suciedad y denso de hedor agrio, con el césped del Bernabéu convertido en un estercolero. Nunca estuvo la península más unida y fraterna, se congregaron para una misa laica de pendones blancos gentes de todos los rincones, incluida Portugal, Andorra y el Peñón. A nosotros no nos dejaron ir porque se nos ocurrió la feliz idea de suspender el inglés, que en su versión los montes de Málaga sólo se centraba en que le pusieras la s a la tercera persona y en el genitivo sajón. Luego los vimos en el Calderón, pero los U2 de entonces ya no fueron los mismos, que diría Neruda.

El Joshua Tree llevaba unos meses vendiéndose como rosquillas y la discográfica iba sacando sencillo tras sencillo para colocarlos muy arriba en las listas, que es una cosa algo compleja, con sus vídeos en blanco y negro o en la azotea de un edificio y las portadas que nos conducían como al universo del salvaje o al menos peligroso Oeste de Billy the Kid que conocíamos por una novela de Ramón J. Sénder, que a la vuelta del exilio una de las cosas más importantes que hizo fue montarle un pollo a Cela en una cena en Mallorca, y sin olvidarnos que este año se cumple el centenario del nacimiento del gallego y la RAE con la editorial Alfaguara nos promete una edición cuidada y a un precio asequible de La Colmena, con sus estudios y análisis, culmen y cumbre de nuestra narrativa por muy mal que pueda llegar a caer el tipo, y de la que daremos cuenta.

Luz del alma mía divina

Corría también el 87, en los floridos días de mayo, cuando Camarón dio, con la venia de Pulpón, unos recitales históricos en París, en el Cirque d´Hiver, con Tomate a la guitarra y la garganta en un estado de forma excepcional. También se caldeó el ambiente con Aurora Vargas y Jarillo de Triana, entre otros, y el de la Isla hasta se atrevió a coger la guitarra en su himno Como el agua. Luz del alma mía divina cantaba Camarón y el teatro se venía abajo porque la gente no podía aguantar tanto arte y hasta la guitarra tenía que parar un segundo en el estribillo. Aquello que parecía escrito por San Juan de la Cruz se le había ocurrido al hijo pequeño de la saga de los Lucía, Pepe, padre de Malú, que acompañaba en las giras internacionales a su hermano Paco y Ramón poniéndole la voz rasgada al Sexteto de los Benavent, Pardo y Dantas. Hubo de todo, fandangos y bulerías, aires de tientos y suspiros de tarantos, y el público quedó como loco con el cante gitano/andaluz de ese mito que cantaba que la vida, la vida, la vida es, la vida es un contratiempo, la vida es.

El encuentro soñado

No se tiene constancia de que se llegaran a encontrar en un estudio poligonero de Sevilla, Dublín o Casablanca. Puede que Bono soñara con un Sunday Bloody Sunday por toná o una reinterpretación en clave de rock y traducida del Dame un poquito de agua (te lo pido por favor). O, por qué no, un disco doble en el que se mezclaran la música celta ancestral con los palos flamencos básicos, incorporando al proyecto a los Chieftains y a los Gwendal. Cantando en romaní y en gaélico y con los jaleos y los estribillos en inglés. Pero no pudo ser, José enganchó las grabaciones que hizo con la Royal Philharmonic Orhestra of London para el Soy gitano y después el proyecto del Potro de rabia y miel, cuando ya no le quedaban ni casi fuerzas que sacar del alma. En plena verbena del 92 se nos fue y nos dejó con la ausencia de su perenne presencia. ¡Qué cursi!

Y los U2, locos de éxito, empezaron a dudar entre seguir juntos o iniciar cada cual su carrera en solitario. Así se tiraron unos años hasta que bajó la espuma del éxito y alguien que tenía el menos común de los sentidos los aconsejó muy bien y decidieron reinventarse con una trilogía sobre el sarcasmo, iniciada con el Achtung baby, continuada con el Zooropa y finalizada con esa broma discotequera y llena de encanto que es el Pop. Poporrompero.

* Justo Pérez Valle es profesor de Lengua y Literatura del IES Salvador Rueda (Vélez Málaga)