Días pasados leíamos en la prensa local que Shostakóvich estaba de moda; afirmación que más allá del atractivo del titular nos conecta, finalmente, con un movimiento internacional de reivindicación del compositor soviético. Descubrimiento algo impuntual que coloca al músico entre las referencias imprescindibles del repertorio del siglo anterior y cuya obra de cámara debe estar en nuestra discoteca personal al lado de la beethoveniana, mozartiana o incluso bartókiana, nombre también maltratado por los estereotipos. Lo cierto es que el Cuarteto Granada -Navas, Ferriz, Moreno y Sanz-, con la sencillez de quien no espera y la honestidad del trabajo de cuatro intérpretes que asumen un desafío que muy pocos han podido llevar a buen puerto, hacen posible este proyecto. Nuevamente la Sala de Conciertos María Cristina rozó el lleno, a pesar de los calores y otras hierbas que suelen desmovilizar al auditorio. Málaga ha creado un conjunto que sin el márquetin y apoyo de otros, mercería un poco más de atención institucional y para ello nada mejor que gestores con mínimas inquietudes intelectuales.

Tres décadas separan el cuarteto nº 11 del primero de la integral y en el núcleo se sitúa el sexto. Todos ellos comparten un nexo común centrado en la propia inquietud creadora de Shostakóvich, las constantes referencias a la tradición clásica, lo personal, lo político y la necesidad de huir del asfixiante contexto social que condiciona toda su obra. El autor encontró en la música de cámara un punto de fuga de la losa del régimen para construir su propio alegato sobre la libertad creadora. Compromiso inamovible a pesar del terror vivido durante años, tan sólo aliviado con la muerte de Stalin.

En el año sesenta y seis Shostakóvich inicia con el op. 122 sus cuatro últimos cuartetos que tendrán como dedicatoria los componentes del Cuarteto Beethoven, encargados de estrenar estas páginas. La desaparición del segundo violín de la formación condiciona la obra dotándola de un cariz elegíaco y nostálgico, en el que contrasta su gélida austeridad con la originalidad de su estructura en siete tiempos interpretados sin solución de continuidad. Granada nos situó ante la idea misma de la muerte según el músico. Impuso una serena tensión mantenida hasta los últimos compases del finale sobre la idea de ausencia y espacio irreal. Las constantes llamadas del primer violín o el sentimiento de abandono de la viola y el cello terminan focalizando la atención en el violín de Emilia Ferriz.

Shostakóvich toma con reservas las ideas aperturistas esbozadas por Kruschov. La aparente ligereza del Cuarteto nº 6, incluso en su estructura en cuatro movimientos denotan nuevamente las reticencias del compositor ante el contexto político. No obstante, frente al aparente conformismo, el Cuarteto Granada destacaría esa independencia creadora del músico subrayando expresamente la soberbia factura de los cuatro movimientos que lo forman. Esa mirada atrás no le resta originalidad a la página y aunque pueda insinuar cierto conformismo, los reiterados acordes del acrónimo del compositor nos apuntan todo lo contrario.

El primero de la integral, el op. 49 cerraba la propuesta del segundo de los programas del ciclo que iniciara el cuarteto malagueño en el mes de enero pasado. En esta obra inaugural Shostakovich ha interiorizado el estudio de Beethoven y Haydn entre otros, lo que le permite coquetear con otros compositores como Dvorák o el propio Mahler y de la tradición rusa encarnada en Mussorgsky. Interpretación impecable caracterizada por la agilidad frente a la serenidad de los dos moderato iniciales. Partitura de contrastes, como así lo anotó el Cuarteto Granada, que, una vez más, hizo real lo que apetecía imposible. Pronto llegará El desafío III.